domingo, 7 de febrero de 2016

Trancazo en la cabeza

Me detuve justo antes de asestarle un golpe más en la cara con la empuñadura de la pistola cuando vi una mancha roja salir detrás del cráneo del hombre que estaba en el piso, aprisionado debajo de mi cuerpo. 

De repente y sin saber cómo, estaba yo a lo lejos de la escena. La gente también veía sin hacer nada, solo observaba, sin moverse de la fila de las palomitas. El cine estaba abarrotado de personas. Solo unas pocas, que estaban más lejos, seguían haciendo lo suyo sin darse cuenta. Todo había pasado muy rápido y el murmullo del lobby del cine era tan grande como para distinguir el ruido de una pelea. 

Aunque toda esa revuelca no ocurría aún, mis manos estaban agarrotadas, mis palpitaciones aceleradas y mi cabeza caliente de tantas ideas que se agitaban al ver al tipo ese, agazapado a un lado de la fila. 

-"Imbécil fulano prepotente".- Me decía a mí mismo. -"Se cree uno de esos machos invencibles que puede pasar por encima de los demás. ¡Egoísta deserebrado! Hasta que no se encuentre a uno más bravo que él va a aprender."-

El hombre estaba a un lado de la fila de la dulcería, abalanzándose hacia adelante para anticiparse al que estaba más al frente, listo para meterse sin reparos. Nadie parecía incomodarse; nadie le decía nada. Y yo, yo estaba con el coraje atorado de la impotencia. A pesar de ni siquiera estar formado en esa fila, no podía evitar el sentimiento de furia creciendo en el pecho. 

Siempre he detestado a la gente que se salta las reglas por encima de los demás solo por estar en una situación ventajosa. ¿Pero cuál sería su situación de ventaja? No era más que otro cliente; tampoco era un trabajador del cine, una celebridad o algún servidor público, al menos no uno quo yo reconociera.

Claro que ninguno de los anteriores debería poder estar por encima de nadie, pero ¿qué hacía que él tuviera tanta seguridad de lo que estaba a punto de hacer? 

Por supuesto, tal vez era uno de esos que carga un arma para intimidar a los demás. En esta ciudad, hay mucha gente que por traer una pistola o pertenecer a un grupo criminal que los respalde cree que puede hacerlo todo. ¡Parásitos déspotas y soberbios!

Yo, esperando en otra fila para entrar a ver la película, lo veía con ojos de fuego, pensando todo esto antes de irle a propinar su merecido. Era cuestión de que explotara mi enojo. 

En ese momento, dejaría mi charola de comestibles en el piso a un lado de la taquilla para recogerla más tarde, una vez que hubiera hecho justicia con mis propias manos. Después, caminaría decidido hacia ese señor de chamarra de cuero, con pisada fuerte pero discreta sin que él me percibiera a sus espaldas. Ya cerca, con un movimiento veloz le pegaría una patada en el reverso de sus rodillas para que cayera. Ahí en el suelo, me le aventaría encima para inmovilizarlo, mientras le quitara la pistola que seguramente tendría oculta en algún lugar de la cintura. Todo sería tan rápido que él ni se daría cuenta de por dónde lo habían atacado. Le asestaría varios golpes en la nuca hasta dejarlo muy aturdido.

-"A ver si así aprendes a hacer fila como todos; a respetar a todas las personas; a ubicarte en que no eres mejor que nadie. Toma tu merecido"-. Yo le decía mientras le daba la tranquiza. 

¿Aprendería? ¿Realmente alguien aprenderá a respetar el lugar de los demás? Si fuera otro el que le 'diera su merecido', ¿qué pensaría yo? Seguramente que así tampoco se arreglan las cosas, pero sin duda alguna lo disfrutaría. ¡Oh, sí! Ver cómo se hace justicia en mi presencia debería ser una delicia; hacerla por mi propia cuenta, un gusto increíble aunque terminaría agotado y sin saber qué esperar después. ¿La policía? ¿Sus compinches? Seguramente no estaría solo. Mmm, debería tener más cuidado y no soltar la pistola, solo por si acaso. 

Antes de pensar en lo que ocurriría después, yo ya estaba golpeando sin remilgos al aprovechado este en la nuca. Descargaba sobre él todo mi coraje acumulado de tantas injusticias vividas. Y solo para darme el gusto de verle la cara, decidía quitarme de encima de su espalda para darle la vuelta y desfigurársela un poquito, solo a modo de recordatorio futuro. Mi intensión no sería matarlo, claro, nada más darle una lección.
Me colocaba otra vez encima, esta vez frente a frente. Yo arriba y el canalla este bajo mis rodillas. 

Me detuve justo antes de asestarle un golpe más en la cara con la empuñadura de la pistola cuando vi una mancha roja salir detrás del cráneo del hombre que estaba en el piso, aprisionado debajo de mi cuerpo. 

En eso, vi desde mi lugar, en la fila de la taquilla, que se despejaba una caja en dulcería. Vería cómo el hombre se iba a meter descaradamente, dejando atrás como a 35 personas. -"Maldito."- dije entre dientes. 

Cuando se hizo el movimiento, vi que avanzó junto al chico de mero adelante. Sacó unos billetes de su cartera y se los extiendió. A lo lejos, alcancé a leerle los labios al muchacho que dijo: "¿Qué vas a querer, papá?" Resultó que solo esperaba a que su hijo, quien estaba haciendo la fila, avanzara en su turno.

Y así terminó toda esa pelea épica que sucedió solo en mi cabeza. Nadie salió herido de veras, solo mi ego. Creyó que sus juicios y opiniones tenían razón, y sometió a mi cuerpo bajo los influjos de la adrenalina, la presión y el estrés que su enojo causó. 

Nota personal: la mayoría de las contiendas ocurren siempre en la cabeza de uno; se pueden causar guerras solo por una idea mal fundada. ¡Gracias!

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