lunes, 23 de diciembre de 2013

Crines Libres

El viento salado en mi rostro me hace abrir los ojos. No recuerdo por qué decidí venir aquí. No logro hacerlos salir de esta maldita isla. Si tan solo pudieran ver, si tan solo pudieran distinguir que quiero ayudarlos. ¡Son unos estúpidos!

¿Dónde estarán ahora? Espero que no estén cerca de los riscos. Les encanta la comida cerca de los riscos. No logro entender cómo no se dan cuenta del peligro en el que están al acercarse así a esos precipicios.

Miro hacia el frente. El mar se acuesta tranquilo con sus sábanas turquesas y sus hilos blancuzcos que se tejen y se descosen. Arriba, el sol matutino grita y escucho las primeras palabras del alba. Detrás de mí, reposa la selva que rodea la isla como un cinturón delgado. Cesa ante una extensa pradera que limita con un bosque isleño justo a los pies de un volcán senil y marchito. A mi izquierda, crecen los acantilados y, a mi derecha, cae la arena hasta la playa que se moja con el mar.

Me despejo el estupor de la mañana larga y turbulenta. Es mi tercer día en este lugar.

Ni modo, no hay más remedio que ir a buscarlos. ¡Necesito enseñarles a confiar en mí para salir de aquí! Si no fuera por ese puente tan estrecho mi trabajo sería más fácil. ¿Pero qué de lo que vale la pena es fácil? Por eso he venido yo. Todos creen que puedo hacerlos salir. Yo mismo creí que podría hacerlo fácilmente. Sí, aún creo poder hacerlo. Verán que es posible estar a salvo y vivir finalmente libres.

Tomo mi izquierda, camino a los acantilados. Un camino de media hora  nada más. ¡Ah! Ahí están, trotando a la orilla de la playa. Deben estar buscando comida. Tendré que ser sigiloso y acercarme lentamente al más tranquilo. Aquí voy.

¡No! Apenas me acerco y ya están comenzando a correr. Pero ¿por qué? Ya había logrado acercarme el día anterior. Un momento, noto algo extraño. ¡Tres están sangrando y faltan dos! Alcanzo a contar sólo veintiocho. ¡No puede ser! ¡Qué desgracia! De seguir así perderé mi reputación y no podré regresar al pueblo. ¿Qué respuesta les daré, entonces?

Debieron haber sido esos lobos malditos. Lo peor es que  nadie los ha podido ver y yo sólo escucho sus terribles aullidos como gemidos de sirenas endemoniadas. ¿Cómo pueden engañarlos esos sonidos tan escalofriantes? Deben parecerles seductores y agradables. No entiendo por qué sí huyen de mí ante el más mínimo acercamiento.

¡Han arrancado a galope hacia los riscos! Tengo que pensar, idear un plan para lograr acercarme a ellos. Necesito guiarlos fuera de esta isla antes de la llegada del invierno. No puedo perder más tiempo. Por el momento trataré de alejarlos de los riscos.

Los veo, están pastando en la orilla del abismo. No pueden escucharme por el sonido del mar. Las olas rompen abajo y se deshacen en un gran murmullo de espuma salada. Tal vez, les gusta aquí porque así no oyen nada más a su alrededor. Puede ser que esa sea su manera de sentirse seguros.

Están nerviosos. Parecen tristes a la vez. Sus ojos ciegos muestran su dolor. Puedo darme cuenta que saben que hay menos miembros y que otros están heridos.  Imagino la terrible desesperación de no poder ver y estar a la expectativa de que algo terrible pueda pasar. ¡Qué incertidumbre deben tener!

Los sonidos del astro luz terminan súbitamente. Legiones militantes de nubarrones lo acaparan todo de repente. Parece que el ejército celeste decidiera batirse a duelo entre cúmulos valientes y sombríos. Agitan sus estandartes de combate y resuenan los tambores del cielo.

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Me causa tanta rabia no poder ayudarlos porque no confían en nadie; porque ni siquiera saben que pueden ser rescatados tan fácilmente.

¡Oh, no! Ése de color pardo se está acercando peligrosamente a la orilla. ¡Que no dé un paso más! _ "¡Ho! ¡Aléjate! ¡Eh, tú, escúchame! Despacio, ve hacia el otro lado. Estás a punto de caer. ¡Cuidado! No tengas miedo, siénteme. Quiero ayudarte. ¡Nooo!"_   ¡Maldición! ¡Se resbaló!

_ "¡No huyan, ustedes! ¡Tranquilos! ¡Alto! Soy su amigo. Estoy para ayudarles. ¡No se vayan!" _

Los otros, temerosos de mí y de los sonidos, de repente, producidos alrededor, rompen carrera sobresaltados hacia la delgada línea selvática. Me quedo viendo, inútil, como se alejan. Las ráfagas del viento producido por la batalla del cielo sacuden, con sus látigos, mi cabello.

¿Qué es ese ruido extraño que sube del risco? Me acerco al filo del peñasco y veo con horror y con sorpresa una sombra que se mueve a pocos metros de distancia debajo de mis pies. ¡Oh, Dios! Es el que cayó. Tiene una pata atorada en esa hendidura en la piedra. _ "¡Aguarda! Te ayudaré. No temas."_ Por favor, que no se asuste más. Que aguante sin moverse tanto, mientras saco la soga para intentar lazarlo. Aquí voy. ¡Cielos! Fallé. Que se quede quieto. No puedo volver a fallar. Está demasiado inquieto. _ "¡Ho! ¡Quieto!" _ Aquí está, lo atrapé. Tengo lazada su otra pata. Veré cómo subirlo. Hubiera preferido lazarlo del cuello, pero una pata es mejor que nada. Ojalá que resista la cuerda. Aquí vamos. ¡Qué pesado está! No aguanto. Mis manos se queman. ¡Agh! ¡Qué dolor! No resisto. ¡Mis manos arden!

La piel que cubre la carne de mis manos no aguantan el peso y crece un escozor. Siento que una llama empieza a germinar en mis palmas y el ardor crece tanto que se abre paso para salir expelido hacia su libertad.

¡Lo he soltado! Lo veo caer como en cámara lenta hacia los peñascos bañados por la olas. ¡Dios mío! Ha sido mi culpa. Las piedras del fondo ahora están teñidas de un rojo que se desvanece poco a poco con cada lluvia salada que las rocía. ¡Qué horror! Siento una fuerte punzada en mi pecho y en mi estómago, como si no estuviera. No sé si la salinidad que siento en mi boca es la brisa marina o mis lágrimas brotando de mis ojos entornados. He perdido uno más. Esta vez, fue mi responsabilidad absoluta.

Me levanto lentamente de la orilla del risco con mis manos entumecidas de dolor y llenas de arena oscura y húmeda. Me arde la cara de tanto dolor y pena, pero no tengo más tiempo para duelos inútiles. Tendré que ir por los que quedan antes que termine el día y los lobos vuelvan a acechar. Espero, si no puedo hacer que me sigan por voluntad propia, crear alguna forma para guiarlos lo más cerca del puente antes del anochecer, y así, hacer guardia para evitar que vayan en pos de los aullidos.

¿Y si pretendo ser uno de los lobos que tanto llaman su atención? De esa forma podré hacer que me sigan y sacarlos pronto de la isla. No, no puede ser buena idea. Eso los confundiría más y cuando lleguen los verdaderos lobos, no habrá manera de evitar que vayan directo a su fin.

Pues entonces usaré la fuerza. Los someteré de tal manera que me teman y obedezcan. Soy un domador y se los demostraré con látigo. Voy ahora mismo a cumplir mi profesión.

Penetro el muro verde que la selva levantó. Soy como un fantasma y decidido terminar hoy mi labor.

Veo al grupo un poco temeroso. Los sonidos de las nubes se escuchan a lo lejos. Están reunidos en un pequeño claro de hierbas bajas y marchitas.

_ "¡Ho! ¡Ho! Escuchen el tronido de mi fusta. Teman y muévanse. ¡Ho! ¡Ho!" _

Parece funcionar. El tronido del látigo los espanta y corren despavoridos. ¡Sí, parece funcionar! Ja, ja, ja.

Están huyendo de mí. ¡Eso es! Si no quieren por las buenas, entonces por las malas. Así lo pidieron.

Corren y corren en círculos a mi alrededor tratando de determinar de dónde proviene el sonido del látigo que no pueden ver. Yo los engaño y los hago ir de un lado a otro sólo con agitar mi mano en diferentes direcciones. Tienen que aprender quien manda aquí. Sigan, sigan. Ahora los dirigiré hacia adelante. El problema será hacer que pasen por el estrecho puente. Será difícil que los demás esperen mientras cruzan uno a uno, porque estarán asustados. Pero si logro someterlos de tal manera, podré hacer que aguarden tranquilos.

Pero, ¿qué sucede? Se dispersan. Se separan y huyen en diferentes direcciones. Es peor de lo que imaginé. Es un arduo trabajo verdaderamente. Es más bien un arte domar estos hermosos caballos ciegos a través del puente para sacarlos de la isla.

Termino de agitar mi látigo. Me quedo solo en ese claro y los caballos, en tropel, van hacia la pradera. Me abruma el peso de la vergüenza y la decepción.

Bien, podría hacer como el primer domador, Diócremes. Estuvo años y años intentando sacar de aquí a la anterior caballada. A todos les hacía creer que lo estaba logrando y cobraba su sueldo puntualmente, hasta que el pueblo descubrió que los poquísimo caballos que habían cruzado el puente lo habían hecho por ellos mismos, casi a modo de suerte, y que el domador no hacía bien su obra. Más bien ese hombre era un tremendo holgazán que le tomó el pelo al pueblo por mucho tiempo. Su única motivación era el sueldo que le daban y poco o nada le importaba el bienestar y el futuro de los caballos. Como a éstos tampoco les apresuraba salir de la isla, porque nunca habían salido, sino que habían nacido allí, no les molestaba para nada, al contrario, seguían pastando felices de la vida hasta que los lobos, los riscos u otro peligro los arrastraba fuera de la isla y del mundo. Creo que, en cierto modo, cada uno vivía mediocremente feliz.

Yo no puedo ser así. No puedo engañar al pueblo y peor, no puedo engañarme a mí mismo. No quiero. Además a mí me importa el futuro de los corceles. No sólo se trata de sacarlos de la isla, sino también lograr que se valgan por ellos mismos. Que confíen más en las personas del pueblo para que entonces puedan hacer bien su trabajo de caballo, además deben aprender a distinguir que los lobos significan muerte y que no deben seguir sus aullidos.

Debo ir a ver dónde se han metido ahora. Creo que se dirigieron al valle. Iré allá antes de que anochezca y despierten los lobos. Por lo menos en el valle no hay despeñaderos.

¡Uf! ¡Qué sol tan abrasador y qué calor! Pero ya estoy en el valle, finalmente. Allí están los caballos pastando. Parecen tranquilos. Es buen momento para tocarles una melodía con mi flauta antes de intentar acercarme.

Tal vez el canto "nubes azules" sea el indicado. Aquí voy.

Estoy viendo como los caballos mueven sus orejas tratando de ubicar el sonido. Estoy soplando muy suavemente la canción para que la flauta produzca la delicada melodía que espero surta un efecto tranquilizador. Parece que funciona porque veo que no se han alterado. Hago que las notas que soplo asemejen el sonido casi imperceptible de las nubes cuando surcan el cielo celeste. Se ven mansos y relajados. Seguiré tocando mientras me acerco.

¿Qué pasa ahora en el firmamento? Está empezando a azotar un viento que arremolina las nubes y las vuelve grises. ¡Qué casualidad! Parece una broma del cielo. ¡Qué ironías! Se empieza a oír un murmullo como de muchas aguas pero en las alturas. Dejo de tocar la melodía para observar mejor el espectáculo que se produce sobre mi cabeza.

Miro de nuevo a la caballada y noto cómo se alteran nuevamente. Creo que les desconcierta el cambio drástico de sonidos.

En el cielo, las nubes comienzan a juntarse como en una especie de embudo. ¡Se está haciendo un tornado! _ "¡Rápido, huyan al bosque!" _ Grito desesperado. Los animales relinchan aterrados del gran estruendo que se produce desde arriba. Relámpagos y truenos hacen uso de su poderosa luz y voz. Los caballos, no distinguen de dónde salen esos ruidos aturdidores e inician una carrera descontrolada chocando unos con otros.

_ "¡Ho, ho!" _ Les grito intentando que mi voz sobrepase el temible ruido del cielo. No pasa nada. Quiero que se protejan, que corra hacia la arboleda y estén a salvo. _ ¡"Escuchen, ho, ho!" _ Nada.

Con asombro observo que el embudo se alarga hacia el suelo y el viento se acrecienta poderosamente. Toda la hierba se estremece y sacude con gran fuerza, como si cien millones de aves estuvieran volando en circulos .

El cono de nubes toca el suelo y me doy cuenta yo mismo del peligro. Alcanzo a un caballo amarillo y le doy un azote con mi flauta que se hace mil pedazos contra su cadera de la fuerza que le imprimí. Asustado, da coces en el aire con las patas traseras, relincha con mucha fuerza y eso hace que sus compañeros lo sigan mientras sale disparado hacia la arboleda, justo a donde quería.

El torbellino siniestro crece y comienza a andar como si tuviera patas. Se dirige hacia el lado contrario de los animales pero veo con gran espanto a un caballo, el más delgado, siendo arrastrado hacia atrás. Se levanta en el aire mientras sigue pataleando y relinchando con pavor. El tornado parece perder fuerza y, en ese momento, el pobre animal cae de repente con mucha fuerza y se estrella contra el suelo cubierto de hierba sacudida.

El torbellino desaparece por completo y el viento cesa. Parece como si todo hubiera sido un sueño provocado por una muy corta siesta. Es increíble. Me acerco al caballo tirado. Apenas me dirijo hacia él y veo que se pone de pie y comienza a trotar hacia el bosque. Su familia sigue relinchando y él los puede escuchar. Suspiro profundamente al ver que no le ha pasado nada. A pesar de la tensión y el miedo de hace un minuto, siento un gran alivio. Al parecer, todo fue sólo una experiencia para contar en el bar del pueblo, cuando todo esto haya terminado, si es que termina.

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Si tan sólo tuviera el talento del domador Odisnevio. Oh, el gran Odisnevio se las sabía de todas, todas. Tenía un don maravilloso aunado a una preparación y conocimiento asombroso. Era capaz de guiar a los caballos fuera de la isla en muy poco tiempo. No había nada que impidiera cumplir con su labor, ni lobos, ni riscos, ni hierbas venenosas y es memorable su actuación cuando azotó el gran tornado destructor. Debió haber hecho un estupendo trabajo porque su historia la escuché muchas veces cuando era niño. Todos en el pueblo lo elogiaban por su gran proeza para lograr que los caballos mordieran, todos, raíces en la tierra y evitar así ser arrastrados por el viento.

Yo, con la mitad de los conocimientos en sus técnicas de dominio, educaría a los animales a valerse por sí mismos. Esto es lo que nunca hizo Odisnevio. Su tacañería de conocimiento hizo de los caballos unos inútiles dependientes siempre de él. Si él no estaba, los caballos seguían siendo tan ingenuos como si no hubieran tenido nunca un domador. De poco servía que salieran de la isla. No podían trabajar haciendo todo lo que pueden hacer los caballos. Lo único que termiaban haciendo era vivir atados a molinos de piedra. Triturando granos y aceitunas el resto de sus vidas, porque no habían aprendido casi nada. Si el domador no estaba ahí, nada hacían. Su caso es lamentable, pues fue un desperdicio en todos los aspectos: desperdicio de los talentos del domador y desperdicio de cualidades equinas. Si yo tuviera aquella mítica inteligencia, la usaría en beneficio de los caballos y no sólo del mío propio.

¿Y ahora? Los caballos huyeron al bosque después del tornado. Necesito saber donde están antes de que se haga más tarde. Con la espesura de los árboles,  se oscurece más rápido allá adentro. Los lobos son un peligro inminente y no dudarán en atacar sabiendo que los caballos están en su territorio. Tengo que encontrarlos antes. ¡Agh! ¿Qué tengo en mi pie? Es un dolor increíble. ¡Cielos! ¡Está increíblemente hinchado! Giro lentamente el pie para descartar una fractura. Bien, al parecer sólo es un esguince en el tobillo. La adrenalina debió haber bloqueado el dolor todo este tiempo pero ahora ya comienzo a sentirlo. Me adentraré en el bosque, necesito recargarme en un tronco y conseguir una rama. ¡Cómo duele mientras camino! Es como si estuviera pisando constantemente un clavo que penetra desde mi talón y se incrusta hasta mi cadera, pasando a través de toda mi pierna. Bien, allí hay una árbol con una rama justo como la necesito. Es larga,  flexible y casi llega al suelo. Es ideal. Ok, manos a la obra.

Ya comienzan a cambiar de color los rayos del sol. Es indicio del inminente ocaso. Tengo que apresurarme. Bien, lo que necesito es atar mi pie a la rama. ¡Agh! Es más difícil de lo que creí. Se me deshace el nudo justo cuando estoy apretándolo. Está bien, una vez más. ¡Eso es! Lo logré. Y ahora, lo más complicado. Espero que resulte y no me vaya peor. Tengo que dar un salto y dejar caer mi cuerpo para que la rama dé un tirón a mi tobillo y se deshaga la lesión. Dios, que funcione, por favor. Y uno, dos, tres ¡AGHHH!

El tirón me hizo sentir un dolor tan intenso. Estoy sudando, pero... parece que ha quedado bien. ¡Lo estoy moviendo y ya no siento dolor! ¡SÍ! ¡Gracias a Dios! Me desato el pie. Ahora que me reincorporo y apoyo mi pierna, todo parece estar bien.

Estoy caminando por el bosque, los rayos del sol aún se filtran levemente por entre el follaje. No tengo idea de dónde puedan estar los caballos. Escucho un silencio especial, es el silencio que se produce cuando la fauna diurna se inicia a dormir y los animales nocturnos empiezan a despertar. La noche está por llegar y necesito cuidar la caballada de los lobos.

Mi tobillo, aunque está mejor, todavía me hace tener la sensación de su debilidad. Concentro mi atención a cada paso que doy para no volverlo a lastimar.

El silencio se rompe. Oigo los primeros sonidos de la noche. La luz se hace cada vez más tenue. ¡Oh! Ese sonido lejano, el primer aullido. Mi piel se eriza porque mi imaginación se anticipa a los posibles acontecimientos fatales. Aprieto el paso.

¡Uf! ¡Qué cansancio! Esta hora de caminata ha sido de lo más pesada. Los aullidos han aumentado y los oigo más fuertes y frecuentes. También escucho a los caballos relinchar. Se oyen relinchar sutilmente, deben estar cerca. Parecen felices. Deben ser los aullidos. ¡No entiendo cómo pueden ser tan hipnóticos para ellos!

¡Ah! ¡Los veo! Los caballos están todos reunidos en ese claro. Retozan y dan coces saltando. Los aullidos están dispersos pero son constantes. Bien, debo encontrar la manera de usar el ruido de los lobos a mi favor y sacarlos de aquí.

Hago una antorcha para ahuyentar a los lobos por si aparecen. Mientras, haré ruido en la dirección contraria a los aullidos, de esa manera los caballos irán a donde se producen. La única ventaja de ser ciegos es que no pueden ver el fuego de la antorcha, pero los lobos sí.

El plan parece estar funcionando, los caballos caminan asustados por el ruido que hago, pero parecen felices de ir hacia los lobos. ¡Qué ironía!

¡Ay! El primer lobo ha salido al encuentro. Los demás deben estar ocultos. ¡Qué mirada tan espantosa! Sus ojos teñidos de sangre me ven fijamente. Enseña los colmillos brillosos de saliva mientras su lengua roja se retuerce dentro del hocico.

_ "¡Eh, tú, animal del infierno! ¡Largo de aquí!" _

Agito el fuego ferozmente y el lobo retrocede. Los caballos siguen avanzando hacia el lobo, que cada vez camina hacia atrás al ver la lumbre de la antorcha agitarse ante él. Los caballos se asustan más con los sonidos que hago y empiezan a trotar.

Con mi tobillo aún débil, inicio a correr por entre los caballos para adelantarme a ellos. No puedo hacer mucho ruido, de lo contrario, los caballos se dispersarán. Necesito aprovechar ahora que trotan, ponerme al frente y ahuyentar a los lobos que están adelante. No puedo perder otro corcel.

¿¡Qué!? Ya no veo más lobos. Parece que han huido.

¡Oh! ¿Por qué se oye un relincho aterrador? ¡No! Los lobos han tendido una trampa. Mientras yo me adelantaba pensando que la manada estaba junta, los demás no estaban sino al acecho detrás de los caballos. Sólo esperaron a que me adelantara para atacar.

¡Me detengo y me giro. Pasan trotando los caballos por ambos lados de mí y no puedo creer lo que veo. ¡Una manada de lobos rodea a un corcel! Todos aúllan al mismo tiempo y el caballo no se mueve. Lo veo girar como extasiado por los aullidos que oye de todas direcciones. No está nada asustado. Ignora la catástrofe inminente y yo, aquí estoy sin poder hacer nada, viendo inmóvil la tenebrosa escena ante mí. ¡Qué horror! Ese lobo grande se acerca y muerde un anca del gran animal. No hace nada. Se recuesta. ¡Es increíble! Uno a uno los lobos arrancan trozos de carne mientras el caballo parece dormir. Es como si no sintiera nada. Es como si estuviera anestesiado y no sabe que está muriendo lentamente, que su sangre y carne están siendo digeridas por los lobos mientras él sigue vivo.

Es muy salada en agua que sale de mis ojos y decido seguir a los demás corceles antes de que ocurra otra vez lo mismo. La noche aún es larga.

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Han pasado diez minutos desde que dejé atrás a los lobos con el caballo caído. Puedo distinguir, al frente, el final de los árboles altos del pequeño bosque de la isla. Sigo avanzando con mi pie aún hinchado y el dolor ha dado paso a un entumecimiento, ya no siento nada. Los caballos van delante de mí hacia el valle. Si los dirijo hacia la izquierda y logro hacer que anden otros veinte minutos en esa dirección, llegarán al puente. Es necesario que sea esta noche, antes de que pasen más desgracias.

Repaso mentalmente las lecciones de mi maestro, Nador Davidis. - Lo más importante es el sometimiento - Enseñaba siempre. Yo no estaba de acuerdo, pensaba que lo más importante era ser empático con los animales. Hacer que sintieran que eran importantes y no sólo que siguieran órdenes temerosos de ser azotados. Pero las opiniones del domador Nador Davidis eran ley. Su reputación sobrepasaba a la de todos los maestros domadores. Era reconocido porque sus aprendices eran los mejores. Cada vez que uno de sus alumnos se destacaba, él se pavoneaba diciendo que era gracias a él y a sus enseñanzas que lo había logrado. Nador Davidis tenía el reconocimiento y la confianza del pueblo por ser de los mejores. Ya estaba retirado de la profesión de domar caballos pero seguía activo en la enseñanza y capacitación.

Sólo una vez se me ocurrió decirle lo que yo creía acerca del sometimiento. Se me quedó viendo y con una sonrisa sarcástica respondió que la experiencia me haría ver que estaba equivocado, que las lecciones que él impartía estaban basadas en la más pura y viva práctica de años como el mejor domador que jamás existió. No volví a contradecirlo más.

Ahora, creo que empiezo a creer que tiene razón. Tal vez, si de un inicio hubiera sido más firme, lo  caballos se vieran sometido a mi guía. Pero en el fondo siento que de esa forma los caballos actuarán siempre con miedo. Yo lo que espero es ver a los caballos libres, preparados para que vivan conscientes de lo que pueden hacer y no hacer.

La vida de mi pueblo siempre ha estado ligada a los caballos. Las historias hablan de la época en la que los sabios corceles hablaban y contribuían al desarrollo de nuestra sociedad. Recuerdo los tótems de madera que mi padre me llevaba a ver a la plaza, mientras me narraba las leyendas de la Era de los Corceles. Tiempos de esplendor y equilibrio entre los hombres y los animales. Eso había sido hace siglos, pero la avaricia del hombre creció hasta que quiso ser la única raza poderosa. Entonces, los caballos, por amor al hombre, se hicieron torpes para evitar alimentar su odio y su avaricia. Por eso, se perdió el equilibrio y desde entonces, es tarea del hombre volver a hacer a los caballos sabios para recuperar la armonía y ser felices y prósperos nuevamente.

¿Cómo llegará a ser eso posible si en vez de procurar la emancipación de los caballos, se les somete a la fuerza? No, no considero que esa sea la mejor manera.

Sigo avanzando por la misma vereda con mi pierna entumecida y dando grandes zancadas aunque con tropezones espaciados. La arboleda ha quedado a mi espalda y el trote de los caballos se escucha adelante, débil pero claro. No deben estar muy lejos y me entusiasma ver que se han ido por el camino que conduce al puente que atraviesa la brecha de mar entre la isla y la playa del pueblo.

La luna brilla esplendorosa en medio de una tela de terciopelo negrísima sobre la cual, las estrellas, cual lentejuelas blancas, resplandecen su luz haciendo posible que mis ojos divisen con exactitud las cosas que pueblan el lugar.

¡Dios mío, alcanzo a divisar el puente que atraviesa la isla y los caballos están muy cerca de él! ¡Es algo maravilloso! Los animales parecen calmados a pesar de lo ocurrido, están casi quietos. Algo debo hacer para hacerlos ir a través del puente uno por uno y que todos logren cruzar hacia el pueblo, una vez allá quedarán en manos de mis compañeros domadores para continuar con la labor.

Estoy acercándome en silencio cada vez más pero, de repente, escucho los temibles aullidos de los lobos por todas partes. Los caballos se detienen y mueven las orejas para localizar el sonido que tanto les encanta. Es ahora el momento de actuar.

Siento el calor de la antorcha que todavía tengo en mi mano y se me ocurre incendiar un círculo de césped para hacer que los caballos avancen hacia el puente, sirve que eso alejará a los lobos. Me apresuro y el fuego empieza a comer la hierba que toca, los animales avanzan al sentir la lumbre a sus espaldas. De repente, el fuego se sale de control y todo se ilumina con una luz amarilla y roja que relampaguea en un círculo inmenso de llamas danzantes. Puedo ver que los lobos han llegado y se agazapan en una gran multitud. Son más de los que creía haber visto en el bosque, probablemente una cuarentena de hocicos terroríficos que saborean a su presa en anticipación.

Observo con asombro que uno de los corceles se acerca peligrosamente a la orilla del risco donde se encuentra el puente semicolgante de madera. No es un abismo muy profundo el que separa el pasadizo de las aguas que rodean la isla, pero el mar está embravecido y se agita constante debajo del acantilado.

Me apresuro para esparcir el fuego lo más cerca del puente y que los caballos no tengan opción más que cruzarlo. Casi me quemo pero lo hago, los equinos caminan sombre las maderas poco tambaleantes y se dirigen lentamente fuera de la isla. Faltan muchos todavía, pero parece que los de atrás siguen a sus hermanos pioneros. Los lobos pierden el miedo al fuego y tratan de atacar, presintiendo que es su última oportunidad.

Uno de los lobos se me acerca desafiante cuando me internaba al círculo de llamas por un espacio libre de éstas; le arrojo la antorcha, el animal retrocede solo por unos instantes y el fuego sella el círculo. La lumbre crece cada vez más y presiento que pronto alcanzará la madera del puente así que golpeo a uno de los caballos rezagados para que se apresure a avanzar, se asusta y quiere escapar de mí pero se detiene al sentir el calor que todo lo rodea.
Con horror veo que una de las llamas alcanza el primer eslabón de madera de puente y me arrojo a apagarla. Cuando estoy tirado tratando de extinguir el fuego, me percato de que los lobos han encontrado una brecha para entrar y ellos junto con las llamas, incitan una estampida repentina de los caballos hacia el puente. Estoy ahí tendido sobre las maderas y las pisadas de los corceles oprimen mi espalda provocándome un inmenso dolor que resquebraja mis costillas y mis pulmones colapsan bajo el peso de la caballada.

La madera sobre la que estoy, la que las llamas alcanzaron, empieza a crujir y a quebrarse debajo de mí. Así que la sujeto con todas mis fuerzas mientras los caballos siguen avanzando por encima, unas coces golpean mi cabeza y me siento desfallecer por momentos, debo resistir, están a punto de lograrlo. La madera quemada finalmente se rompe por completo y mis brazos son ahora el único eslabón que mantiene unido el puente. Para colmo los lobos se han acercado mucho y uno de ellos me sujeta el pie entumido por el esguince con sus fauces. Afortunadamente el pie está tan dormido que sólo siento la presión de sus dientes pero nada de dolor. Además, quedan sólo dos caballos por cruzar y debo aguantar hasta mis últimas fuerzas. Mi cuerpo está completamente magullado y puedo sentir muchos huesos rotos en mis extremidades y en mi espalda. Crece una sensación de euforia en mi interior que me hace soportarlo todo, incluso siento felicidad de ver cruzar el último caballo. Agito con lo que me queda de fuerza mis pies para evitar que los lobos crucen también.

Veo que el último caballo toca la orilla de la playa del pueblo y entonces me suelto. Mis ojos ven a los lobos que se quedan rabiosos en la isla mientras yo, con todo y algunas maderas flojas del puente caemos hacia el mar, cuyas aguas, me envuelven como un bálsamo fresco que alivia mis dolores.


La espuma salada de las olas me cubre y me llena por dentro, introduciéndose por mi nariz y por mi boca. Ya no siento dolor, sólo una inmensa dicha de saber que ahora los caballos corren libres, agitando sus crines en el viento y sé que les espera un futuro mejor. Yo, yo sé que muy pronto me encontraré con mis ancestros en medio de las estrellas, allá donde humanos y caballos conviven juntos en armonía perpetua.