Así como pesa abrir los ojos cuando están llenos de
legañas, así me pesó arrancarme hoy las sábanas. De nuevo, ese sudor pegajoso y
el ardor intenso en los genitales me despertaron. No fue solo el sudor lo que
cubría mi cuerpo, también era sangre y, esta vez, las heridas eran más
profundas. Me metí a bañar.
Salí del baño envuelto en toalla, adolorido, y ahí
estaba, encima de la cama, con su cuerpo lleno de pelos prístinos. Me miraba
con sus ojos aperlados con un tinte azul que me transportaron a la mitad de un
mar sin olas, pero con la sensación de multitud de tiburones bajo la superficie.
Se me erizaron todos los vellos del cuerpo y me quedé quieto un segundo, como
ligado a su mirada impasible, sin poderme mover.
Retomé la voluntad de mi cuerpo. Lo hice justo
cuando ella decidió voltear su mirada para acomodarse mejor sobre mis sábanas y
recostarse para otra de sus siestas. Me empecé a vestir y me sorprendió la extraña
coincidencia de mis movimientos al compás de su mirada.
Esas extrañas cosas, como yo las llamo, comenzaron a
ocurrir poco después de que adoptara a Bastet, mi gata blanca. Llegó un día a
la puerta de mi casa, sola. No sé cuantos años tenía, pero era una gata adulta.
Cuando la vi, me atrapó de inmediato. Fue un hipnotismo casi de otro mundo. Su
figura, la blancura de su pelaje, sus rasgos finos y sus ojos, oh, esos ojos
que parecían hablar sin palabras consiguieron que no quisiera separarme de
ella.
Primero que nada, jamás había tenido una mascota,
así que tener que hacerme cargo, aunque sea de un animalito, modificó mis
hábitos de soltero. Pero no era únicamente el llenarle su plato de agua y
comida, era sentir todos los detalles que hacían que vivir con Bastet me
pusieran tan nervioso.
En un momento me vi envuelto en otra vida. Era como
si yo viviera en el mundo de la gata en vez de que ella se adaptara al mío. Al
principio pensé que así era tener un gato, siempre oía a gente decir que los
felinos eran especiales, pero Bastet era más que especial. Trataré de
explicarme mejor.
Al instante en que la vi en la puerta, desapareció
de mi vista. Entró de un salto a mi casa y yo fui tras ella. La busqué por
todas partes y nada. Pensé que tal vez se había vuelto a salir sin que me
hubiera dado cuenta, así que cerré la puerta.
Pero no se había ido. La volví a ver cuando entré a
mi habitación, acostada en mi cama, sobre mis almohadas. ¡Mis almohadas! Ella
estaba ahí, moviendo sensualmente la punta de su cola, como si todo le
perteneciera desde siempre, mirándome complaciente.
Nos vimos fijamente durante segundos que parecieron
eternos. De un momento a otro todo el cuarto se puso oscuro. No podría decirlo
con exactitud, pero fue como si yo me hubiera paralizado mientras el tiempo
corría con velocidad, o tal vez solo no me percaté de la hora precisa. Así que
realmente no estoy seguro si nuestras miradas se cruzaron por segundos o en
verdad fueron horas.
La gata, que en ese entonces no tenía nombre, de
alguna manera me convenció de dejarla pasar la primera noche en mi cama. Juro
que de poder explicarlo con palabras lo haría. Simplemente, decidí dormir en un
sofá.
A partir de ahí, siempre lograba que yo hiciera
cosas que jamás había pensado. Tal vez eran cosas que sí haría por cualquier
otra mascota, no podría asegurarlo, nunca tuve una antes, pero la gata parecía
tener control sobre mí.
Otro ejemplo de esas extrañas cosas fue la elección
de su nombre al día siguiente de que llegara. Yo había pensado en algo así como
“Pelusa”, “Fifi” o “Nieve” pero ella me hizo cambiar de idea de inmediato.
Mientras pensaba en ello y escribía en mi computadora mi artículo semanal, se
montó en el teclado, se acostó y, de la nada, apareció una página de internet
dedicada a la diosa gata egipcia. ¡Ja! Inverosímil, yo lo sé, pero no tengo por
qué mentir en una situación como esta.
La imagen en la computadora era de una mujer con
cabeza de gato. Estaba ataviada con joyas doradas en cuello y brazos, con unos
grandes ojos que me veían directamente, como si se fuera a salir de la
pantalla. Hubo un aspecto de la diosa que no me agradó mucho. Aunque era la
protectora del hogar, también destruía todo a su paso cuando se le molestaba o
enojaba. Por eso también le decían: La Desgarradora. Con todo y eso me gustó, y
así quedó claro el nombre que recibiría mi nueva mascota.
En los días que siguieron, yo ya estaba acostumbrado
a dormir en el sofá hasta que ella decidió dormir ahí. Entonces me volví a
cambiar a mi cama solo para que ella la volviera a hacer suya inmediatamente.
No importaba el lugar donde yo decidía pasar la noche, ella se apoderaba de él
y hacía que ni siquiera me molestara. Yo, simplemente, sucumbía a sus deseos
sin chistar. Entonces, las extrañas cosas empezaron a aumentar de frecuencia.
Al inicio eran cosas simples, actividades cotidianas
que si las contara de manera aislada, no tendrían importancia y pasarían por
descuidos absurdos, risibles.
En las mañanas me servía cereal con leche de
desayuno, hasta que al primer mordisco me daba cuenta de que me había servido
croquetas de animal. Por las tardes, tomaba una barrita de frutas como ‘snack’ solo
para escupirla después porque había agarrado un filete de pescado crudo del
refrigerador.
Despertaba a cada rato en la noche porque podía
escuchar ruiditos que antes me eran imperceptibles, como el sonido de roedores
ocultos tras las paredes o las pisadas de las cucarachas y otros insectos
rastreros.
Siempre había sido un hombre solitario. Mi salario
apenas me daba para pagar la renta. Antes de Bastet, rara vez salía a pasear o
frecuentaba lugares donde tuviera que gastar dinero. Después de Bastet, me
comencé a aislar más. Dejé de ver a mis amigos y ellos tampoco me buscaban. Tal
vez empezaron a notarme más raro que de costumbre.
Poco a poco empecé a acostumbrarme a todas las
extrañas cosas. Ya no escupía las croquetas cuando las confundía con el cereal,
y me terminaba los filetes de pescado crudos. El sabor ya no me era
desagradable.
Pero lo más
reciente es lo que empieza a preocuparme. Temo que también llegue a
acostumbrarme a esto y vengan cosas peores.
Van dos veces en este mes que despierto con llagas
en las piernas, dolores en todo el cuerpo y un ardor intenso desde mis
genitales hasta el ano. Trato de recordar algo que hubiera pasado, pero nada. Abro
los ojos y así estoy. Se me ocurren muchas cosas, pero ya he dicho que estoy
más aislado y que no he vuelto a salir de casa, ni solo ni con compañía.
La primera vez que desperté así fui a la cocina
porque tenía más hambre y sed que dolor. Vi a Bastet sobre la mesa y no me
extrañó verla ahí cuando hace unos instantes la había dejado acostada en mi
cama. Desganado, abrí el refrigerador. No había más que una cebolla podrida. Ni
siquiera maldije mi miseria, solo respiré con resignación. Hacía un par de semanas
que la revista para la que trabajaba me había despedido. Dejé de enviar a
tiempo mis artículos o simplemente no los enviaba. La verdad, me dejó de
importar. Cogí a Bastet y empecé a acariciarla, sentado en el piso. Así pasó
mucho tiempo.
Horas después estaba masticando un bocado tibio y
crujiente. Realmente me calmó el hambre y un poco la sed. Me di cuenta de que
era una rata pequeña lo que comía y, a diferencia de lo que yo habría pensado
antes, supo muy bien.
De improviso, volví a abrir mis ojos después de una
siesta que me pescó por sorpresa, aún con el gusto sanguinolento en mi boca. No
estaba seguro de la hora, pero estaba anocheciendo. Vi todo más nítido aunque
menos colorido. En eso, sentí cómo Bastet saltó y salió corriendo del
apartamento por una ventana. Digo que la sentí, por que seriamente, no la vi.
Aquí las ‘de por sí’ extrañas cosas se transformaron
en sinsentidos, preguntas que no puedo responder ni razonar. No me drogo, lo
juro por Dios. Sí me alimento aunque no como antes, pero no son alucinaciones
por el hambre, estoy seguro.
Fue como si lo que ella hiciera lo hiciera yo. Salió
corriendo, como dije, por la ventana. Saltó una barda al terreno abandonado de
al lado. La hierba alta rozaba su cara y ella seguía avanzando por entre la hierba
alta que rozaba su cara. Los músculos tensos, la visión casi al ras de la
tierra, la cabeza agazapada en dirección a la casa de madera podrida. Entró en
ella y la oscuridad no opacó su visión.
Caminó más lento pero con decisión. Subió unas
escaleras y fue a un cuarto. Estaba vacío, con algunas cajas ennegrecidas
esparcidas por ahí. La esperaban otros gatos, muchos gatos más. Se acercó a
ellos y todo se volvió confusión, ruido, chillidos, maullidos, dolor, placer.
Las respiraciones y jadeos no me dejaban oír nada más. Todo estaba tan oscuro y
el apretujamiento con los demás animales no me dejaba ver qué pasaba, solo
sentirlo todo.
Esta mañana me costó despertar por la incomodidad
del sudor, sangre y dolor. Decido relatar estas extrañas cosas antes de que
deje de pensar una idea coherente. Por eso las estoy escribiendo.
No sé si esto
le ha pasado a alguien más. No sé con quien haya estado Bastet anteriormente.
Siento que mi cuerpo incluso está cambiando. Espero que esto llegue a alguien más
y quier a aayyudarme con esto. Es soslo q ue yeatod o me cvuetsac omprtanme
coom uhmano
Qusiera q
Ya me di
cuetna de qe esoty escribbindo
De batset.
Adiós.