_ “¡Mira Manuel, lo que encontré!”_
_ “¿Qué es eso, Alex?”_
_ “No sé. Parece una calaca. Mira los demás
huesos”._
_ “¡Guácala! Parece que tiene carne podrida
ahí”.
Los dos niños movían con una
rama de árbol vieja, los restos putrefactos humanos que había encontrado Manuel
a la orilla del río Bravo. Ahí, atorado entre unos carrizos amarillentos y
secos de de la línea fronteriza entre los dos Laredos, se encontraba el cuerpo
en descomposición que los niños observaban entre curiosidad y asco.
Mientras giraban uno de los
huesos aún con restos de un músculo desgarrado y de color grisáceo, se acerca
una señora gritando. La madre de Manuel:
_ “¡Güercos! ¿Qué hacen? Ya
vénganse que ya salió la carne”.
La señora de complexión
robusta se acercaba dando grandes zancadas entre la tierra suelta y seca al
lugar donde estaban los niños. Las familias de Manuel y Alex se habían juntado
en un parque situado en el banco del río, entre los puentes I y II de la
frontera mexicana de Nuevo Laredo. Era un parque pequeño en comparación con
otros de la ciudad, al que, sin embargo, muchas familias neolaredenses acudían
los fines de semana para hacer carne asada, y recrearse al aire libre; una
actividad común a pesar de que el clima, casi siempre, se asemejaba al el de un
horno encendido.
_ “Pos, ¿qué están picando
ahí con ese palo?”_ Preguntaba la señora con la respiración entrecortada y
quitándose el sudor de su frente. Parecía que el trayecto desde la mesa (a un
lado del asador) hasta la orilla, le significaba un gran esfuerzo comparable
con una hora de gimnasio. Al acercarse más a lugar donde estaban los niños, la
señora, con los ojos desorbitados y una mueca de horror en la boca gritó
exasperada. _ “¿¡Qué es eso!?” _ Al
cerciorarse de lo que veían sus ojos se llevó una mano al pecho que parecía que
en cualquier momento estallaría. _ “¡Santa virgen de los cielos! ¡Niños,
quítense de ahí! ¡MARTÍN! ¡MARTÍN! ¡Ven a ver lo que hay en el río!
Quince días antes, dos
hombres del sur mexicano se encontraban un atardecer en el mismo lugar.
Esperaban a que oscureciera un poco más para cruzar el río e ir en busca de una
mejor vida en tierra estadounidense.
_ “Tan quieto y chiquito que
se ve el pinche río este, ¿verdad? Y pensar que cuesta tanto cruzarlo”_ Decía uno
de los hombres mientras fumaba un cigarrillo hecho a mano, con su mirada
perdida entre las ondulaciones del río Bravo que reflejaban la luz anaranjada
del sol poniente.
_ “Sí, tanto que cuesta,
dinero y huevos”. _ Respondió el otro hombre con una mirada parecida.
Unos minutos después, se
acerca un tercer hombre con aspecto más despabilado y seguro que los dos
primeros. Era el ‘coyote’ que los iba a ayudar a cruzar el río y quien les
había dado todos los consejos para tener éxito en su faena.
_ “¡Ey, ustedes dos! Ya
saben qué hacer. Cuando se ponga más oscurito, esperan a que pase el bote
ventilador de la ‘migra’. Luego, ven que la cámara al otro lado, ese foquito
rojo que ven parpadear, dé vuelta, o sea, van a ver que la lucecita como que se
apaga. Entonces, se quitan la ropa, la meten en las bolsas de plástico y se
meten al agua. Por aquí está bien bajito el río, así que no hay pedo para
cruzar. No se van a ahogar. Una vez del otro lado, se ponen la ropa en chinga,
se meten por los arbolitos y se van corriendo hasta antes de la calle que hay
debajo del puente de lado gringo. Ahí van a ver una alcantarilla grande, se
meten y ahí mero los va a estar esperando el otro 'coyote'. Él les dirá qué más
hacer. Ahora sí, la ‘lana’”. _ Les extendió la mano cuando hubo terminado de
repasarles el plan que debían seguir.
Los dos hombres sacaron unos
sobres muy arrugados de tanto tiempo que pasaron en los bolsos traseros de los
pantalones de mezclilla que traían, y se los tendieron al ‘coyote’. Éste los
tomó con avidez y comprobó que dentro estuviera la cantidad de dinero acordada.
_ “Y ¿cómo estamos seguros de
que el otro 'coyote' esté del otro lado?”_ Preguntó uno de los hombres con los
ojos bien abiertos, mostrando así todo el nerviosismo y miedo que intentaba
disimular sin éxito.
El ‘coyote’ con una sonrisa
cínica en el rostro se les quedó mirando y contestó _”¡Oh, que la chingada!
Llevo ocho años cruzando ‘güeyes’ como ustedes. Mi trabajo es profesional, ¿sí?
Además, si no me creen se pueden regresar a sus jodidas casas, pero a ver cómo
le hacen porque ya no hay devolución de su ‘lana’. _ Habiendo dicho esto
último, se rió lacónicamente como anticipando una advertencia cómica que
desviara la preocupación de los hombres.
_ “No se preocupen, ‘embre’.
Es seguro que el otro 'coyote' los espera. De lo que deben preocuparse es del
mojado que se aparece”. _ Y soltó una carcajada mientras los dos hombres, de
por sí asustados, se volteaban a ver con cara de interrogación.
El ‘coyote’ mexicano dejó de
reírse y súbitamente cambió el semblante por uno más serio y misterioso, pero
una ligera sonrisa burlona marcaba la comisura de los labios.
_ “El mojado es un aparecido
que no pudo cruzar la frontera y, por envidia, asusta a quienes lo van a
lograr, ¡ja, ja, ja, ja!” _ Rió el 'coyote' al terminar su breve historia. _ “Así
que ya saben, espero que se les aparezca el mojado para que estén seguros de
que sí lo van a hacer, pues, ¡ja, ja, ja!”. _ Volvió a reírse.
Los hombres rieron con él
como para relajarse después de haber pensado que les diría algo serio. Luego,
el coyote les dio la mano a manera de despido y se fue, dejando a los dos, abandonados a su suerte.
_ “Servando, ¿crees que sí
se aparezca ese mojado? ¡No vaya a ser verdad!” _ Dijo uno de los hombres
cuando se hubieron quedado solos y esperaron nuevamente a que se hiciera más
oscuro y, así, disponerse a cumplir su misión.
_ “¿Cómo crees, Roberto? ¿No
viste como se reía el ‘coyote’? Era no’más pa' asustarnos y que dejáramos de
pensar en la ‘migra’. No seas tan miedoso, hombre”. _ Le contestó el otro a
modo de consuelo.
_ “Es que no sé, Servando.
En mi pueblo, allá en Guerrero, se cuentan muchas historias de aparecidos. Son
las almas en pena que no tienen descanso después de la muerte. Y ‘pos’ aquí ya
ves que se mueren muchos que no la hacen pa’ cruzar el río”. Le contó Roberto a
Servando con una cara de creciente temor.
_ “No’mbre, Roberto. No seas
tan supersticioso. La gente cuenta y se cree muchas cosas que no son ciertas.
En Aguascalientes también hay historias, pero yo nunca he visto ni sabido nada.
Mejor ponte listo, que ya mero hay que cruzar el río”. _
Y así, Roberto y Servando se
sentaron a la orilla del Río para esperar un poco más a que se terminara de
ocultar el sol. Una media hora después, ya estaba oscuro. Habían visto pasar
dos veces el bote propulsado por ventilador, que utilizaban los oficiales de
migración estadounidense, para custodiar la línea fronteriza. Era una lancha
para aguas poco profundas como las típicas de las que se utilizan en los
pantanos y manglares.
Cuando ya estaba más oscuro,
Servando se puso de pie de repente.
_ “Roberto, ‘pérame aquí
tantito. Voy a mear y ahorita regreso. No tardo. Cuando vuelva a pasar la migra
en la lancha, si no regreso, me echas un grito”. _ Roberto asintió con la
cabeza y vio como Servando se iba detrás de unos arbustos. Volvió a
observar el río y se percató de que el bote de migración regresaba a lo lejos.
Deseó que Servando no tardara para poder cruzar pronto el río Bravo.
Antes de que Servando
llegara al lugar que iba a utilizar como sanitario, escuchó que el arbusto de
al lado se movía mucho. Pensó que tal vez era el ‘coyote’ nuevamente que había
regresado, así que fue a ver. Cuando se acercó, no vio nada detrás del arbusto
pero vio a un hombre de espaldas muy grandes justo a la orilla del río. Vio
como sus pies se hundían en el agua, así que creyó que era alguien más que
también iba a cruzar. Cuando se aproximó a ese hombre, oyó el sonido
inconfundible del ventilador que impulsaba la embarcación de migración y se
arrojó a tierra para que evitar que le diera de frente la luz de los faros que
tenía el bote para la vigilancia.
Cuando se hizo el silencio, y
la oscuridad cubrió nuevamente el sitio, Servando se levantó y con sorpresa vio
que el hombre de espalda ancha seguí ahí, de pie. Al parecer, no se había movido
para nada cuando pasaron los oficiales y ésto hizo que Servando sintiera mucha
curiosidad. Se acercó lentamente a la figura pero se detuvo en seco cuando, a
pesar de la poca iluminación, pudo notar que el hombre no estaba de frente al
río, sino que le daba la espalda y lo miraba fijamente a él. Pudo notar una
boca sin labios que mostraban unos dientes blancos a modo de sonrisa. Se le
erizaron todos los vellos de los brazos y de la nuca, pero soltó un grito
ahogado cuando vio el resto de la enorme cara. Los ojos del hombre, unas bolas
blancas y grandes que parecían no tener párpados; las pupilas dilatadas que no
reflejaban ni un solo destello de luz.
_ “¡Servando! ¡Servando,
apúrale!” _ Roberto gritó quedito para no romper de golpe el silencio de la
noche. _ “¡Servando, ya pasó la migra!”_ Volteaba con un rostro nervioso al
lugar a donde se había ido su amigo. No distinguió nada. Se puso de pie y fue a
buscarlo. Cuando llegó al lugar no lo encontró y se puso a buscar con la cabeza
desesperadamente hacia todas direcciones. Unos segundos después vio un bulto
grande a la orilla del río, junto a unos carrizos. Como pudo, distinguió la
ropa de su amigo y cuando llegó al bulto, se llevó las manos a la boca para no
dejar escapar un grito y salió corriendo de ese lugar, dejando el cuerpo inerte
de Servando detrás.
Al otro día en la mañana,
afuera de la Casa del migrante, sobre la calle Madero, estaba
Roberto en compañía de muchos otros hombres. La diferencia es que Roberto no
había podido conciliar ni un minuto el sueño y temblaba como si tuviera frío
bajo la neblina de la mañana neolaredense.
De repente, vio pasar un
hombre de semblante familiar y se puso de pie como propulsado por un cohete y
se dirigió a él. Era el ‘coyote’ que se disponía a comenzar su trabajo con
nueva clientela, antes de que abrieran la casa de asistencia y el personal
llamara a la policía.
_ “¿Roberto? ¿Eres tú? ¿’Pos
qué pasó? No me digas que te rajaste y dejaste que el otro cruzara solo”. _ El
‘coyote’ volvía a poner su misma sonrisa burlona que de inmediato borró, cuando
vio el rostro pálido de Roberto y su sudor en la frente.
Tartamudeando y con la voz
como de un suspiro Roberto le contó que Servando yacía muerto a la orilla del
río. La cara del ‘coyote’ palideció lánguidamente también y se lo llevó de la
casa del migrante para ir a un Oxxo que estaba en la esquina. Dentro, compraron
un café caliente y se sentaron en unas banquitas.
El coyote, después de unos
sorbos en silencio a la bebida caliente, le contó a Roberto algo que ya le
habían dicho hacía unas semanas.
_ “Todavía me cuesta trabajo
creerlo, Roberto, pero hace unas semanas ocurrió algo parecido. Yo ayudé a
conseguir una lancha a cinco personas para cruzar el río. Eran tres ‘batos’ y
dos chavas. Los dejé con la lancha e instrucciones parecidas a las que les dije
a ustedes.’
‘Al otro día, una de las
chavas del bote regresó bien espantada. Me contó algo que no quise creer. Dijo
que un hombre moreno, flaco y cabezón estaba en el río. Ellos pensaron que era
el otro 'coyote' que los iba ayudar, pero se dieron cuenta de que no era él cuando
terminó de ahogar a dos de los cinco que iban en el bote’.
'Me contó que ya estaba
oscuro. Habían esperado en la orilla, así como ustedes hasta que pasara la migra
y se volteara la cámara de vigilancia. Entonces, echaron la lanchita al agua y
se subieron los cinco. Cuando estaban a la mitad del río, vieron una figura que
se les acercaba caminando. Pensaron que el fondo del río no era muy hondo
porque el hombre lo recorría con facilidad. Y así mero pasó, se fueron por una
parte del río poco profunda, lo supieron porque el barco se atoró y sintieron
como el lodo suave se movía por el peso de la lancha. Como estaba muy oscuro no
pudieron ver muy bien al hombre que estaba fuera del bote, pero sí notaron una cosa espeluznante. Me dijo que se les quedaba viendo con unos ojos inmensos
y que tenía una sonrisa bien grande que, de principio, les dio miedo. Luego, el
hombre les tendió una mano. Pensaron que los estaba ayudando y que tal vez,
podían jalar el bote para zafarlo de donde estaba’.
‘Uno de los cinco que estaba
con ellos, le tendió la mano y quiso bajarse para ver si podían mover la lancha
pero cuando quiso poner el pie en el fondo poco profundo del río, se hundió de
repente junto con el hombre que no conocían. Trató de salir a flote pataleando
y manoseando pero el hombre no lo soltaba, todos pensaban que quería ayudarlo
pero lo hundía más y más. De pronto, como pudo el que se estaba ahogando,
alcanzó el borde de la lancha y una de las chicas, amiga de la que me contó
todo esto, le cogió la mano para jalarlo pero fue al revés. Ella también se
cayó al agua y empezó a hundirse. Me dijo que trataban de alcanzarlos con el
único remo que tenían pero que no pudieron, hasta que al fin, los dos
desaparecieron bajo las aguas del Bravo junto con el hombre aquél’.
‘Por un rato que se les hizo
eterno, solo oyeron silencio. Luego, oyeron a lo lejos el bote de ventilador de
la migra y salieron de su espanto. Cuando estaban por regresar, y uno de los dos
chavos que estaban todavía en el bote, tomó el remo para desatorarse, vieron de
nuevo al hombre de la cabeza grande. Todos se le quedaron viendo bien
asustados. El hombre empezó a acercarse nuevamente muy lentamente y en eso, uno
de los batos, el más joven le gritó: <<¡Oiga, ¿qué quiere? No tenemos
dinero, no’más venimos a buscar a mi papá. ¡Déjenos ir!>>. En eso, dice
que el hombre se les quedó viendo fijamente y que ella estaba tan asustada que
mejor se tapó los ojos. Cuando los abrió, el hombre ya no estaba y la lanchita
ya estaba camino de regreso a la orilla’.
‘Se bajaron del bote y los
dos muchachos se quedaron ahí pero ella mejor se fue’.
‘Al día siguiente me la
encontré y fue cuando me contó todo esto. Ella cree que se trataba de un fantasma”.
_
Al terminar de oír la
historia del ‘coyote’ Roberto ya estaba temblando nuevamente con una cara de
espanto. Él venía de un pueblo del estado de Guerrero donde las historias de
aparecidos eran cosa común y él las creía.
Terminó de tomar su café y
le preguntó al ‘coyote’ que si creía que ese mismo fantasma había matado a
Servando.
_ “No lo sé, pero mejor ni
te creas de esas cosas. Son cuentos de viejas. Lo más seguro es que los dos que
se ahogaron, lo hicieran por pendejos. Debieron haber pisado mal y en el
ajetreo, los del barco, hasta vieron cosas que se imaginaron. Ya ves que no se
llama río Bravo no’más porque así. No, tiene muchos hoyos en el fondo y la corriente
abajo es más fuerte. Te jala y si no sabes flotar ahí te quedas”. _ Terminó de
decir el ‘coyote’ mientras bebía de su propio café ahora frío, lo que le hizo
hacer una mueca de asco y lo dejó sobre la barra que tenían de frente.
_ “Me dijeron que los dos
batos que se regresaron con la chava, todavía siguen por ahí. Son hermanos. Ya
no los he visto, ni los quiero ver. Puedes ir a buscarlos si quieres, para que
te cuenten lo que ellos vieron y te des cuenta de que son puras mamadas”. _
Prosiguió el ‘coyote’. _ "Sé que se quedan en una iglesia cristiana cerquita de
las casetas del puente II. Ahí han estado mientras juntan dinero pa’ regresarse
a donde son". _
Terminaron su charla y
salieron del Oxxo. Roberto y el ‘coyote’ se despidieron y éste último le indicó
por dónde debía ir para llegar al templo cristiano donde podría localizar a la
pareja de hombres.
De la Casa del migrante,
Roberto no tuvo que caminar mucho para llegar al templo que el ‘coyote’ le
había dicho. Pensó que tal vez, ahí le podrían ayudar a juntar dinero a él
también para regresar.
Se encontró de pronto frente
a un edificio austero de dos plantas con un letrero que decía: Templo de Clamor
en el Barrio y supo que había llegado al lugar indicado.
Al entrar, vio a varios
hombres sentados en mesas como de un comedor amplio mientras tomaban un
desayuno de algo aguado y caliente.
Pasó la vista por los
rostros hasta que vio a dos jóvenes que tenían rasgos muy semejantes y se le
ocurrió que éstos podían ser los hermanos. Antes de que se acercara más, lo
abordó un señor con rostro afable y le dio la bienvenida invitándolo a tomar
asiento para ofrecerle un plato de sopa. Roberto aceptó sin chistar y se
dirigió a la mesa de los jóvenes que había localizado.
Cuando se sentó a la mesa,
todos los presentes lo saludaron rápidamente asintiendo con la cabeza y
volvieron a engullir el caldo de sus platos. Roberto saludó a los dos muchachos
y se puso a charlar con ellos. Les contó su historia y al terminar, finalmente
resultó que, efectivamente, esos dos habían sido los que el ‘coyote’ le había
contado.
Los hermanos le dijeron que
habían llegado a Nuevo Laredo a buscar a su papá que, tiempo antes, un primero
de abril, había intentado cruzar la frontera con su hermano mayor, es decir, el
tío de los jóvenes. Había pasado ya cuatro meses y no tenían noticias del padre
ni del tío, así que decidieron ir a averiguar qué había pasado.
_ “Cuando ‘estábanos’ en la
lancha”. _ Dijo uno de los hermanos. _ “Se nos apareció un hombre muy raro que
se nos quedó mirando a mi hermano y a mí. Estaba muy oscuro y no le podíamos
ver bien la cara pero yo me le quedé viendo mucho. Tenía una sonrisa muy grande
como la de mi papá. Por un momento pensé que era él pero luego, uno de los
chavos que iba con nosotros saltó al agua y se empezó a ahogar. Tratamos de
ayudarlo pero se hundía cada vez más, junto con el hombre ese. Después también se
cayó al río una muchacha y se empezaron a hundir todos. No pudimos hacer nada’.
‘Lo más raro fue que cuando
intentamos regresar a la orilla, volvió a aparecer el hombre. Esta vez mi
hermano lo apuntó y me dijo con voz bajita que era papá. Se nos quedó viendo y
de repente desapareció. Pensamos que se había hundido otra vez en el agua
porque ya no lo vimos’.
‘Por fin llegamos a la
orilla y nos bajamos. Otra muchacha que iba con nosotros en la lancha iba bien
asustada y se fue corriendo. Mi hermano y yo nos quedamos porque pensamos que
ese hombre era nuestro padre y lo buscamos por mucho rato pero nunca lo
volvimos a ver’.
‘Apenas ayer, hablamos por
teléfono, con la ayuda de la gente de aquí, con la familia. Mi hermana nos dijo
que habían recibido una carta del tío donde decía que papá había muerto a los
dos días después de haber cruzado el río. La ‘migra’ los pescó a los dos cuando
estaban llegando a la orilla del otro lado del río. Que los golpearon mucho
durante un día y medio y que los aventaron de vuelta al río. Él vio como papá
no la hizo y se quedó muerto. Él estaba muy golpeado y no pudo sacarlo. Solo
pudo salir de ahí sólo y se fue. Mi hermana dijo que les había escrito de una
ciudad cerquita que se llama Sabinas y que está juntando dinero para
regresarse’.
‘Ahora nosotros estamos
haciendo lo mismo para volver con la familia. Fuimos ayer y hoy al río a ver si
veíamos el cuerpo de papá pero nunca hallamos nada. Esperamos juntar el dinero
para irnos la otra semana de aquí. Ya no hay nada qué hacer”. _ Concluyó su
relato el hermano, y los tres, en absoluto silencio, se dispusieron a terminar
su sopa.
Roberto nunca se sintió tan
abandonado y fuera de lugar. Comprendió que intentar cruzar la frontera a los
Estados Unidos no era cosa nada fácil. Lo había perdido casi todo y supo que,
si no hubiera sido Servando, su compañero de viaje, hubiera sido él quien
perdiera la vida.
Decidió que haría lo mismo
que los hermanos, juntar dinero lo más rápido que pudiera para regresarse a su
pueblo, en Guerrero. Después de todo allá, aunque también había aparecidos, ninguno
era tan peligroso como ‘el mojado’ que deambulaba con sus ojos grandes y
pelones, con su sonrisa sin labios y su espalda ancha, a la orilla del río.
Un primero de abril,
llegaron a la orilla del río Bravo, en Nuevo Laredo, dos hermanos. Los dos
tenían la cabeza grande, pero uno las espaldas muy anchas. Cruzaron las aguas
el Bravo con la ayuda de un ‘coyote’ y al llegar a tierra estadounidense,
escucharon un grito que decía: _”Hey, you two! Stop right there” _ Era la migra
que los había localizado.
Los atraparon los oficiales
norteamericanos de migración. Se los llevaron a un cuarto sucio y con poca luz.
Por casi dos días los tuvieron esposados sin comida, sólo con un traste con
agua sucia. En todo ese tiempo, entraban y salían los oficiales que los golpeaban
sin piedad. Escupían y orinaban sobre ellos. Arremetían en sus cabezas con
macanas y varas. Les arrojaban alcohol sobre sus heridas mientras se reían al
ver cómo se retorcían de dolor.
Finalmente, los liberaron.
Los llevaron casi como animales moribundos a la orilla del río y los arrojaron
ahí. El contacto con el agua hizo que un hermano se despabilara y luchara para
salir a flote. El otro, el de la espalda más ancha no lo consiguió. Su hermano
lo vio flotando un rato boca abajo en las aguas verdosas hasta que se empezó a
hundir lentamente.
Cuando el que sobrevivió
llegó a la orilla mexicana, se quedó ahí toda la tarde hasta la noche. No podía
moverse del cansancio y la debilidad así que se quedó dormido por mucho rato. Cuando
se repuso un poco, abrió sus ojos y vio a su hermano que se le quedaba viendo
con unos ojos muy grandes. Tenía la misma sonrisa que siempre había tenido,
pero había algo escalofriante, los labios habían casi desparecido. Creyó
escuchar que su hermano muerto le decía sin mover la boca y como en un susurro
oscuro y lejano: “ayuda, ayuda”. No pudo mantenerse despierto más tiempo y se
desmayó. Cuando volvió a despertar ya era de día. Trató de buscar a su hermano
otra vez pero no vio nada. Se convenció de que haberlo visto había sido sólo un
delirio. Se puso de pie y tomó la decisión de volver mejor a casa; con su
familia y con la noticia de la muerte de su hermano.
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