lunes, 23 de diciembre de 2013

Crines Libres

El viento salado en mi rostro me hace abrir los ojos. No recuerdo por qué decidí venir aquí. No logro hacerlos salir de esta maldita isla. Si tan solo pudieran ver, si tan solo pudieran distinguir que quiero ayudarlos. ¡Son unos estúpidos!

¿Dónde estarán ahora? Espero que no estén cerca de los riscos. Les encanta la comida cerca de los riscos. No logro entender cómo no se dan cuenta del peligro en el que están al acercarse así a esos precipicios.

Miro hacia el frente. El mar se acuesta tranquilo con sus sábanas turquesas y sus hilos blancuzcos que se tejen y se descosen. Arriba, el sol matutino grita y escucho las primeras palabras del alba. Detrás de mí, reposa la selva que rodea la isla como un cinturón delgado. Cesa ante una extensa pradera que limita con un bosque isleño justo a los pies de un volcán senil y marchito. A mi izquierda, crecen los acantilados y, a mi derecha, cae la arena hasta la playa que se moja con el mar.

Me despejo el estupor de la mañana larga y turbulenta. Es mi tercer día en este lugar.

Ni modo, no hay más remedio que ir a buscarlos. ¡Necesito enseñarles a confiar en mí para salir de aquí! Si no fuera por ese puente tan estrecho mi trabajo sería más fácil. ¿Pero qué de lo que vale la pena es fácil? Por eso he venido yo. Todos creen que puedo hacerlos salir. Yo mismo creí que podría hacerlo fácilmente. Sí, aún creo poder hacerlo. Verán que es posible estar a salvo y vivir finalmente libres.

Tomo mi izquierda, camino a los acantilados. Un camino de media hora  nada más. ¡Ah! Ahí están, trotando a la orilla de la playa. Deben estar buscando comida. Tendré que ser sigiloso y acercarme lentamente al más tranquilo. Aquí voy.

¡No! Apenas me acerco y ya están comenzando a correr. Pero ¿por qué? Ya había logrado acercarme el día anterior. Un momento, noto algo extraño. ¡Tres están sangrando y faltan dos! Alcanzo a contar sólo veintiocho. ¡No puede ser! ¡Qué desgracia! De seguir así perderé mi reputación y no podré regresar al pueblo. ¿Qué respuesta les daré, entonces?

Debieron haber sido esos lobos malditos. Lo peor es que  nadie los ha podido ver y yo sólo escucho sus terribles aullidos como gemidos de sirenas endemoniadas. ¿Cómo pueden engañarlos esos sonidos tan escalofriantes? Deben parecerles seductores y agradables. No entiendo por qué sí huyen de mí ante el más mínimo acercamiento.

¡Han arrancado a galope hacia los riscos! Tengo que pensar, idear un plan para lograr acercarme a ellos. Necesito guiarlos fuera de esta isla antes de la llegada del invierno. No puedo perder más tiempo. Por el momento trataré de alejarlos de los riscos.

Los veo, están pastando en la orilla del abismo. No pueden escucharme por el sonido del mar. Las olas rompen abajo y se deshacen en un gran murmullo de espuma salada. Tal vez, les gusta aquí porque así no oyen nada más a su alrededor. Puede ser que esa sea su manera de sentirse seguros.

Están nerviosos. Parecen tristes a la vez. Sus ojos ciegos muestran su dolor. Puedo darme cuenta que saben que hay menos miembros y que otros están heridos.  Imagino la terrible desesperación de no poder ver y estar a la expectativa de que algo terrible pueda pasar. ¡Qué incertidumbre deben tener!

Los sonidos del astro luz terminan súbitamente. Legiones militantes de nubarrones lo acaparan todo de repente. Parece que el ejército celeste decidiera batirse a duelo entre cúmulos valientes y sombríos. Agitan sus estandartes de combate y resuenan los tambores del cielo.

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Me causa tanta rabia no poder ayudarlos porque no confían en nadie; porque ni siquiera saben que pueden ser rescatados tan fácilmente.

¡Oh, no! Ése de color pardo se está acercando peligrosamente a la orilla. ¡Que no dé un paso más! _ "¡Ho! ¡Aléjate! ¡Eh, tú, escúchame! Despacio, ve hacia el otro lado. Estás a punto de caer. ¡Cuidado! No tengas miedo, siénteme. Quiero ayudarte. ¡Nooo!"_   ¡Maldición! ¡Se resbaló!

_ "¡No huyan, ustedes! ¡Tranquilos! ¡Alto! Soy su amigo. Estoy para ayudarles. ¡No se vayan!" _

Los otros, temerosos de mí y de los sonidos, de repente, producidos alrededor, rompen carrera sobresaltados hacia la delgada línea selvática. Me quedo viendo, inútil, como se alejan. Las ráfagas del viento producido por la batalla del cielo sacuden, con sus látigos, mi cabello.

¿Qué es ese ruido extraño que sube del risco? Me acerco al filo del peñasco y veo con horror y con sorpresa una sombra que se mueve a pocos metros de distancia debajo de mis pies. ¡Oh, Dios! Es el que cayó. Tiene una pata atorada en esa hendidura en la piedra. _ "¡Aguarda! Te ayudaré. No temas."_ Por favor, que no se asuste más. Que aguante sin moverse tanto, mientras saco la soga para intentar lazarlo. Aquí voy. ¡Cielos! Fallé. Que se quede quieto. No puedo volver a fallar. Está demasiado inquieto. _ "¡Ho! ¡Quieto!" _ Aquí está, lo atrapé. Tengo lazada su otra pata. Veré cómo subirlo. Hubiera preferido lazarlo del cuello, pero una pata es mejor que nada. Ojalá que resista la cuerda. Aquí vamos. ¡Qué pesado está! No aguanto. Mis manos se queman. ¡Agh! ¡Qué dolor! No resisto. ¡Mis manos arden!

La piel que cubre la carne de mis manos no aguantan el peso y crece un escozor. Siento que una llama empieza a germinar en mis palmas y el ardor crece tanto que se abre paso para salir expelido hacia su libertad.

¡Lo he soltado! Lo veo caer como en cámara lenta hacia los peñascos bañados por la olas. ¡Dios mío! Ha sido mi culpa. Las piedras del fondo ahora están teñidas de un rojo que se desvanece poco a poco con cada lluvia salada que las rocía. ¡Qué horror! Siento una fuerte punzada en mi pecho y en mi estómago, como si no estuviera. No sé si la salinidad que siento en mi boca es la brisa marina o mis lágrimas brotando de mis ojos entornados. He perdido uno más. Esta vez, fue mi responsabilidad absoluta.

Me levanto lentamente de la orilla del risco con mis manos entumecidas de dolor y llenas de arena oscura y húmeda. Me arde la cara de tanto dolor y pena, pero no tengo más tiempo para duelos inútiles. Tendré que ir por los que quedan antes que termine el día y los lobos vuelvan a acechar. Espero, si no puedo hacer que me sigan por voluntad propia, crear alguna forma para guiarlos lo más cerca del puente antes del anochecer, y así, hacer guardia para evitar que vayan en pos de los aullidos.

¿Y si pretendo ser uno de los lobos que tanto llaman su atención? De esa forma podré hacer que me sigan y sacarlos pronto de la isla. No, no puede ser buena idea. Eso los confundiría más y cuando lleguen los verdaderos lobos, no habrá manera de evitar que vayan directo a su fin.

Pues entonces usaré la fuerza. Los someteré de tal manera que me teman y obedezcan. Soy un domador y se los demostraré con látigo. Voy ahora mismo a cumplir mi profesión.

Penetro el muro verde que la selva levantó. Soy como un fantasma y decidido terminar hoy mi labor.

Veo al grupo un poco temeroso. Los sonidos de las nubes se escuchan a lo lejos. Están reunidos en un pequeño claro de hierbas bajas y marchitas.

_ "¡Ho! ¡Ho! Escuchen el tronido de mi fusta. Teman y muévanse. ¡Ho! ¡Ho!" _

Parece funcionar. El tronido del látigo los espanta y corren despavoridos. ¡Sí, parece funcionar! Ja, ja, ja.

Están huyendo de mí. ¡Eso es! Si no quieren por las buenas, entonces por las malas. Así lo pidieron.

Corren y corren en círculos a mi alrededor tratando de determinar de dónde proviene el sonido del látigo que no pueden ver. Yo los engaño y los hago ir de un lado a otro sólo con agitar mi mano en diferentes direcciones. Tienen que aprender quien manda aquí. Sigan, sigan. Ahora los dirigiré hacia adelante. El problema será hacer que pasen por el estrecho puente. Será difícil que los demás esperen mientras cruzan uno a uno, porque estarán asustados. Pero si logro someterlos de tal manera, podré hacer que aguarden tranquilos.

Pero, ¿qué sucede? Se dispersan. Se separan y huyen en diferentes direcciones. Es peor de lo que imaginé. Es un arduo trabajo verdaderamente. Es más bien un arte domar estos hermosos caballos ciegos a través del puente para sacarlos de la isla.

Termino de agitar mi látigo. Me quedo solo en ese claro y los caballos, en tropel, van hacia la pradera. Me abruma el peso de la vergüenza y la decepción.

Bien, podría hacer como el primer domador, Diócremes. Estuvo años y años intentando sacar de aquí a la anterior caballada. A todos les hacía creer que lo estaba logrando y cobraba su sueldo puntualmente, hasta que el pueblo descubrió que los poquísimo caballos que habían cruzado el puente lo habían hecho por ellos mismos, casi a modo de suerte, y que el domador no hacía bien su obra. Más bien ese hombre era un tremendo holgazán que le tomó el pelo al pueblo por mucho tiempo. Su única motivación era el sueldo que le daban y poco o nada le importaba el bienestar y el futuro de los caballos. Como a éstos tampoco les apresuraba salir de la isla, porque nunca habían salido, sino que habían nacido allí, no les molestaba para nada, al contrario, seguían pastando felices de la vida hasta que los lobos, los riscos u otro peligro los arrastraba fuera de la isla y del mundo. Creo que, en cierto modo, cada uno vivía mediocremente feliz.

Yo no puedo ser así. No puedo engañar al pueblo y peor, no puedo engañarme a mí mismo. No quiero. Además a mí me importa el futuro de los corceles. No sólo se trata de sacarlos de la isla, sino también lograr que se valgan por ellos mismos. Que confíen más en las personas del pueblo para que entonces puedan hacer bien su trabajo de caballo, además deben aprender a distinguir que los lobos significan muerte y que no deben seguir sus aullidos.

Debo ir a ver dónde se han metido ahora. Creo que se dirigieron al valle. Iré allá antes de que anochezca y despierten los lobos. Por lo menos en el valle no hay despeñaderos.

¡Uf! ¡Qué sol tan abrasador y qué calor! Pero ya estoy en el valle, finalmente. Allí están los caballos pastando. Parecen tranquilos. Es buen momento para tocarles una melodía con mi flauta antes de intentar acercarme.

Tal vez el canto "nubes azules" sea el indicado. Aquí voy.

Estoy viendo como los caballos mueven sus orejas tratando de ubicar el sonido. Estoy soplando muy suavemente la canción para que la flauta produzca la delicada melodía que espero surta un efecto tranquilizador. Parece que funciona porque veo que no se han alterado. Hago que las notas que soplo asemejen el sonido casi imperceptible de las nubes cuando surcan el cielo celeste. Se ven mansos y relajados. Seguiré tocando mientras me acerco.

¿Qué pasa ahora en el firmamento? Está empezando a azotar un viento que arremolina las nubes y las vuelve grises. ¡Qué casualidad! Parece una broma del cielo. ¡Qué ironías! Se empieza a oír un murmullo como de muchas aguas pero en las alturas. Dejo de tocar la melodía para observar mejor el espectáculo que se produce sobre mi cabeza.

Miro de nuevo a la caballada y noto cómo se alteran nuevamente. Creo que les desconcierta el cambio drástico de sonidos.

En el cielo, las nubes comienzan a juntarse como en una especie de embudo. ¡Se está haciendo un tornado! _ "¡Rápido, huyan al bosque!" _ Grito desesperado. Los animales relinchan aterrados del gran estruendo que se produce desde arriba. Relámpagos y truenos hacen uso de su poderosa luz y voz. Los caballos, no distinguen de dónde salen esos ruidos aturdidores e inician una carrera descontrolada chocando unos con otros.

_ "¡Ho, ho!" _ Les grito intentando que mi voz sobrepase el temible ruido del cielo. No pasa nada. Quiero que se protejan, que corra hacia la arboleda y estén a salvo. _ ¡"Escuchen, ho, ho!" _ Nada.

Con asombro observo que el embudo se alarga hacia el suelo y el viento se acrecienta poderosamente. Toda la hierba se estremece y sacude con gran fuerza, como si cien millones de aves estuvieran volando en circulos .

El cono de nubes toca el suelo y me doy cuenta yo mismo del peligro. Alcanzo a un caballo amarillo y le doy un azote con mi flauta que se hace mil pedazos contra su cadera de la fuerza que le imprimí. Asustado, da coces en el aire con las patas traseras, relincha con mucha fuerza y eso hace que sus compañeros lo sigan mientras sale disparado hacia la arboleda, justo a donde quería.

El torbellino siniestro crece y comienza a andar como si tuviera patas. Se dirige hacia el lado contrario de los animales pero veo con gran espanto a un caballo, el más delgado, siendo arrastrado hacia atrás. Se levanta en el aire mientras sigue pataleando y relinchando con pavor. El tornado parece perder fuerza y, en ese momento, el pobre animal cae de repente con mucha fuerza y se estrella contra el suelo cubierto de hierba sacudida.

El torbellino desaparece por completo y el viento cesa. Parece como si todo hubiera sido un sueño provocado por una muy corta siesta. Es increíble. Me acerco al caballo tirado. Apenas me dirijo hacia él y veo que se pone de pie y comienza a trotar hacia el bosque. Su familia sigue relinchando y él los puede escuchar. Suspiro profundamente al ver que no le ha pasado nada. A pesar de la tensión y el miedo de hace un minuto, siento un gran alivio. Al parecer, todo fue sólo una experiencia para contar en el bar del pueblo, cuando todo esto haya terminado, si es que termina.

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Si tan sólo tuviera el talento del domador Odisnevio. Oh, el gran Odisnevio se las sabía de todas, todas. Tenía un don maravilloso aunado a una preparación y conocimiento asombroso. Era capaz de guiar a los caballos fuera de la isla en muy poco tiempo. No había nada que impidiera cumplir con su labor, ni lobos, ni riscos, ni hierbas venenosas y es memorable su actuación cuando azotó el gran tornado destructor. Debió haber hecho un estupendo trabajo porque su historia la escuché muchas veces cuando era niño. Todos en el pueblo lo elogiaban por su gran proeza para lograr que los caballos mordieran, todos, raíces en la tierra y evitar así ser arrastrados por el viento.

Yo, con la mitad de los conocimientos en sus técnicas de dominio, educaría a los animales a valerse por sí mismos. Esto es lo que nunca hizo Odisnevio. Su tacañería de conocimiento hizo de los caballos unos inútiles dependientes siempre de él. Si él no estaba, los caballos seguían siendo tan ingenuos como si no hubieran tenido nunca un domador. De poco servía que salieran de la isla. No podían trabajar haciendo todo lo que pueden hacer los caballos. Lo único que termiaban haciendo era vivir atados a molinos de piedra. Triturando granos y aceitunas el resto de sus vidas, porque no habían aprendido casi nada. Si el domador no estaba ahí, nada hacían. Su caso es lamentable, pues fue un desperdicio en todos los aspectos: desperdicio de los talentos del domador y desperdicio de cualidades equinas. Si yo tuviera aquella mítica inteligencia, la usaría en beneficio de los caballos y no sólo del mío propio.

¿Y ahora? Los caballos huyeron al bosque después del tornado. Necesito saber donde están antes de que se haga más tarde. Con la espesura de los árboles,  se oscurece más rápido allá adentro. Los lobos son un peligro inminente y no dudarán en atacar sabiendo que los caballos están en su territorio. Tengo que encontrarlos antes. ¡Agh! ¿Qué tengo en mi pie? Es un dolor increíble. ¡Cielos! ¡Está increíblemente hinchado! Giro lentamente el pie para descartar una fractura. Bien, al parecer sólo es un esguince en el tobillo. La adrenalina debió haber bloqueado el dolor todo este tiempo pero ahora ya comienzo a sentirlo. Me adentraré en el bosque, necesito recargarme en un tronco y conseguir una rama. ¡Cómo duele mientras camino! Es como si estuviera pisando constantemente un clavo que penetra desde mi talón y se incrusta hasta mi cadera, pasando a través de toda mi pierna. Bien, allí hay una árbol con una rama justo como la necesito. Es larga,  flexible y casi llega al suelo. Es ideal. Ok, manos a la obra.

Ya comienzan a cambiar de color los rayos del sol. Es indicio del inminente ocaso. Tengo que apresurarme. Bien, lo que necesito es atar mi pie a la rama. ¡Agh! Es más difícil de lo que creí. Se me deshace el nudo justo cuando estoy apretándolo. Está bien, una vez más. ¡Eso es! Lo logré. Y ahora, lo más complicado. Espero que resulte y no me vaya peor. Tengo que dar un salto y dejar caer mi cuerpo para que la rama dé un tirón a mi tobillo y se deshaga la lesión. Dios, que funcione, por favor. Y uno, dos, tres ¡AGHHH!

El tirón me hizo sentir un dolor tan intenso. Estoy sudando, pero... parece que ha quedado bien. ¡Lo estoy moviendo y ya no siento dolor! ¡SÍ! ¡Gracias a Dios! Me desato el pie. Ahora que me reincorporo y apoyo mi pierna, todo parece estar bien.

Estoy caminando por el bosque, los rayos del sol aún se filtran levemente por entre el follaje. No tengo idea de dónde puedan estar los caballos. Escucho un silencio especial, es el silencio que se produce cuando la fauna diurna se inicia a dormir y los animales nocturnos empiezan a despertar. La noche está por llegar y necesito cuidar la caballada de los lobos.

Mi tobillo, aunque está mejor, todavía me hace tener la sensación de su debilidad. Concentro mi atención a cada paso que doy para no volverlo a lastimar.

El silencio se rompe. Oigo los primeros sonidos de la noche. La luz se hace cada vez más tenue. ¡Oh! Ese sonido lejano, el primer aullido. Mi piel se eriza porque mi imaginación se anticipa a los posibles acontecimientos fatales. Aprieto el paso.

¡Uf! ¡Qué cansancio! Esta hora de caminata ha sido de lo más pesada. Los aullidos han aumentado y los oigo más fuertes y frecuentes. También escucho a los caballos relinchar. Se oyen relinchar sutilmente, deben estar cerca. Parecen felices. Deben ser los aullidos. ¡No entiendo cómo pueden ser tan hipnóticos para ellos!

¡Ah! ¡Los veo! Los caballos están todos reunidos en ese claro. Retozan y dan coces saltando. Los aullidos están dispersos pero son constantes. Bien, debo encontrar la manera de usar el ruido de los lobos a mi favor y sacarlos de aquí.

Hago una antorcha para ahuyentar a los lobos por si aparecen. Mientras, haré ruido en la dirección contraria a los aullidos, de esa manera los caballos irán a donde se producen. La única ventaja de ser ciegos es que no pueden ver el fuego de la antorcha, pero los lobos sí.

El plan parece estar funcionando, los caballos caminan asustados por el ruido que hago, pero parecen felices de ir hacia los lobos. ¡Qué ironía!

¡Ay! El primer lobo ha salido al encuentro. Los demás deben estar ocultos. ¡Qué mirada tan espantosa! Sus ojos teñidos de sangre me ven fijamente. Enseña los colmillos brillosos de saliva mientras su lengua roja se retuerce dentro del hocico.

_ "¡Eh, tú, animal del infierno! ¡Largo de aquí!" _

Agito el fuego ferozmente y el lobo retrocede. Los caballos siguen avanzando hacia el lobo, que cada vez camina hacia atrás al ver la lumbre de la antorcha agitarse ante él. Los caballos se asustan más con los sonidos que hago y empiezan a trotar.

Con mi tobillo aún débil, inicio a correr por entre los caballos para adelantarme a ellos. No puedo hacer mucho ruido, de lo contrario, los caballos se dispersarán. Necesito aprovechar ahora que trotan, ponerme al frente y ahuyentar a los lobos que están adelante. No puedo perder otro corcel.

¿¡Qué!? Ya no veo más lobos. Parece que han huido.

¡Oh! ¿Por qué se oye un relincho aterrador? ¡No! Los lobos han tendido una trampa. Mientras yo me adelantaba pensando que la manada estaba junta, los demás no estaban sino al acecho detrás de los caballos. Sólo esperaron a que me adelantara para atacar.

¡Me detengo y me giro. Pasan trotando los caballos por ambos lados de mí y no puedo creer lo que veo. ¡Una manada de lobos rodea a un corcel! Todos aúllan al mismo tiempo y el caballo no se mueve. Lo veo girar como extasiado por los aullidos que oye de todas direcciones. No está nada asustado. Ignora la catástrofe inminente y yo, aquí estoy sin poder hacer nada, viendo inmóvil la tenebrosa escena ante mí. ¡Qué horror! Ese lobo grande se acerca y muerde un anca del gran animal. No hace nada. Se recuesta. ¡Es increíble! Uno a uno los lobos arrancan trozos de carne mientras el caballo parece dormir. Es como si no sintiera nada. Es como si estuviera anestesiado y no sabe que está muriendo lentamente, que su sangre y carne están siendo digeridas por los lobos mientras él sigue vivo.

Es muy salada en agua que sale de mis ojos y decido seguir a los demás corceles antes de que ocurra otra vez lo mismo. La noche aún es larga.

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Han pasado diez minutos desde que dejé atrás a los lobos con el caballo caído. Puedo distinguir, al frente, el final de los árboles altos del pequeño bosque de la isla. Sigo avanzando con mi pie aún hinchado y el dolor ha dado paso a un entumecimiento, ya no siento nada. Los caballos van delante de mí hacia el valle. Si los dirijo hacia la izquierda y logro hacer que anden otros veinte minutos en esa dirección, llegarán al puente. Es necesario que sea esta noche, antes de que pasen más desgracias.

Repaso mentalmente las lecciones de mi maestro, Nador Davidis. - Lo más importante es el sometimiento - Enseñaba siempre. Yo no estaba de acuerdo, pensaba que lo más importante era ser empático con los animales. Hacer que sintieran que eran importantes y no sólo que siguieran órdenes temerosos de ser azotados. Pero las opiniones del domador Nador Davidis eran ley. Su reputación sobrepasaba a la de todos los maestros domadores. Era reconocido porque sus aprendices eran los mejores. Cada vez que uno de sus alumnos se destacaba, él se pavoneaba diciendo que era gracias a él y a sus enseñanzas que lo había logrado. Nador Davidis tenía el reconocimiento y la confianza del pueblo por ser de los mejores. Ya estaba retirado de la profesión de domar caballos pero seguía activo en la enseñanza y capacitación.

Sólo una vez se me ocurrió decirle lo que yo creía acerca del sometimiento. Se me quedó viendo y con una sonrisa sarcástica respondió que la experiencia me haría ver que estaba equivocado, que las lecciones que él impartía estaban basadas en la más pura y viva práctica de años como el mejor domador que jamás existió. No volví a contradecirlo más.

Ahora, creo que empiezo a creer que tiene razón. Tal vez, si de un inicio hubiera sido más firme, lo  caballos se vieran sometido a mi guía. Pero en el fondo siento que de esa forma los caballos actuarán siempre con miedo. Yo lo que espero es ver a los caballos libres, preparados para que vivan conscientes de lo que pueden hacer y no hacer.

La vida de mi pueblo siempre ha estado ligada a los caballos. Las historias hablan de la época en la que los sabios corceles hablaban y contribuían al desarrollo de nuestra sociedad. Recuerdo los tótems de madera que mi padre me llevaba a ver a la plaza, mientras me narraba las leyendas de la Era de los Corceles. Tiempos de esplendor y equilibrio entre los hombres y los animales. Eso había sido hace siglos, pero la avaricia del hombre creció hasta que quiso ser la única raza poderosa. Entonces, los caballos, por amor al hombre, se hicieron torpes para evitar alimentar su odio y su avaricia. Por eso, se perdió el equilibrio y desde entonces, es tarea del hombre volver a hacer a los caballos sabios para recuperar la armonía y ser felices y prósperos nuevamente.

¿Cómo llegará a ser eso posible si en vez de procurar la emancipación de los caballos, se les somete a la fuerza? No, no considero que esa sea la mejor manera.

Sigo avanzando por la misma vereda con mi pierna entumecida y dando grandes zancadas aunque con tropezones espaciados. La arboleda ha quedado a mi espalda y el trote de los caballos se escucha adelante, débil pero claro. No deben estar muy lejos y me entusiasma ver que se han ido por el camino que conduce al puente que atraviesa la brecha de mar entre la isla y la playa del pueblo.

La luna brilla esplendorosa en medio de una tela de terciopelo negrísima sobre la cual, las estrellas, cual lentejuelas blancas, resplandecen su luz haciendo posible que mis ojos divisen con exactitud las cosas que pueblan el lugar.

¡Dios mío, alcanzo a divisar el puente que atraviesa la isla y los caballos están muy cerca de él! ¡Es algo maravilloso! Los animales parecen calmados a pesar de lo ocurrido, están casi quietos. Algo debo hacer para hacerlos ir a través del puente uno por uno y que todos logren cruzar hacia el pueblo, una vez allá quedarán en manos de mis compañeros domadores para continuar con la labor.

Estoy acercándome en silencio cada vez más pero, de repente, escucho los temibles aullidos de los lobos por todas partes. Los caballos se detienen y mueven las orejas para localizar el sonido que tanto les encanta. Es ahora el momento de actuar.

Siento el calor de la antorcha que todavía tengo en mi mano y se me ocurre incendiar un círculo de césped para hacer que los caballos avancen hacia el puente, sirve que eso alejará a los lobos. Me apresuro y el fuego empieza a comer la hierba que toca, los animales avanzan al sentir la lumbre a sus espaldas. De repente, el fuego se sale de control y todo se ilumina con una luz amarilla y roja que relampaguea en un círculo inmenso de llamas danzantes. Puedo ver que los lobos han llegado y se agazapan en una gran multitud. Son más de los que creía haber visto en el bosque, probablemente una cuarentena de hocicos terroríficos que saborean a su presa en anticipación.

Observo con asombro que uno de los corceles se acerca peligrosamente a la orilla del risco donde se encuentra el puente semicolgante de madera. No es un abismo muy profundo el que separa el pasadizo de las aguas que rodean la isla, pero el mar está embravecido y se agita constante debajo del acantilado.

Me apresuro para esparcir el fuego lo más cerca del puente y que los caballos no tengan opción más que cruzarlo. Casi me quemo pero lo hago, los equinos caminan sombre las maderas poco tambaleantes y se dirigen lentamente fuera de la isla. Faltan muchos todavía, pero parece que los de atrás siguen a sus hermanos pioneros. Los lobos pierden el miedo al fuego y tratan de atacar, presintiendo que es su última oportunidad.

Uno de los lobos se me acerca desafiante cuando me internaba al círculo de llamas por un espacio libre de éstas; le arrojo la antorcha, el animal retrocede solo por unos instantes y el fuego sella el círculo. La lumbre crece cada vez más y presiento que pronto alcanzará la madera del puente así que golpeo a uno de los caballos rezagados para que se apresure a avanzar, se asusta y quiere escapar de mí pero se detiene al sentir el calor que todo lo rodea.
Con horror veo que una de las llamas alcanza el primer eslabón de madera de puente y me arrojo a apagarla. Cuando estoy tirado tratando de extinguir el fuego, me percato de que los lobos han encontrado una brecha para entrar y ellos junto con las llamas, incitan una estampida repentina de los caballos hacia el puente. Estoy ahí tendido sobre las maderas y las pisadas de los corceles oprimen mi espalda provocándome un inmenso dolor que resquebraja mis costillas y mis pulmones colapsan bajo el peso de la caballada.

La madera sobre la que estoy, la que las llamas alcanzaron, empieza a crujir y a quebrarse debajo de mí. Así que la sujeto con todas mis fuerzas mientras los caballos siguen avanzando por encima, unas coces golpean mi cabeza y me siento desfallecer por momentos, debo resistir, están a punto de lograrlo. La madera quemada finalmente se rompe por completo y mis brazos son ahora el único eslabón que mantiene unido el puente. Para colmo los lobos se han acercado mucho y uno de ellos me sujeta el pie entumido por el esguince con sus fauces. Afortunadamente el pie está tan dormido que sólo siento la presión de sus dientes pero nada de dolor. Además, quedan sólo dos caballos por cruzar y debo aguantar hasta mis últimas fuerzas. Mi cuerpo está completamente magullado y puedo sentir muchos huesos rotos en mis extremidades y en mi espalda. Crece una sensación de euforia en mi interior que me hace soportarlo todo, incluso siento felicidad de ver cruzar el último caballo. Agito con lo que me queda de fuerza mis pies para evitar que los lobos crucen también.

Veo que el último caballo toca la orilla de la playa del pueblo y entonces me suelto. Mis ojos ven a los lobos que se quedan rabiosos en la isla mientras yo, con todo y algunas maderas flojas del puente caemos hacia el mar, cuyas aguas, me envuelven como un bálsamo fresco que alivia mis dolores.


La espuma salada de las olas me cubre y me llena por dentro, introduciéndose por mi nariz y por mi boca. Ya no siento dolor, sólo una inmensa dicha de saber que ahora los caballos corren libres, agitando sus crines en el viento y sé que les espera un futuro mejor. Yo, yo sé que muy pronto me encontraré con mis ancestros en medio de las estrellas, allá donde humanos y caballos conviven juntos en armonía perpetua.

martes, 22 de octubre de 2013

Niebla y Durazno

Se hace cada vez menos densa la pesada niebla matutina que, inexplicablemente, cobija al pueblo de Guerrero, Tamaulipas. Apenas se pueden distinguir los arbustos a menos de 100 metros de distancia de la casa agrietada, pobre y gris.

Dentro, dos criaturas se despiertan por el dolor agudo del hambre. Son dos hermanos huérfanos. Dejaron de ver a sus padres poco después de que las aguas de la recién creada presa Falcón lo cubrieran todo. El mayor, de doce años voltea a ver su pequeño hermano de siete. Lo ve amodorrado sobre las colchas que tenía a modo de cama, sobre el piso polvoriento, así como todo lo demás en ese pueblo. El pequeño, le sonríe como saludo a su hermano mayor, éste lo ve con ternura y no puede dejar de sentir un rastro de lástima y envidia. Estos sentimientos afloran en él cada vez que se hace evidente el retraso mental del hermano menor. Una discapacidad que no le permitiría nunca valerse por sí mismo, pero que, a la vez, le impedía concebir la desgracia y la miseria humana y, en cierto sentido, ser feliz.

_ “¡Hola, tú!” _ Dijo el hermano mayor levantando su cabeza rápidamente, dándole así los buenos días. Estaba encima de su catre cubierto solamente por una sábana raída de color celeste. El otro, solo le mostraba su sonrisa llena de dientes pequeños y llenos de sarro.

Después de bostezar profundamente, el que estaba en el catre, bajó sus pies descalzos al piso frío de la casucha. Se dirigió hacia la puerta trasera de la casa, salió y se refrescó la cara echándose agua gélida de una tarja con las manos. Llenó un vaso de latón con agua y bebió. Luego, lo volvió a llenar y entró de nuevo a la casa.

Le dio el vaso con agua a su hermano menor, el pequeño lo tomó con ambas manos y tomó solo un sorbo. _ “Papa”_ Fue lo que dijo. “Sí, ya sé que tienes hambre. Yo también. Voy a salir a ver qué encuentro. No me tardo. Quédate aquí y juega con los carritos”. _ Le respondió el hermano mayor y se dispuso para salir de la casa por la puerta de enfrente.

Afuera, la calle terregosa estaba más seca que de costumbre, a pesar de que todas las noches caía un sereno que provocaba siempre un ambiente húmedo. Parecía como si la tierra se bebiera las minúsculas gotas de rocío que traía consigo el sereno. El muchachito no vio a nadie. Ni siquiera podía distinguir la casa más próxima a 150 metros de distancia, la niebla seguía espesa. Frente a la casa se extendía un espacio amplio de tierra y a 20 pasos, un poco a la derecha, estaba una noria de piedra, al igual que todas las construcciones del pueblo. Más allá del pozo, comenzaban a crecer arbustos y matorrales.

Los árboles más altos de la zona no superaban los tres metros. La  flora se limitaba a huizaches, mezquites, yucas y nopales. Afuera de su casa, el ambiente cubierto de niebla, estaba siempre húmedo y fresco. Las pocas casas que había eran todas de piedra y adobe. Estaban muy separadas unas de otras. Los terrenos, de cada casucha, por consiguiente, eran muy extensos. Todas las casas eran cuadradas divididas internamente por uno o dos cuartos, solamente. Las paredes anchas hacían que el clima interno se conservara, es decir, si era invierno, dentro no estaba tan frío y si era verano, tampoco estaba tan caliente.

 El chico se dirigió caminando con sus zapatos rotos y mugrosos rumbo a una casa vecina. Pasándola, a otros 200 metros más de distancia, estaba la tienda de Don Nacho. La tienda no era más que un cuartucho de dos metros cuadrados. Dentro había estantes vacíos y muy pocos con el tipo de cosas que duran mucho tiempo en las estanterias como: cestos, escobetas, cazuelas, estropajos y cucharones. Todo, en la tienducha estaba lleno de polvo y daba la sensación de que nadie entraba ahí en mucho tiempo.

 El jovencito no tenía dinero pero siempre salía con alguna fruta o alguna pieza de pan que tomaba de ahí. Hacía mucho que no veía a Don Nacho atendiendo su negocio, así que sólo entraba al tendajo semivacío y siempre tomaba algo para comer de lo poco que podía encontrar. Decía en voz alta, pensando que Don Nacho se encontraba en la trastienda: _ “¡Don Nacho, apúnteme esta fruta!” _ O_  “¡Don Nacho, apúnteme este pan! Luego mis papás se lo vienen a pagar” _ Mentía y salía de la tienda.

Así pues, el chico abandonaba la tienda con algo para comer que compartía con su hermano menor. No era la gran cosa. Casi siempre resultaba sólo una fruta medio podrida o un trozo de bolillo duro, pero siempre agradecía a la providencia por el sustento diario. Los padres de los hermanos les habían inculcado la religión cristiana, así que cada vez que se llevaban algo a la boca, lo agradecían a Dios.

El camino de regreso a la casa siempre se le hacía más largo que el de ida. El hambre constante que sentía le provocaba considerar la idea de comerse lo que llevaba, sin compartirlo con su hermano, pensamiento que de inmediato apartaba de sí y proseguía por el trayecto. Sin embargo, ese día en especial el retorno se le hizo muy largo. Mucho más de lo normal.

Mientras caminaba, reparó en algo que no había llamado antes su atención. En la tienda de Don Nacho casi no había cosas, pero usualmente había un canasto con algo de la comida que él tomaba todos los días. No sabía exactamente de dónde salía esa comida.  Hacía tiempo que no veía a nadie en la tienda, ni en ningún otro lado en el pueblo, pero pensaba que tal vez Don Nacho, le colocaba en el cesto algo por pura misericordia. Esa ocasión, lo curioso era que sólo encontró una manzana muy madura, tanto que ya había zonas marrones. Miró a otros lados de la tienda pero no vio nada más, ni a Don Nacho, cuya ausencia ya era habitual para el muchacho.

Con hambre, durante la corta travesía vuelta a casa, al chico le pareció oír risas de una joven. Volteó para todos lados tratando de localizar el sonido, pero no vio nada. No era una risa que le pareciera conocida. Sin darle mucha importancia prosiguió rumbo a casa.

Al llegar, le dio la mitad buena de la manzana a su hermanito Julio y él se quedó con la parte más madura, casi podrida. _ “¡Gracias, Julián!”_ Pronunció como pudo y a su modo el hermanito, cuyo problema mental hacía que una afasia le provocara pronunciar deficientemente las palabras. _ “Gracias, Dios, por tu provisión”. _ Rezó en voz alta Julián antes de que él y Julio comieran la fruta.

El día pasó sin novedades y llegó la noche. Los sueños, prolíficos en la mente de Julián, el hermano mayor, esta vez estuvieron quietos y en absoluto silencio. Volvió a ser de mañana y Julián se disponía de nuevo a ir a la tienda de Don Nacho.

Saludó a su hermanito Julio de manera habitual y, además de darle su vaso de agua matinal, lo bañó. Le lavó el cuerpo con un trapo húmedo mientras Julio gritaba y lloraba porque no le gustaba el contacto de su piel con el agua fría. _ “Ya, Julio, no seas llorón. Ya estabas muy sucio. Es mejor bañarse con agua fría que quedarse como cochino”._ Julián hizo lo mismo después. Se bañó afuera, detrás de la casa y apretó los labios para no hacer el sonido que provoca el agua helada sobre el cuerpo humano recién amanecido. _”¡Qué rico es darse un baño con el agua fría!”. _ Gritó fuerte (obviamente usando el sarcasmo) para que su hermanito lo escuchara adentro y no estuviera tan renuente a su propio aseo físico.

Cuando salió de la casucha, creyó ver una figura dentro de los matorrales. No estaba seguro debido a la espesa niebla que todo lo cubría. Creyó oír luego, la misma risa de la chica que había creído oír ayer.

Se acercó despacio hacia los matorrales. Ahora la risa le parecía más clara y fuerte. Se metió en ellos tratando de descubrir a quien le pertenecía. Caminó durante cinco minutos. Luego se hicieron diez, quince minutos, y llegó hasta un charco grande de agua estancada que apestaba a letrina. Del otro lado, pensó distinguir una silueta delgada pero con las curvas de la femineidad. No estaba seguro de lo que veía pero algo sí le constó. La figura que creía ver, llevaba, en lo que parecían las manos, un objeto redondo y de color amarillo rosado. Julián creyó que era un durazno. Uno muy grande. De hecho, si era un durazno, era el más grande que hubiera visto jamás. _ “¡Oye! ¿Quién eres?”_ Gritó. Silencio. De pronto, la figura de muchacha que Julián creía ver se movió rápidamente y se esfumó en la distancia. Silencio.

Julián, confundido por lo que había creído ver, dio marcha atrás y mejor se dirigió a la tienda de Don Nacho. 

Una vez dentro, vio el negocio vacío. No le sorprendió. Esta vez, sobre el cesto, Julián vio solo media pieza de bolillo y un plátano. Agradeció a Dios por su bendita providencia y bendijo en silencio a Don Nacho por su amabilidad, incluso cuando se dio cuenta de que el pan estaba muy enmohecido y el plátano muy aguado y de color absolutamente negro. _ “Ni modo, algo es mejor que nada”. _ Se dijo el muchacho en un susurro casi imperceptible.

Esta ocasión, a mitad del camino a casa, el muchacho creyó oír a lo lejos una melodía. Teniendo mucho tiempo disponible de por medio, decidió ir a investigar el origen de lo que sus oídos parecían percibir. Cogió una vereda estrecha a la izquierda de la calle y caminó diez minutos. Se detuvo al ver en frente una casucha todavía más descuidada que la suya. Era de una sola pieza cuadrada, de piedra y adobe, como era la costumbre arquitectónica de la época, pero no tenía puerta, ni techo. Había pedazos de las paredes muy desgastados y partes derrumbadas. Pareciera que la casa hubiera sido arrasada por una tromba y solo hubiera quedado el duro cascarón. Sin embargo, lo más curioso era la música que Julián percibía desde dentro. 

Sin temor alguno, el jovencito se acercó y se introdujo para saber quién tenía música. Quizás, hubiera alguien más que le pudiera tender  una  mano a los hermanos. Al asomarse al interior, Julián vio una sola habitación vacía. En una esquina había un megáfono de cuerda que sonaba en ese momento. La música era una balada que el chico jamás había oído antes pero que no le desagradó en lo más mínimo. Cuando se acercó al aparato con paso lento, oyó, fuera de la casa, una risita como la que pensó haber escuchado la vez pasada. De pronto, todo quedó en silencio. Ya no había ni risa ni melodía. Julián volteó de nuevo a la esquina donde antes creyó haber escuchado la musica, se acerco hasta que sus dedos acariciaron el megáfono y éste, se desquebrajó enseguida. El muchacho se quedó sorprendido y se convenció a sí mismo de que todo había sido una jugarreta de su imaginación y de su hambre. Salio de ahí de prisa y se dirigió camino a casa, nuevamente. 

Al llegar a su hogar, le dio la fruta a su hermano Julio y él se quedó con el pan. Moría de hambre. Cuando hundió los dientes en el pan se sorprendió de que estuviera suave, comparado con las piezas duras que encontraba. Pero la suavidad del pan se debía a algo asqueroso. El bolillo estaba tan lleno de moho que resultaba increíblemente amargo. Julián escupió el bocado, pero el hambre era tanta que decidió que lo mejor era tragarse pedacitos de pan con un sorbo de agua. Así que fue por su vaso de latón, lo llenó de agua y se dispuso a terminarse el pan, agradeciendo a Dios por la comida.

Mientras comía su amargo bocado, veía como Julio disfrutaba de su plátano con singular gusto. En esos momentos era cuando el hermano mayor envidiaba la discapacidad mental de Julio para no darse cuenta de lo mal que la estaban pasando. El resto del día, Julio y Julián se la pasaron dormitando. Casi no tenían fuerzas para hacer algo más. Por ratos, Julián le contaba historias a su hermanito hasta que la fatiga les ganaba a ambos y se volvían a quedar dormidos.

Otra noche pasó sin sueños. 

A la mañana sigiente, después de lo habitual, Julián salió de casa y esta vez, estuvo casi seguro de haber visto bien. Una muchacha con un vestido negro que destacaba una piel blanca y pálida parecía alejarse de nuevo, de la casucha hacia los arbustos. ¿Los habría estado espiando dentro mientras dormían? Se preguntó Julián y corrió para intentar alcanzar su visión. Llegó al mismo sitio, el charco grande de agua estancada. Al otro lado, la figura parecía dar mordidas a lo que el chico pensaba que era un durazno grande y jugoso. Se le hacía agua la boca. La figura, seguía oculta detrás del velo de la eterna niebla y Julián dudaba de que lo que veía fuera real. Gritó y agitó los brazos, pero nada. Seguía el silencio. Ni siquiera escuchaba los ruidos típicos de la naturaleza. La figura, finalmente se desvaneció y Julián creyó que del hambre, hasta alucinaba.

Al llegar de nuevo a la tienda de Don Nacho, vio una naranja. _ “¿Sólo una naranja?”. _ Se preguntó Julián a sí mismo, decepcionado. Buscó a Don Nacho pero no lo encontró. Salió de la tienda, le dio la vuelta. Nada. Sólo silencio. Regresó a casa y peló su naranja mientras rezaba en agradecimiento a Dios por darles una naranja para comer. Al abrirla, descubrió que los gajos eran muy pequeños y que estaban cubiertos por algunos gusanos. Sin asco alguno, los quitó y dividió los gajos con su hermanito. Prefirió darle la mayoría a Julio y se dijo a sí mismo que saldría a buscar más comida para él.

Fuera de la casa, mientras Julio dormitaba, Julián se dirigió al pozo de agua de enfrente. Creyó oír de nuevo a la chica de vestido negro y se dirigió a los arbustos. Silencio. Sólo silencio. No veía nada. La única sensación que lo abarcaba todo era el dolor del hambre que lo hizo sentarse en el suelo. Ahí, tirado sobre la tierra seca, vio como un grillo negro pasaba a un lado de él y sin pensarlo más, lo tomó y se lo tragó como si fuera una exquisito bocado. Agradeció a Dios porque pasó ese insecto justo a un lado de él y no tuvo que esforzarse en buscar qué comer.

Antes de que Julián reparara en lo que había engullido, oyó un fuerte sonido que provenía de la dirección donde estaba su casa. Creyó oír la risa de la chica y se puso de pie. Apresuró el paso de vuelta a la casucha y vio la puerta frontal abierta. Se abalanzó hacia ella corriendo y, cuando entró, vio una escena escalofriante. Una muchacha de vestido vaporoso negro con listón gris, apenas más grande que él, estaba sentada en el suelo. Tenía a su hermano Julio sobre su regazo y lo estaba amamantando. La piel de sus pechos, como la del resto del cuerpo, era muy blanca. Contrastaba con el cabello y los ojos oscuros. Julián se quedó quieto en el umbral de la puerta viendo esa imagen.

De la comisura de los labios de su hermano veía escurrir leche espesa con unas líneas rojas. ¿Era sangre? ¿Su hermano bebía leche con sangre de los pechos de una muchacha tan joven? La chica levantó la vista directamente a los ojos de Julián y sonrió. Su dentadura era un perfecto desfile de perlas sobre el lecho púrpura de sus labios carnosos. Los ojos de la chica, sin embargo no mostraban ninguna expresión. Julián sintió como una corriente eléctrica golpeaba su espalda, a lo largo de la columna vertebral.

 En ese momento, Julián abrió los ojos y volteó alrededor. Se encontraba jadeante y lleno de sudor sobre el piso, sentado. Sólo vio a su hermano dormido sobre su regazo. ¿Todo fue un sueño? Se preguntó Julián en silencio. Colocó suavemente a Julio a su lado y se puso de pie. Cuando iba a salir por la puerta se detuvo y sintió algo entre sus dientes. Se acercó la mano a los labios y sacó un palito. Se le quedó viendo por unos segundos y se dio cuenta de que era la pata de un insecto. ¿Qué había pasado realmente? Se preguntaba. En el rostro de Julián, de pronto, se vieron reflejados muchos años, muchos más de los doce que en realidad tenía.

Una vez fuera de la casa, Julián fue directamente al pozo. Se recargó con ambas manos sobre el borde y metió la cabeza en el agujero. Trataba de ponerle algo de orden a todo lo que pasaba. No entendía nada. Apenas si comenzaba a comprender la vida y lo que estaba experimentando le parecía demasiado extraño para poderlo asimilar.

Sintió de repente unos espasmos en el abdomen. Unas nauseas increíbles y unos deseos muy fuerte de vomitar. Tuvo arcadas pero no podía vomitar nada. Sentía sólo el sabor amargo de los jugos del estómago y mejor se sentó con la espalda recargada en la pared del pozo. Descansó así unos minutos. Luego se puso nuevamente de pie y decidió entrar a la casa, salir por la puerta trasera y tomar algo de agua, así como lavarse la cara.

Cuando entró nuevamente vio a Julio en el mismo lugar donde estaba antes pero su piel no parecía la misma. Julián vio como su hermanito, que dormía en silencio, tenía la piel mucho más oscura. Su cara tampoco se veía normal, sus rasgos daban la impresión de estar deformes. Era como si su hermano estuviera transformándose en algo horrible. A Julián toda la cabeza le daba vueltas. No sabía si lo que veía era real o no. Agitó su cabeza de un lado a otro como para despejarse y se dirigió al fondo de la casa. Salió y se echó abundante agua fría sobre la cabeza. Suspiró fuertemente cuando sintió el agua helada sobre su rostro y titiritó cuando un poco se le escurrió por la espalda.

Tomó varios sorbos de agua y volvió a entrar. Cuando cerró la tela mosquitera a su espalda, el tiempo pareció detenerse. Todo se veía como en cámara lenta además de borroso. Dando tropezones, el hermano mayor llegó al borde de su catre y se dejó caer de golpe. Todo se volvió oscuro. Todo se tornó silencioso.

De pronto, el silencio y la oscuridad cedieron lentamente. Julián tuvo una imagen de un lugar sobre las nubes. Todo se empezaba a iluminar poco a poco con una luz dorada. Las nubes cobraban una tonalidad amarillenta y el cielo celeste se teñía poco a poco del dorado de la luz que parecía inundarlo todo. Entre las nubes, Julián vio que una figura se perfilaba lentamente. Era la misma chica de la sonrisa. Esta vez, su vestido era blanco y el listón de la cintura de color celeste. Lo curioso de la visión es que la muchacha seguía sosteniendo el durazno que Julián había creído ver. La chica flotaba entre las nubes y daba la impresión de ser un hermoso ángel.

La visión celestial de Julián duró sólo unos instantes y la luz comenzó a menguar de nuevo. Todo volvía a estar en tinieblas. Silencio.

El chico comenzó a abrir los ojos lentamente. Todavía era de día y la luz que entraba por las ventanas le cegaba un poco los ojos. Mientras la visión borrosa comenzaba a hacerse nítida, Julián sintió nuevamente el dolor agudo del hambre en su vientre. Se puso de pie y se dirigió a la cocineta sucia y llena de trastes viejos y llenos de polvo. Se talló los ojos y vio algo muy grande sobre la mesa.

Julián, dirigió su mirada a lo que había sobre la mesa de madera de la cocina. Sin dar crédito a lo que sus ojos percibían, Julián se acercó con paso dudoso. Cuando estuvo muy cerca de la mesa, el chico abrió los ojos al ver algo que no podía creer. Ahí, en medio del rectángulo de madera sucia y ajada estaba un gran platón con un trozo gigante de carne cocida.

Parecía que alguien la había sacado recientemente del horno porque todavía se veía humeante. Julián se sentó en una silla y tocó ese trozo de carne cocida. La sintió caliente y jugosa. Se llevó la mano a la boca y sintió el delicioso sabor de las especias. Sin pensar en nada más, Julián se puso a comer con ambas manos. Comía vorazmente. Se estremecía de placer al sentir el jugo de la carne que se resbalaba fuera de su boca. La carne estaba suave y caliente. Era la carne más rica que Julián jamás había probado.

Casi antes de terminárselo todo, Julián se acordó de su hermano Julio. Tenía que compartirle a su hermano esta delicia. Sin duda alguna, se pondría inmensamente contento, pensó.

Cuando Julián trató de ponerse de pie, sintió una pesadez inusual. Estaba completamente satisfecho y su estómago ahora le dolía pero de estar tan lleno.

De todas formas, la alegría que experimentaba el chico era demasiada. Sonriente, caminó al cuarto donde estaba Julio. No lo vio. Solo estaban sus colchas y sábanas sucias sobre el suelo.

_ “¡Julio! ¿Dónde estás? ¡Julio, tienes que probar esta carne! ¡Julio! _ Julián gritaba con una sonrisa tratando de buscar a su hermano por toda la casa. Silencio. No veía a su hermanito por ningún lado.

De pronto, el hermano mayor tuvo un pensamiento horroroso, tal vez, la chica del vestido negro había entrado y se había llevado a Julio. Salió a toda prisa de la casa para buscarlos. Una vez al aire libre, no se veía nada. No parecía haber indicios de que alguien hubiera entrado o salido de la casa.

Julián se sentía mareado, posiblemente por la gran cantidad de carne que había engullido tan velozmente. Volvió a entrar a la casucha para seguir buscando a su hermano. No lo veía por ningún lado. Salió por la parte trasera y nada, tampoco. Empezaba a sentir mucha ansiedad y su corazón latía muy, muy rápido. Salió nuevamente de la casa por la parte frontal y se acercó a la noria. Una vez ahí, comenzó a sentir mucho frío. El día estaba más fresco que de costumbre. La niebla seguía cubriéndolo todo. Julián sentía como si todo le diera vueltas. Silencio.

De pronto, se percibía una risa a la lejos. Una pequeña carcajada que se iba acercando rápidamente. Julián volteó hacia los arbustos y ahí, entre ellos, le pareció ver la misma silueta con figura femenina. La chica del vestido negro mostraba su durazno grande y apetecible. Esta vez, Julián no tuvo deseo por éste. La chica sonreía de la misma manera que Julián había creído ver antes, cuando pensó verla dentro, con su hermano. La muchacha mordía ahora el durazno y lo masticaba lentamente. Seguía sonriendo y con sus ojos inexpresivos observaba fijamente a Julián. Silencio.




viernes, 18 de octubre de 2013

El 'Mojado'


_ “¡Mira Manuel, lo que encontré!”_
_ “¿Qué es eso, Alex?”_
_ “No sé. Parece una calaca. Mira los demás huesos”._
_ “¡Guácala! Parece que tiene carne podrida ahí”.

Los dos niños movían con una rama de árbol vieja, los restos putrefactos humanos que había encontrado Manuel a la orilla del río Bravo. Ahí, atorado entre unos carrizos amarillentos y secos de de la línea fronteriza entre los dos Laredos, se encontraba el cuerpo en descomposición que los niños observaban entre curiosidad y asco.

Mientras giraban uno de los huesos aún con restos de un músculo desgarrado y de color grisáceo, se acerca una señora gritando. La madre de Manuel:

_ “¡Güercos! ¿Qué hacen? Ya vénganse que ya salió la carne”.

La señora de complexión robusta se acercaba dando grandes zancadas entre la tierra suelta y seca al lugar donde estaban los niños. Las familias de Manuel y Alex se habían juntado en un parque situado en el banco del río, entre los puentes I y II de la frontera mexicana de Nuevo Laredo. Era un parque pequeño en comparación con otros de la ciudad, al que, sin embargo, muchas familias neolaredenses acudían los fines de semana para hacer carne asada, y recrearse al aire libre; una actividad común a pesar de que el clima, casi siempre, se asemejaba al el de un horno encendido.

_ “Pos, ¿qué están picando ahí con ese palo?”_ Preguntaba la señora con la respiración entrecortada y quitándose el sudor de su frente. Parecía que el trayecto desde la mesa (a un lado del asador) hasta la orilla, le significaba un gran esfuerzo comparable con una hora de gimnasio. Al acercarse más a lugar donde estaban los niños, la señora, con los ojos desorbitados y una mueca de horror en la boca gritó exasperada. _ “¿¡Qué es eso!?” _  Al cerciorarse de lo que veían sus ojos se llevó una mano al pecho que parecía que en cualquier momento estallaría. _ “¡Santa virgen de los cielos! ¡Niños, quítense de ahí! ¡MARTÍN! ¡MARTÍN! ¡Ven a ver lo que hay en el río!


Quince días antes, dos hombres del sur mexicano se encontraban un atardecer en el mismo lugar. Esperaban a que oscureciera un poco más para cruzar el río e ir en busca de una mejor vida en tierra estadounidense.

_ “Tan quieto y chiquito que se ve el pinche río este, ¿verdad? Y pensar que cuesta tanto cruzarlo”_ Decía uno de los hombres mientras fumaba un cigarrillo hecho a mano, con su mirada perdida entre las ondulaciones del río Bravo que reflejaban la luz anaranjada del sol poniente.

_ “Sí, tanto que cuesta, dinero y huevos”. _ Respondió el otro hombre con una mirada parecida.

Unos minutos después, se acerca un tercer hombre con aspecto más despabilado y seguro que los dos primeros. Era el ‘coyote’ que los iba a ayudar a cruzar el río y quien les había dado todos los consejos para tener éxito en su faena.

_ “¡Ey, ustedes dos! Ya saben qué hacer. Cuando se ponga más oscurito, esperan a que pase el bote ventilador de la ‘migra’. Luego, ven que la cámara al otro lado, ese foquito rojo que ven parpadear, dé vuelta, o sea, van a ver que la lucecita como que se apaga. Entonces, se quitan la ropa, la meten en las bolsas de plástico y se meten al agua. Por aquí está bien bajito el río, así que no hay pedo para cruzar. No se van a ahogar. Una vez del otro lado, se ponen la ropa en chinga, se meten por los arbolitos y se van corriendo hasta antes de la calle que hay debajo del puente de lado gringo. Ahí van a ver una alcantarilla grande, se meten y ahí mero los va a estar esperando el otro 'coyote'. Él les dirá qué más hacer. Ahora sí, la ‘lana’”. _ Les extendió la mano cuando hubo terminado de repasarles el plan que debían seguir.

Los dos hombres sacaron unos sobres muy arrugados de tanto tiempo que pasaron en  los bolsos traseros de los pantalones de mezclilla que traían, y se los tendieron al ‘coyote’. Éste los tomó con avidez y comprobó que dentro estuviera la cantidad de dinero acordada.

_ “Y ¿cómo estamos seguros de que el otro 'coyote' esté del otro lado?”_ Preguntó uno de los hombres con los ojos bien abiertos, mostrando así todo el nerviosismo y miedo que intentaba disimular sin éxito.

El ‘coyote’ con una sonrisa cínica en el rostro se les quedó mirando y contestó _”¡Oh, que la chingada! Llevo ocho años cruzando ‘güeyes’ como ustedes. Mi trabajo es profesional, ¿sí? Además, si no me creen se pueden regresar a sus jodidas casas, pero a ver cómo le hacen porque ya no hay devolución de su ‘lana’. _ Habiendo dicho esto último, se rió lacónicamente como anticipando una advertencia cómica que desviara la preocupación de los hombres.

_ “No se preocupen, ‘embre’. Es seguro que el otro 'coyote' los espera. De lo que deben preocuparse es del mojado que se aparece”. _ Y soltó una carcajada mientras los dos hombres, de por sí asustados, se volteaban a ver con cara de interrogación.

El ‘coyote’ mexicano dejó de reírse y súbitamente cambió el semblante por uno más serio y misterioso, pero una ligera sonrisa burlona marcaba la comisura de los labios.

_ “El mojado es un aparecido que no pudo cruzar la frontera y, por envidia, asusta a quienes lo van a lograr, ¡ja, ja, ja, ja!” _ Rió el 'coyote' al terminar su breve historia. _ “Así que ya saben, espero que se les aparezca el mojado para que estén seguros de que sí lo van a hacer, pues, ¡ja, ja, ja!”. _ Volvió a reírse.

Los hombres rieron con él como para relajarse después de haber pensado que les diría algo serio. Luego, el coyote les dio la mano a manera de despido y se fue, dejando a los dos, abandonados a su suerte.

_ “Servando, ¿crees que sí se aparezca ese mojado? ¡No vaya a ser verdad!” _ Dijo uno de los hombres cuando se hubieron quedado solos y esperaron nuevamente a que se hiciera más oscuro y, así, disponerse a cumplir su misión.

_ “¿Cómo crees, Roberto? ¿No viste como se reía el ‘coyote’? Era no’más pa' asustarnos y que dejáramos de pensar en la ‘migra’. No seas tan miedoso, hombre”. _ Le contestó el otro a modo de consuelo.

_ “Es que no sé, Servando. En mi pueblo, allá en Guerrero, se cuentan muchas historias de aparecidos. Son las almas en pena que no tienen descanso después de la muerte. Y ‘pos’ aquí ya ves que se mueren muchos que no la hacen pa’ cruzar el río”. Le contó Roberto a Servando con una cara de creciente temor.

_ “No’mbre, Roberto. No seas tan supersticioso. La gente cuenta y se cree muchas cosas que no son ciertas. En Aguascalientes también hay historias, pero yo nunca he visto ni sabido nada. Mejor ponte listo, que ya mero hay que cruzar el río”. _

Y así, Roberto y Servando se sentaron a la orilla del Río para esperar un poco más a que se terminara de ocultar el sol. Una media hora después, ya estaba oscuro. Habían visto pasar dos veces el bote propulsado por ventilador, que utilizaban los oficiales de migración estadounidense, para custodiar la línea fronteriza. Era una lancha para aguas poco profundas como las típicas de las que se utilizan en los pantanos y manglares.

Cuando ya estaba más oscuro, Servando se puso de pie de repente.
_ “Roberto, ‘pérame aquí tantito. Voy a mear y ahorita regreso. No tardo. Cuando vuelva a pasar la migra en la lancha, si no regreso, me echas un grito”. _ Roberto asintió con la cabeza y vio como Servando se iba detrás de unos arbustos. Volvió a observar el río y se percató de que el bote de migración regresaba a lo lejos. Deseó que Servando no tardara para poder cruzar pronto el río Bravo.

Antes de que Servando llegara al lugar que iba a utilizar como sanitario, escuchó que el arbusto de al lado se movía mucho. Pensó que tal vez era el ‘coyote’ nuevamente que había regresado, así que fue a ver. Cuando se acercó, no vio nada detrás del arbusto pero vio a un hombre de espaldas muy grandes justo a la orilla del río. Vio como sus pies se hundían en el agua, así que creyó que era alguien más que también iba a cruzar. Cuando se aproximó a ese hombre, oyó el sonido inconfundible del ventilador que impulsaba la embarcación de migración y se arrojó a tierra para que evitar que le diera de frente la luz de los faros que tenía el bote para la vigilancia.

Cuando se hizo el silencio, y la oscuridad cubrió nuevamente el sitio, Servando se levantó y con sorpresa vio que el hombre de espalda ancha seguí ahí, de pie. Al parecer, no se había movido para nada cuando pasaron los oficiales y ésto hizo que Servando sintiera mucha curiosidad. Se acercó lentamente a la figura pero se detuvo en seco cuando, a pesar de la poca iluminación, pudo notar que el hombre no estaba de frente al río, sino que le daba la espalda y lo miraba fijamente a él. Pudo notar una boca sin labios que mostraban unos dientes blancos a modo de sonrisa. Se le erizaron todos los vellos de los brazos y de la nuca, pero soltó un grito ahogado cuando vio el resto de la enorme cara. Los ojos del hombre, unas bolas blancas y grandes que parecían no tener párpados; las pupilas dilatadas que no reflejaban ni un solo destello de luz.

_ “¡Servando! ¡Servando, apúrale!” _ Roberto gritó quedito para no romper de golpe el silencio de la noche. _ “¡Servando, ya pasó la migra!”_ Volteaba con un rostro nervioso al lugar a donde se había ido su amigo. No distinguió nada. Se puso de pie y fue a buscarlo. Cuando llegó al lugar no lo encontró y se puso a buscar con la cabeza desesperadamente hacia todas direcciones. Unos segundos después vio un bulto grande a la orilla del río, junto a unos carrizos. Como pudo, distinguió la ropa de su amigo y cuando llegó al bulto, se llevó las manos a la boca para no dejar escapar un grito y salió corriendo de ese lugar, dejando el cuerpo inerte de Servando detrás.

Al otro día en la mañana, afuera de la Casa del migrante, sobre la calle Madero, estaba Roberto en compañía de muchos otros hombres. La diferencia es que Roberto no había podido conciliar ni un minuto el sueño y temblaba como si tuviera frío bajo la neblina de la mañana neolaredense.

De repente, vio pasar un hombre de semblante familiar y se puso de pie como propulsado por un cohete y se dirigió a él. Era el ‘coyote’ que se disponía a comenzar su trabajo con nueva clientela, antes de que abrieran la casa de asistencia y el personal llamara a la policía.

_ “¿Roberto? ¿Eres tú? ¿’Pos qué pasó? No me digas que te rajaste y dejaste que el otro cruzara solo”. _ El ‘coyote’ volvía a poner su misma sonrisa burlona que de inmediato borró, cuando vio el rostro pálido de Roberto y su sudor en la frente.

Tartamudeando y con la voz como de un suspiro Roberto le contó que Servando yacía muerto a la orilla del río. La cara del ‘coyote’ palideció lánguidamente también y se lo llevó de la casa del migrante para ir a un Oxxo que estaba en la esquina. Dentro, compraron un café caliente y se sentaron en unas banquitas.

El coyote, después de unos sorbos en silencio a la bebida caliente, le contó a Roberto algo que ya le habían dicho hacía unas semanas.

_ “Todavía me cuesta trabajo creerlo, Roberto, pero hace unas semanas ocurrió algo parecido. Yo ayudé a conseguir una lancha a cinco personas para cruzar el río. Eran tres ‘batos’ y dos chavas. Los dejé con la lancha e instrucciones parecidas a las que les dije a ustedes.’

‘Al otro día, una de las chavas del bote regresó bien espantada. Me contó algo que no quise creer. Dijo que un hombre moreno, flaco y cabezón estaba en el río. Ellos pensaron que era el otro 'coyote' que los iba ayudar, pero se dieron cuenta de que no era él cuando terminó de ahogar a dos de los cinco que iban en el bote’.

'Me contó que ya estaba oscuro. Habían esperado en la orilla, así como ustedes hasta que pasara la migra y se volteara la cámara de vigilancia. Entonces, echaron la lanchita al agua y se subieron los cinco. Cuando estaban a la mitad del río, vieron una figura que se les acercaba caminando. Pensaron que el fondo del río no era muy hondo porque el hombre lo recorría con facilidad. Y así mero pasó, se fueron por una parte del río poco profunda, lo supieron porque el barco se atoró y sintieron como el lodo suave se movía por el peso de la lancha. Como estaba muy oscuro no pudieron ver muy bien al hombre que estaba fuera del bote, pero sí notaron una cosa espeluznante. Me dijo que se les quedaba viendo con unos ojos inmensos y que tenía una sonrisa bien grande que, de principio, les dio miedo. Luego, el hombre les tendió una mano. Pensaron que los estaba ayudando y que tal vez, podían jalar el bote para zafarlo de donde estaba’.

‘Uno de los cinco que estaba con ellos, le tendió la mano y quiso bajarse para ver si podían mover la lancha pero cuando quiso poner el pie en el fondo poco profundo del río, se hundió de repente junto con el hombre que no conocían. Trató de salir a flote pataleando y manoseando pero el hombre no lo soltaba, todos pensaban que quería ayudarlo pero lo hundía más y más. De pronto, como pudo el que se estaba ahogando, alcanzó el borde de la lancha y una de las chicas, amiga de la que me contó todo esto, le cogió la mano para jalarlo pero fue al revés. Ella también se cayó al agua y empezó a hundirse. Me dijo que trataban de alcanzarlos con el único remo que tenían pero que no pudieron, hasta que al fin, los dos desaparecieron bajo las aguas del Bravo junto con el hombre aquél’.

‘Por un rato que se les hizo eterno, solo oyeron silencio. Luego, oyeron a lo lejos el bote de ventilador de la migra y salieron de su espanto. Cuando estaban por regresar, y uno de los dos chavos que estaban todavía en el bote, tomó el remo para desatorarse, vieron de nuevo al hombre de la cabeza grande. Todos se le quedaron viendo bien asustados. El hombre empezó a acercarse nuevamente muy lentamente y en eso, uno de los batos, el más joven le gritó: <<¡Oiga, ¿qué quiere? No tenemos dinero, no’más venimos a buscar a mi papá. ¡Déjenos ir!>>. En eso, dice que el hombre se les quedó viendo fijamente y que ella estaba tan asustada que mejor se tapó los ojos. Cuando los abrió, el hombre ya no estaba y la lanchita ya estaba camino de regreso a la orilla’.

‘Se bajaron del bote y los dos muchachos se quedaron ahí pero ella mejor se fue’.

‘Al día siguiente me la encontré y fue cuando me contó todo esto. Ella cree que se trataba de un fantasma”. _

Al terminar de oír la historia del ‘coyote’ Roberto ya estaba temblando nuevamente con una cara de espanto. Él venía de un pueblo del estado de Guerrero donde las historias de aparecidos eran cosa común y él las creía.

Terminó de tomar su café y le preguntó al ‘coyote’ que si creía que ese mismo fantasma había matado a Servando.

_ “No lo sé, pero mejor ni te creas de esas cosas. Son cuentos de viejas. Lo más seguro es que los dos que se ahogaron, lo hicieran por pendejos. Debieron haber pisado mal y en el ajetreo, los del barco,  hasta vieron cosas que se imaginaron. Ya ves que no se llama río Bravo no’más porque así. No, tiene muchos hoyos en el fondo y la corriente abajo es más fuerte. Te jala y si no sabes flotar ahí te quedas”. _ Terminó de decir el ‘coyote’ mientras bebía de su propio café ahora frío, lo que le hizo hacer una mueca de asco y lo dejó sobre la barra que tenían de frente.

_ “Me dijeron que los dos batos que se regresaron con la chava, todavía siguen por ahí. Son hermanos. Ya no los he visto, ni los quiero ver. Puedes ir a buscarlos si quieres, para que te cuenten lo que ellos vieron y te des cuenta de que son puras mamadas”. _ Prosiguió el ‘coyote’. _ "Sé que se quedan en una iglesia cristiana cerquita de las casetas del puente II. Ahí han estado mientras juntan dinero pa’ regresarse a donde son". _

Terminaron su charla y salieron del Oxxo. Roberto y el ‘coyote’ se despidieron y éste último le indicó por dónde debía ir para llegar al templo cristiano donde podría localizar a la pareja de hombres.

De la Casa del migrante, Roberto no tuvo que caminar mucho para llegar al templo que el ‘coyote’ le había dicho. Pensó que tal vez, ahí le podrían ayudar a juntar dinero a él también para regresar.

Se encontró de pronto frente a un edificio austero de dos plantas con un letrero que decía: Templo de Clamor en el Barrio y supo que había llegado al lugar indicado.

Al entrar, vio a varios hombres sentados en mesas como de un comedor amplio mientras tomaban un desayuno de algo aguado y caliente.

Pasó la vista por los rostros hasta que vio a dos jóvenes que tenían rasgos muy semejantes y se le ocurrió que éstos podían ser los hermanos. Antes de que se acercara más, lo abordó un señor con rostro afable y le dio la bienvenida invitándolo a tomar asiento para ofrecerle un plato de sopa. Roberto aceptó sin chistar y se dirigió a la mesa de los jóvenes que había localizado.

Cuando se sentó a la mesa, todos los presentes lo saludaron rápidamente asintiendo con la cabeza y volvieron a engullir el caldo de sus platos. Roberto saludó a los dos muchachos y se puso a charlar con ellos. Les contó su historia y al terminar, finalmente resultó que, efectivamente, esos dos habían sido los que el ‘coyote’ le había contado.

Los hermanos le dijeron que habían llegado a Nuevo Laredo a buscar a su papá que, tiempo antes, un primero de abril, había intentado cruzar la frontera con su hermano mayor, es decir, el tío de los jóvenes. Había pasado ya cuatro meses y no tenían noticias del padre ni del tío, así que decidieron ir a averiguar qué había pasado.

_ “Cuando ‘estábanos’ en la lancha”. _ Dijo uno de los hermanos. _ “Se nos apareció un hombre muy raro que se nos quedó mirando a mi hermano y a mí. Estaba muy oscuro y no le podíamos ver bien la cara pero yo me le quedé viendo mucho. Tenía una sonrisa muy grande como la de mi papá. Por un momento pensé que era él pero luego, uno de los chavos que iba con nosotros saltó al agua y se empezó a ahogar. Tratamos de ayudarlo pero se hundía cada vez más, junto con el hombre ese. Después también se cayó al río una muchacha y se empezaron a hundir todos. No pudimos hacer nada’.

‘Lo más raro fue que cuando intentamos regresar a la orilla, volvió a aparecer el hombre. Esta vez mi hermano lo apuntó y me dijo con voz bajita que era papá. Se nos quedó viendo y de repente desapareció. Pensamos que se había hundido otra vez en el agua porque ya no lo vimos’.

‘Por fin llegamos a la orilla y nos bajamos. Otra muchacha que iba con nosotros en la lancha iba bien asustada y se fue corriendo. Mi hermano y yo nos quedamos porque pensamos que ese hombre era nuestro padre y lo buscamos por mucho rato pero nunca lo volvimos a ver’.

‘Apenas ayer, hablamos por teléfono, con la ayuda de la gente de aquí, con la familia. Mi hermana nos dijo que habían recibido una carta del tío donde decía que papá había muerto a los dos días después de haber cruzado el río. La ‘migra’ los pescó a los dos cuando estaban llegando a la orilla del otro lado del río. Que los golpearon mucho durante un día y medio y que los aventaron de vuelta al río. Él vio como papá no la hizo y se quedó muerto. Él estaba muy golpeado y no pudo sacarlo. Solo pudo salir de ahí sólo y se fue. Mi hermana dijo que les había escrito de una ciudad cerquita que se llama Sabinas y que está juntando dinero para regresarse’.

‘Ahora nosotros estamos haciendo lo mismo para volver con la familia. Fuimos ayer y hoy al río a ver si veíamos el cuerpo de papá pero nunca hallamos nada. Esperamos juntar el dinero para irnos la otra semana de aquí. Ya no hay nada qué hacer”. _ Concluyó su relato el hermano, y los tres, en absoluto silencio, se dispusieron a terminar su sopa.

Roberto nunca se sintió tan abandonado y fuera de lugar. Comprendió que intentar cruzar la frontera a los Estados Unidos no era cosa nada fácil. Lo había perdido casi todo y supo que, si no hubiera sido Servando, su compañero de viaje, hubiera sido él quien perdiera la vida.

Decidió que haría lo mismo que los hermanos, juntar dinero lo más rápido que pudiera para regresarse a su pueblo, en Guerrero. Después de todo allá, aunque también había aparecidos, ninguno era tan peligroso como ‘el mojado’ que deambulaba con sus ojos grandes y pelones, con su sonrisa sin labios y su espalda ancha, a la orilla del río.


Un primero de abril, llegaron a la orilla del río Bravo, en Nuevo Laredo, dos hermanos. Los dos tenían la cabeza grande, pero uno las espaldas muy anchas. Cruzaron las aguas el Bravo con la ayuda de un ‘coyote’ y al llegar a tierra estadounidense, escucharon un grito que decía: _”Hey, you two! Stop right there” _ Era la migra que los había localizado.

Los atraparon los oficiales norteamericanos de migración. Se los llevaron a un cuarto sucio y con poca luz. Por casi dos días los tuvieron esposados sin comida, sólo con un traste con agua sucia. En todo ese tiempo, entraban y salían los oficiales que los golpeaban sin piedad. Escupían y orinaban sobre ellos. Arremetían en sus cabezas con macanas y varas. Les arrojaban alcohol sobre sus heridas mientras se reían al ver cómo se retorcían de dolor.

Finalmente, los liberaron. Los llevaron casi como animales moribundos a la orilla del río y los arrojaron ahí. El contacto con el agua hizo que un hermano se despabilara y luchara para salir a flote. El otro, el de la espalda más ancha no lo consiguió. Su hermano lo vio flotando un rato boca abajo en las aguas verdosas hasta que se empezó a hundir lentamente.

Cuando el que sobrevivió llegó a la orilla mexicana, se quedó ahí toda la tarde hasta la noche. No podía moverse del cansancio y la debilidad así que se quedó dormido por mucho rato. Cuando se repuso un poco, abrió sus ojos y vio a su hermano que se le quedaba viendo con unos ojos muy grandes. Tenía la misma sonrisa que siempre había tenido, pero había algo escalofriante, los labios habían casi desparecido. Creyó escuchar que su hermano muerto le decía sin mover la boca y como en un susurro oscuro y lejano: “ayuda, ayuda”. No pudo mantenerse despierto más tiempo y se desmayó. Cuando volvió a despertar ya era de día. Trató de buscar a su hermano otra vez pero no vio nada. Se convenció de que haberlo visto había sido sólo un delirio. Se puso de pie y tomó la decisión de volver mejor a casa; con su familia y con la noticia de la muerte de su hermano.