El
viento salado en mi rostro me hace abrir los ojos. No recuerdo por qué decidí
venir aquí. No logro hacerlos salir de esta maldita isla. Si tan solo pudieran
ver, si tan solo pudieran distinguir que quiero ayudarlos. ¡Son unos estúpidos!
¿Dónde
estarán ahora? Espero que no estén cerca de los riscos. Les encanta la comida
cerca de los riscos. No logro entender cómo no se dan cuenta del peligro en el
que están al acercarse así a esos precipicios.
Miro
hacia el frente. El mar se acuesta tranquilo con sus sábanas turquesas y sus
hilos blancuzcos que se tejen y se descosen. Arriba, el sol matutino grita y
escucho las primeras palabras del alba. Detrás de mí, reposa la selva que rodea
la isla como un cinturón delgado. Cesa ante una extensa pradera que limita con
un bosque isleño justo a los pies de un volcán senil y marchito. A mi
izquierda, crecen los acantilados y, a mi derecha, cae la arena hasta la playa
que se moja con el mar.
Me
despejo el estupor de la mañana larga y turbulenta. Es mi tercer día en este
lugar.
Ni
modo, no hay más remedio que ir a buscarlos. ¡Necesito enseñarles a confiar en
mí para salir de aquí! Si no fuera por ese puente tan estrecho mi trabajo sería
más fácil. ¿Pero qué de lo que vale la pena es fácil? Por eso he venido yo.
Todos creen que puedo hacerlos salir. Yo mismo creí que podría hacerlo
fácilmente. Sí, aún creo poder hacerlo. Verán que es posible estar a salvo y
vivir finalmente libres.
Tomo
mi izquierda, camino a los acantilados. Un camino de media hora nada más. ¡Ah! Ahí están, trotando a la
orilla de la playa. Deben estar buscando comida. Tendré que ser sigiloso y
acercarme lentamente al más tranquilo. Aquí voy.
¡No!
Apenas me acerco y ya están comenzando a correr. Pero ¿por qué? Ya había
logrado acercarme el día anterior. Un momento, noto algo extraño. ¡Tres están
sangrando y faltan dos! Alcanzo a contar sólo veintiocho. ¡No puede ser! ¡Qué
desgracia! De seguir así perderé mi reputación y no podré regresar al pueblo.
¿Qué respuesta les daré, entonces?
Debieron
haber sido esos lobos malditos. Lo peor es que
nadie los ha podido ver y yo sólo escucho sus terribles aullidos como
gemidos de sirenas endemoniadas. ¿Cómo pueden engañarlos esos sonidos tan
escalofriantes? Deben parecerles seductores y agradables. No entiendo por qué
sí huyen de mí ante el más mínimo acercamiento.
¡Han
arrancado a galope hacia los riscos! Tengo que pensar, idear un plan para
lograr acercarme a ellos. Necesito guiarlos fuera de esta isla antes de la
llegada del invierno. No puedo perder más tiempo. Por el momento trataré de
alejarlos de los riscos.
Los
veo, están pastando en la orilla del abismo. No pueden escucharme por el sonido
del mar. Las olas rompen abajo y se deshacen en un gran murmullo de espuma
salada. Tal vez, les gusta aquí porque así no oyen nada más a su alrededor.
Puede ser que esa sea su manera de sentirse seguros.
Están
nerviosos. Parecen tristes a la vez. Sus ojos ciegos muestran su dolor. Puedo
darme cuenta que saben que hay menos miembros y que otros están heridos. Imagino la terrible desesperación de no poder
ver y estar a la expectativa de que algo terrible pueda pasar. ¡Qué
incertidumbre deben tener!
Los
sonidos del astro luz terminan súbitamente. Legiones militantes de nubarrones
lo acaparan todo de repente. Parece que el ejército celeste decidiera batirse a
duelo entre cúmulos valientes y sombríos. Agitan sus estandartes de combate y
resuenan los tambores del cielo.
__________________________________________________
Me
causa tanta rabia no poder ayudarlos porque no confían en nadie; porque ni
siquiera saben que pueden ser rescatados tan fácilmente.
¡Oh,
no! Ése de color pardo se está acercando peligrosamente a la orilla. ¡Que no dé
un paso más! _ "¡Ho! ¡Aléjate! ¡Eh, tú, escúchame! Despacio, ve hacia el otro
lado. Estás a punto de caer. ¡Cuidado! No tengas miedo, siénteme. Quiero
ayudarte. ¡Nooo!"_ ¡Maldición! ¡Se
resbaló!
_
"¡No huyan, ustedes! ¡Tranquilos! ¡Alto! Soy su amigo. Estoy para
ayudarles. ¡No se vayan!" _
Los
otros, temerosos de mí y de los sonidos, de repente, producidos alrededor,
rompen carrera sobresaltados hacia la delgada línea selvática. Me quedo viendo,
inútil, como se alejan. Las ráfagas del viento producido por la batalla del
cielo sacuden, con sus látigos, mi cabello.
¿Qué
es ese ruido extraño que sube del risco? Me acerco al filo del peñasco y veo
con horror y con sorpresa una sombra que
se mueve a pocos metros de distancia debajo de mis pies. ¡Oh, Dios! Es el que
cayó. Tiene una pata atorada en esa hendidura en la piedra. _ "¡Aguarda!
Te ayudaré. No temas."_ Por favor, que no se asuste más. Que aguante sin
moverse tanto, mientras saco la soga para intentar lazarlo. Aquí voy. ¡Cielos!
Fallé. Que se quede quieto. No puedo volver a fallar. Está demasiado inquieto.
_ "¡Ho! ¡Quieto!" _ Aquí está, lo atrapé. Tengo lazada su otra pata.
Veré cómo subirlo. Hubiera preferido lazarlo del cuello, pero una pata es mejor
que nada. Ojalá que resista la cuerda. Aquí vamos. ¡Qué pesado está! No
aguanto. Mis manos se queman. ¡Agh! ¡Qué dolor! No resisto. ¡Mis manos arden!
La
piel que cubre la carne de mis manos no aguantan el peso y crece un escozor.
Siento que una llama empieza a germinar en mis palmas y el ardor crece tanto
que se abre paso para salir expelido hacia su libertad.
¡Lo
he soltado! Lo veo caer como en cámara lenta hacia los peñascos bañados por la
olas. ¡Dios mío! Ha sido mi culpa. Las piedras del fondo ahora están teñidas de
un rojo que se desvanece poco a poco con cada lluvia salada que las rocía. ¡Qué
horror! Siento una fuerte punzada en mi pecho y en mi estómago, como si no
estuviera. No sé si la salinidad que siento en mi boca es la brisa marina o mis
lágrimas brotando de mis ojos entornados. He perdido uno más. Esta vez, fue mi
responsabilidad absoluta.
Me
levanto lentamente de la orilla del risco con mis manos entumecidas de dolor y
llenas de arena oscura y húmeda. Me arde la cara de tanto dolor y pena, pero no
tengo más tiempo para duelos inútiles. Tendré que ir por los que quedan antes
que termine el día y los lobos vuelvan a acechar. Espero, si no puedo hacer que
me sigan por voluntad propia, crear alguna forma para guiarlos lo más cerca del
puente antes del anochecer, y así, hacer guardia para evitar que vayan en pos
de los aullidos.
¿Y
si pretendo ser uno de los lobos que tanto llaman su atención? De esa forma
podré hacer que me sigan y sacarlos pronto de la isla. No, no puede ser buena
idea. Eso los confundiría más y cuando lleguen los verdaderos lobos, no habrá
manera de evitar que vayan directo a su fin.
Pues
entonces usaré la fuerza. Los someteré de tal manera que me teman y obedezcan.
Soy un domador y se los demostraré con látigo. Voy ahora mismo a cumplir mi
profesión.
Penetro
el muro verde que la selva levantó. Soy como un fantasma y decidido terminar
hoy mi labor.
Veo
al grupo un poco temeroso. Los sonidos de las nubes se escuchan a lo lejos.
Están reunidos en un pequeño claro de hierbas bajas y marchitas.
_
"¡Ho! ¡Ho! Escuchen el tronido de mi fusta. Teman y muévanse. ¡Ho!
¡Ho!" _
Parece
funcionar. El tronido del látigo los espanta y corren despavoridos. ¡Sí, parece
funcionar! Ja, ja, ja.
Están
huyendo de mí. ¡Eso es! Si no quieren por las buenas, entonces por las malas.
Así lo pidieron.
Corren
y corren en círculos a mi alrededor tratando de determinar de dónde proviene el
sonido del látigo que no pueden ver. Yo los engaño y los hago ir de un lado a
otro sólo con agitar mi mano en diferentes direcciones. Tienen que aprender
quien manda aquí. Sigan, sigan. Ahora los dirigiré hacia adelante. El problema
será hacer que pasen por el estrecho puente. Será difícil que los demás esperen
mientras cruzan uno a uno, porque estarán asustados. Pero si logro someterlos
de tal manera, podré hacer que aguarden tranquilos.
Pero,
¿qué sucede? Se dispersan. Se separan y huyen en diferentes direcciones. Es
peor de lo que imaginé. Es un arduo trabajo verdaderamente. Es más bien un arte
domar estos hermosos caballos ciegos a través del puente para sacarlos de la
isla.
Termino
de agitar mi látigo. Me quedo solo en ese claro y los caballos, en tropel, van
hacia la pradera. Me abruma el peso de la vergüenza y la decepción.
Bien,
podría hacer como el primer domador, Diócremes. Estuvo años y años intentando
sacar de aquí a la anterior caballada. A todos les hacía creer que lo estaba logrando
y cobraba su sueldo puntualmente, hasta que el pueblo descubrió que los
poquísimo caballos que habían cruzado el puente lo habían hecho por ellos
mismos, casi a modo de suerte, y que el domador no hacía bien su obra. Más bien
ese hombre era un tremendo holgazán que le tomó el pelo al pueblo por mucho
tiempo. Su única motivación era el sueldo que le daban y poco o nada le
importaba el bienestar y el futuro de los caballos. Como a éstos tampoco les
apresuraba salir de la isla, porque nunca habían salido, sino que habían nacido
allí, no les molestaba para nada, al contrario, seguían pastando felices de la
vida hasta que los lobos, los riscos u otro peligro los arrastraba fuera de la
isla y del mundo. Creo que, en cierto modo, cada uno vivía mediocremente feliz.
Yo
no puedo ser así. No puedo engañar al pueblo y peor, no puedo engañarme a mí
mismo. No quiero. Además a mí me importa el futuro de los corceles. No sólo se
trata de sacarlos de la isla, sino también lograr que se valgan por ellos mismos.
Que confíen más en las personas del pueblo para que entonces puedan hacer bien
su trabajo de caballo, además deben aprender a distinguir que los lobos
significan muerte y que no deben seguir sus aullidos.
Debo
ir a ver dónde se han metido ahora. Creo que se dirigieron al valle. Iré allá
antes de que anochezca y despierten los lobos. Por lo menos en el valle no hay
despeñaderos.
¡Uf!
¡Qué sol tan abrasador y qué calor! Pero ya estoy en el valle, finalmente. Allí
están los caballos pastando. Parecen tranquilos. Es buen momento para tocarles
una melodía con mi flauta antes de intentar acercarme.
Tal vez el canto "nubes azules" sea el indicado. Aquí voy.
Estoy
viendo como los caballos mueven sus orejas tratando de ubicar el sonido. Estoy
soplando muy suavemente la canción para que la flauta produzca la delicada
melodía que espero surta un efecto tranquilizador. Parece que funciona porque
veo que no se han alterado. Hago que las notas que soplo asemejen el sonido
casi imperceptible de las nubes cuando surcan el cielo celeste. Se ven mansos y
relajados. Seguiré tocando mientras me acerco.
¿Qué
pasa ahora en el firmamento? Está empezando a azotar un viento que arremolina
las nubes y las vuelve grises. ¡Qué casualidad! Parece una broma del cielo.
¡Qué ironías! Se empieza a oír un murmullo como de muchas aguas pero en las
alturas. Dejo de tocar la melodía para observar mejor el espectáculo que se
produce sobre mi cabeza.
Miro
de nuevo a la caballada y noto cómo se alteran nuevamente. Creo que les desconcierta
el cambio drástico de sonidos.
En
el cielo, las nubes comienzan a juntarse como en una especie de embudo. ¡Se
está haciendo un tornado! _ "¡Rápido, huyan al bosque!" _ Grito desesperado.
Los animales relinchan aterrados del gran estruendo que se produce desde
arriba. Relámpagos y truenos hacen uso de su poderosa luz y voz. Los caballos,
no distinguen de dónde salen esos ruidos aturdidores e inician una carrera
descontrolada chocando unos con otros.
_
"¡Ho, ho!" _ Les grito intentando que mi voz sobrepase el temible
ruido del cielo. No pasa nada. Quiero que se protejan, que corra hacia la
arboleda y estén a salvo. _ ¡"Escuchen, ho, ho!" _ Nada.
Con
asombro observo que el embudo se alarga hacia el suelo y el viento se acrecienta
poderosamente. Toda la hierba se estremece y sacude con gran fuerza, como si
cien millones de aves estuvieran volando en circulos .
El
cono de nubes toca el suelo y me doy cuenta yo mismo del peligro. Alcanzo a un
caballo amarillo y le doy un azote con mi flauta que se hace mil pedazos contra
su cadera de la fuerza que le imprimí. Asustado, da coces en el aire con las
patas traseras, relincha con mucha fuerza y eso hace que sus compañeros lo
sigan mientras sale disparado hacia la arboleda, justo a donde quería.
El
torbellino siniestro crece y comienza a andar como si tuviera patas. Se dirige
hacia el lado contrario de los animales pero veo con gran espanto a un caballo,
el más delgado, siendo arrastrado hacia atrás. Se levanta en el aire mientras
sigue pataleando y relinchando con pavor. El tornado parece perder fuerza y, en
ese momento, el pobre animal cae de repente con mucha fuerza y se estrella
contra el suelo cubierto de hierba sacudida.
El
torbellino desaparece por completo y el viento cesa. Parece como si todo hubiera
sido un sueño provocado por una muy corta siesta. Es increíble. Me acerco al
caballo tirado. Apenas me dirijo hacia él y veo que se pone de pie y comienza a
trotar hacia el bosque. Su familia sigue relinchando y él los puede escuchar.
Suspiro profundamente al ver que no le ha pasado nada. A pesar de la tensión y
el miedo de hace un minuto, siento un gran alivio. Al parecer, todo fue sólo
una experiencia para contar en el bar del pueblo, cuando todo esto haya
terminado, si es que termina.
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Si
tan sólo tuviera el talento del domador Odisnevio. Oh, el gran Odisnevio se las
sabía de todas, todas. Tenía un don maravilloso aunado a una preparación y
conocimiento asombroso. Era capaz de guiar a los caballos fuera de la isla en
muy poco tiempo. No había nada que impidiera cumplir con su labor, ni lobos, ni
riscos, ni hierbas venenosas y es memorable su actuación cuando azotó el gran
tornado destructor. Debió haber hecho un estupendo trabajo porque su historia
la escuché muchas veces cuando era niño. Todos en el pueblo lo elogiaban por su
gran proeza para lograr que los caballos mordieran, todos, raíces en la tierra
y evitar así ser arrastrados por el viento.
Yo,
con la mitad de los conocimientos en sus técnicas de dominio, educaría a los
animales a valerse por sí mismos. Esto es lo que nunca hizo Odisnevio. Su
tacañería de conocimiento hizo de los caballos unos inútiles dependientes
siempre de él. Si él no estaba, los caballos seguían siendo tan ingenuos como
si no hubieran tenido nunca un domador. De poco servía que salieran de la isla.
No podían trabajar haciendo todo lo que pueden hacer los caballos. Lo único que
termiaban haciendo era vivir atados a molinos de piedra. Triturando granos y
aceitunas el resto de sus vidas, porque no habían aprendido casi nada. Si el
domador no estaba ahí, nada hacían. Su caso es lamentable, pues fue un
desperdicio en todos los aspectos: desperdicio de los talentos del domador y
desperdicio de cualidades equinas. Si yo tuviera aquella mítica inteligencia, la
usaría en beneficio de los caballos y no sólo del mío propio.
¿Y
ahora? Los caballos huyeron al bosque después del tornado. Necesito saber donde
están antes de que se haga más tarde. Con la espesura de los árboles, se oscurece más rápido allá adentro. Los
lobos son un peligro inminente y no dudarán en atacar sabiendo que los caballos
están en su territorio. Tengo que encontrarlos antes. ¡Agh! ¿Qué tengo en mi
pie? Es un dolor increíble. ¡Cielos! ¡Está increíblemente hinchado! Giro
lentamente el pie para descartar una fractura. Bien, al parecer sólo es un
esguince en el tobillo. La adrenalina debió haber bloqueado el dolor todo este
tiempo pero ahora ya comienzo a sentirlo. Me adentraré en el bosque, necesito
recargarme en un tronco y conseguir una rama. ¡Cómo duele mientras camino! Es como
si estuviera pisando constantemente un clavo que penetra desde mi talón y se
incrusta hasta mi cadera, pasando a través de toda mi pierna. Bien, allí hay
una árbol con una rama justo como la necesito. Es larga, flexible y casi llega al suelo. Es ideal. Ok,
manos a la obra.
Ya
comienzan a cambiar de color los rayos del sol. Es indicio del inminente ocaso.
Tengo que apresurarme. Bien, lo que necesito es atar mi pie a la rama. ¡Agh! Es
más difícil de lo que creí. Se me deshace el nudo justo cuando estoy
apretándolo. Está bien, una vez más. ¡Eso es! Lo logré. Y ahora, lo más
complicado. Espero que resulte y no me vaya peor. Tengo que dar un salto y
dejar caer mi cuerpo para que la rama dé un tirón a mi tobillo y se deshaga la
lesión. Dios, que funcione, por favor. Y uno, dos, tres ¡AGHHH!
El
tirón me hizo sentir un dolor tan intenso. Estoy sudando, pero... parece que ha
quedado bien. ¡Lo estoy moviendo y ya no siento dolor! ¡SÍ! ¡Gracias a Dios! Me
desato el pie. Ahora que me reincorporo y apoyo mi pierna, todo parece estar
bien.
Estoy
caminando por el bosque, los rayos del sol aún se filtran levemente por entre
el follaje. No tengo idea de dónde puedan estar los caballos. Escucho un
silencio especial, es el silencio que se produce cuando la fauna diurna se
inicia a dormir y los animales nocturnos empiezan a despertar. La noche está
por llegar y necesito cuidar la caballada de los lobos.
Mi
tobillo, aunque está mejor, todavía me hace tener la sensación de su debilidad.
Concentro mi atención a cada paso que doy para no volverlo a lastimar.
El
silencio se rompe. Oigo los primeros sonidos de la noche. La luz se hace cada
vez más tenue. ¡Oh! Ese sonido lejano, el primer aullido. Mi piel se eriza
porque mi imaginación se anticipa a los posibles acontecimientos fatales.
Aprieto el paso.
¡Uf!
¡Qué cansancio! Esta hora de caminata ha sido de lo más pesada. Los aullidos
han aumentado y los oigo más fuertes y frecuentes. También escucho a los
caballos relinchar. Se oyen relinchar sutilmente, deben estar cerca. Parecen
felices. Deben ser los aullidos. ¡No entiendo cómo pueden ser tan hipnóticos
para ellos!
¡Ah!
¡Los veo! Los caballos están todos reunidos en ese claro. Retozan y dan coces
saltando. Los aullidos están dispersos pero son constantes. Bien, debo
encontrar la manera de usar el ruido de los lobos a mi favor y sacarlos de
aquí.
Hago
una antorcha para ahuyentar a los lobos por si aparecen. Mientras, haré ruido
en la dirección contraria a los aullidos, de esa manera los caballos irán a
donde se producen. La única ventaja de ser ciegos es que no pueden ver el fuego
de la antorcha, pero los lobos sí.
El
plan parece estar funcionando, los caballos caminan asustados por el ruido que
hago, pero parecen felices de ir hacia los lobos. ¡Qué ironía!
¡Ay!
El primer lobo ha salido al encuentro. Los demás deben estar ocultos. ¡Qué
mirada tan espantosa! Sus ojos teñidos de sangre me ven fijamente. Enseña los
colmillos brillosos de saliva mientras su lengua roja se retuerce dentro del
hocico.
_
"¡Eh, tú, animal del infierno! ¡Largo de aquí!" _
Agito
el fuego ferozmente y el lobo retrocede. Los caballos siguen avanzando hacia el
lobo, que cada vez camina hacia atrás al ver la lumbre de la antorcha agitarse
ante él. Los caballos se asustan más con los sonidos que hago y empiezan a
trotar.
Con
mi tobillo aún débil, inicio a correr por entre los caballos para adelantarme a ellos. No puedo hacer mucho
ruido, de lo contrario, los caballos se dispersarán. Necesito aprovechar ahora
que trotan, ponerme al frente y ahuyentar a los lobos que están adelante.
No puedo perder otro corcel.
¿¡Qué!?
Ya no veo más lobos. Parece que han huido.
¡Oh!
¿Por qué se oye un relincho aterrador? ¡No! Los lobos han tendido una trampa.
Mientras yo me adelantaba pensando que la manada estaba junta, los demás no
estaban sino al acecho detrás de los caballos. Sólo esperaron a que me
adelantara para atacar.
¡Me
detengo y me giro. Pasan trotando los caballos por ambos lados de mí y no puedo
creer lo que veo. ¡Una manada de lobos rodea a un corcel! Todos aúllan al mismo
tiempo y el caballo no se mueve. Lo veo girar como extasiado por los aullidos
que oye de todas direcciones. No está nada asustado. Ignora la catástrofe
inminente y yo, aquí estoy sin poder hacer nada, viendo inmóvil la tenebrosa
escena ante mí. ¡Qué horror! Ese lobo grande se acerca y muerde un anca del
gran animal. No hace nada. Se recuesta. ¡Es increíble! Uno a uno los lobos
arrancan trozos de carne mientras el caballo parece dormir. Es como si no
sintiera nada. Es como si estuviera anestesiado y no sabe que está muriendo
lentamente, que su sangre y carne están siendo digeridas por los lobos mientras
él sigue vivo.
Es
muy salada en agua que sale de mis ojos y decido seguir a los demás corceles antes
de que ocurra otra vez lo mismo. La noche aún es larga.
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Han
pasado diez minutos desde que dejé atrás a los lobos con el caballo caído.
Puedo distinguir, al frente, el final de los árboles altos del pequeño bosque
de la isla. Sigo avanzando con mi pie aún hinchado y el dolor ha dado paso a un
entumecimiento, ya no siento nada. Los caballos van delante de mí hacia el
valle. Si los dirijo hacia la izquierda y logro hacer que anden otros veinte
minutos en esa dirección, llegarán al puente. Es necesario que sea esta noche,
antes de que pasen más desgracias.
Repaso
mentalmente las lecciones de mi maestro, Nador Davidis. - Lo más importante es
el sometimiento - Enseñaba siempre. Yo no estaba de acuerdo, pensaba que lo más
importante era ser empático con los animales. Hacer que sintieran que eran
importantes y no sólo que siguieran órdenes temerosos de ser azotados. Pero las
opiniones del domador Nador Davidis eran ley. Su reputación sobrepasaba a la de
todos los maestros domadores. Era reconocido porque sus aprendices eran los mejores.
Cada vez que uno de sus alumnos se destacaba, él se pavoneaba diciendo que era
gracias a él y a sus enseñanzas que lo había logrado. Nador Davidis tenía el
reconocimiento y la confianza del pueblo por ser de los mejores. Ya estaba
retirado de la profesión de domar caballos pero seguía activo en la enseñanza y
capacitación.
Sólo
una vez se me ocurrió decirle lo que yo creía acerca del sometimiento. Se me
quedó viendo y con una sonrisa sarcástica respondió que la experiencia me haría
ver que estaba equivocado, que las lecciones que él impartía estaban basadas en
la más pura y viva práctica de años como el mejor domador que jamás existió. No
volví a contradecirlo más.
Ahora,
creo que empiezo a creer que tiene razón. Tal vez, si de un inicio hubiera sido
más firme, lo caballos se vieran
sometido a mi guía. Pero en el fondo siento que de esa forma los caballos
actuarán siempre con miedo. Yo lo que espero es ver a los caballos libres, preparados
para que vivan conscientes de lo que pueden hacer y no hacer.
La
vida de mi pueblo siempre ha estado ligada a los caballos. Las historias hablan
de la época en la que los sabios corceles hablaban y contribuían al desarrollo
de nuestra sociedad. Recuerdo los tótems de madera que mi padre me llevaba a
ver a la plaza, mientras me narraba las leyendas de la Era de los Corceles.
Tiempos de esplendor y equilibrio entre los hombres y los animales. Eso había
sido hace siglos, pero la avaricia del hombre creció hasta que quiso ser la
única raza poderosa. Entonces, los caballos, por amor al hombre, se hicieron
torpes para evitar alimentar su odio y su avaricia. Por eso, se perdió el
equilibrio y desde entonces, es tarea del hombre volver a hacer a los caballos
sabios para recuperar la armonía y ser felices y prósperos nuevamente.
¿Cómo
llegará a ser eso posible si en vez de procurar la emancipación de los
caballos, se les somete a la fuerza? No, no considero que esa sea la mejor
manera.
Sigo
avanzando por la misma vereda con mi pierna entumecida y dando grandes zancadas
aunque con tropezones espaciados. La arboleda ha quedado a mi espalda y el
trote de los caballos se escucha adelante, débil pero claro. No deben estar muy
lejos y me entusiasma ver que se han ido por el camino que conduce al puente
que atraviesa la brecha de mar entre la isla y la playa del pueblo.
La
luna brilla esplendorosa en medio de una tela de terciopelo negrísima sobre la
cual, las estrellas, cual lentejuelas blancas, resplandecen su luz haciendo
posible que mis ojos divisen con exactitud las cosas que pueblan el lugar.
¡Dios
mío, alcanzo a divisar el puente que atraviesa la isla y los caballos están muy
cerca de él! ¡Es algo maravilloso! Los animales parecen calmados a pesar de lo
ocurrido, están casi quietos. Algo debo hacer para hacerlos ir a través del
puente uno por uno y que todos logren cruzar hacia el pueblo, una vez allá
quedarán en manos de mis compañeros domadores para continuar con la labor.
Estoy
acercándome en silencio cada vez más pero, de repente, escucho los temibles
aullidos de los lobos por todas partes. Los caballos se detienen y mueven las
orejas para localizar el sonido que tanto les encanta. Es ahora el momento de
actuar.
Siento
el calor de la antorcha que todavía tengo en mi mano y se me ocurre incendiar
un círculo de césped para hacer que los caballos avancen hacia el puente, sirve
que eso alejará a los lobos. Me apresuro y el fuego empieza a comer la hierba
que toca, los animales avanzan al sentir la lumbre a sus espaldas. De repente,
el fuego se sale de control y todo se ilumina con una luz amarilla y roja que
relampaguea en un círculo inmenso de llamas danzantes. Puedo ver que los lobos
han llegado y se agazapan en una gran multitud. Son más de los que creía haber
visto en el bosque, probablemente una cuarentena de hocicos terroríficos que
saborean a su presa en anticipación.
Observo
con asombro que uno de los corceles se acerca peligrosamente a la orilla del
risco donde se encuentra el puente semicolgante de madera. No es un abismo muy
profundo el que separa el pasadizo de las aguas que rodean la isla, pero el mar
está embravecido y se agita constante debajo del acantilado.
Me apresuro
para esparcir el fuego lo más cerca del puente y que los caballos no tengan
opción más que cruzarlo. Casi me quemo pero lo hago, los equinos caminan sombre
las maderas poco tambaleantes y se dirigen lentamente fuera de la isla. Faltan
muchos todavía, pero parece que los de atrás siguen a sus hermanos pioneros. Los
lobos pierden el miedo al fuego y tratan de atacar, presintiendo que es su
última oportunidad.
Uno de
los lobos se me acerca desafiante cuando me internaba al círculo de llamas por
un espacio libre de éstas; le arrojo la antorcha, el animal retrocede solo por
unos instantes y el fuego sella el círculo. La lumbre crece cada vez más y
presiento que pronto alcanzará la madera del puente así que golpeo a uno de los
caballos rezagados para que se apresure a avanzar, se asusta y quiere escapar
de mí pero se detiene al sentir el calor que todo lo rodea.
Con horror
veo que una de las llamas alcanza el primer eslabón de madera de puente y me
arrojo a apagarla. Cuando estoy tirado tratando de extinguir el fuego, me
percato de que los lobos han encontrado una brecha para entrar y ellos junto
con las llamas, incitan una estampida repentina de los caballos hacia el
puente. Estoy ahí tendido sobre las maderas y las pisadas de los corceles
oprimen mi espalda provocándome un inmenso dolor que resquebraja mis costillas
y mis pulmones colapsan bajo el peso de la caballada.
La madera
sobre la que estoy, la que las llamas alcanzaron, empieza a crujir y a
quebrarse debajo de mí. Así que la sujeto con todas mis fuerzas mientras los
caballos siguen avanzando por encima, unas coces golpean mi cabeza y me siento
desfallecer por momentos, debo resistir, están a punto de lograrlo. La madera
quemada finalmente se rompe por completo y mis brazos son ahora el único
eslabón que mantiene unido el puente. Para colmo los lobos se han acercado
mucho y uno de ellos me sujeta el pie entumido por el esguince con sus fauces. Afortunadamente
el pie está tan dormido que sólo siento la presión de sus dientes pero nada de
dolor. Además, quedan sólo dos caballos por cruzar y debo aguantar hasta mis
últimas fuerzas. Mi cuerpo está completamente magullado y puedo sentir muchos
huesos rotos en mis extremidades y en mi espalda. Crece una sensación de euforia
en mi interior que me hace soportarlo todo, incluso siento felicidad de ver
cruzar el último caballo. Agito con lo que me queda de fuerza mis pies para
evitar que los lobos crucen también.
Veo que
el último caballo toca la orilla de la playa del pueblo y entonces me suelto. Mis
ojos ven a los lobos que se quedan rabiosos en la isla mientras yo, con todo y
algunas maderas flojas del puente caemos hacia el mar, cuyas aguas, me
envuelven como un bálsamo fresco que alivia mis dolores.
La espuma
salada de las olas me cubre y me llena por dentro, introduciéndose por mi nariz
y por mi boca. Ya no siento dolor, sólo una inmensa dicha de saber que ahora los
caballos corren libres, agitando sus crines en el viento y sé que les espera un
futuro mejor. Yo, yo sé que muy pronto me encontraré con mis ancestros en medio
de las estrellas, allá donde humanos y caballos conviven juntos en armonía
perpetua.