martes, 3 de junio de 2014

Remiendos de seda blanca

La muñeca era de trapo, tejida con hilos rojos y blancos. Los rojos eran por su pasión almacenada y los blancos por la pureza de su alma. Había sido tejida con intrincados nudos de mil maneras, para que aguantara por muchos años los tratos que los niños le dieran.

Un día no se resistió a ver qué había dentro de una caja solitaria. Al abrirla encontró, puro de un sólo color, un estambre azul que formaba una bola ordinaria. El estambre era simple y hasta un poco viejo y deshilachado, la muñeca de trapo sintió pena y quiso hacer algo por el desdichado. Decidió tejerlo en un muñeco parecido a ella, que fuera todo azul, tanto el cuerpo como la cabellera. Tanto le costó hacerlo que estambre le faltó, y con tal de darle vida, hilos suyos se arrancó. 

De lo que no se percataba mientras sus piernas le tejía era que al coserlo con sus hilos, ella misma al muñeco, con tejidos de su pecho se unía. Cuando hubo terminado, el muñeco azul en sus piernitas, tenía botas rojas y blancas que del cuerpo mismo de la muñeca procedían. Como era de esperarse, el muñeco azul se despertó. Estaba muy feliz al verse vivo y, con sus ojos y su boca de botón, le sonrió contento a la muñeca que lo tejió. Pero más tardó en deshacer la muñeca su sonrisa al ver que de repente el muñeco azul se levantó. Con un ímpetu desbordado, sin saberse unido con un hilo de sus pies a la creadora de su nueva vida, se echó a correr y saltó por la ventana para conocer qué había más allá y fuera de la caja, que era lo único que conocía.

Con su carita de angustia, la muñequita de trapo veía cómo poco a poco los nudos de mil maneras hechos en su pecho se deshacían. Se pescó fuerte de donde pudo mientras un hueco grande se formaba, y aunque las muñecas no respiran, ella, al deshilacharse el centro del que estaba hecha, a una asfixia sucumbía. Nudo tras nudo la muñeca se destejía. Jamás creyó que alguien a quien hilos rojos y blancos le hubo entregado podría hacerle tanto daño sin pensarlo.

A punto de partirse el pecho, al creerse un trapo más ahí dejado, la muñeca como pudo tomó unas tijeras y los hilos cortó de un solo tajo. Adolorida y casi deshecha, la muñeca lloró y lamentó su cruel destino. Esperó por días el regreso del muñeco azul con los hilos de su pecho que dejó vacío.

No supo cuánto tiempo pasó, pues las muñecas rotas no saben de calendarios, pero a pesar del hueco grande y abierto en el centro de su cuerpo se levantó con aire visionario. Si había podido hacer ella misma un muñeco, podría también remendar el daño que le había dejado. Sin embargo, por más que buscó, no encontró más hilos de ningún color, menos hilos rojos o hilos blancos. 

Con el paso del tiempo llegó una araña grande con las patas y la cabeza renegrida. Al ver a la muñeca rota se acercó a ésta decidida, y no pudo evitar ver la tristeza que la muñeca sentía. Supo entonces de inmediato, al ver en su pecho los nudos deshechos, lo que a la muñeca de trapo le dolía tanto. 

Sin estar muy segura de lo que hacia, la araña sintió compasión por la muñeca. Tanto afecto le provocó que la araña tuvo sentimientos que antes no sabía que tenía. Hizo la araña, de inmediato, un hilo largo con su seda gruesa y resistente. Y, aunque al principio la muñeca desconocía lo que la araña hacía, se sintió muy complacida al ver que su pecho, con el hilo de seda blanquísima, nuevamente se cosía. 

La muñeca, ahora restaurada completamente, sintió mucho amor por la araña, pues ésta, así como ella, de sí misma sacó una parte suya para darle vida a un ser que no vivía. Entonces, la muñeca y la araña fueron y vivieron dichosas y contentas todo un tiempo eterno, pues ninguna de ellas los calendarios conocían.