Se hace cada vez menos densa la pesada niebla
matutina que, inexplicablemente, cobija al pueblo de Guerrero, Tamaulipas. Apenas se pueden
distinguir los arbustos a menos de 100 metros de distancia de la casa
agrietada, pobre y gris.
Dentro, dos criaturas se
despiertan por el dolor agudo del hambre. Son dos hermanos huérfanos. Dejaron
de ver a sus padres poco después de que las aguas de la recién creada presa
Falcón lo cubrieran todo. El mayor, de doce años voltea a ver su pequeño hermano
de siete. Lo ve amodorrado sobre las colchas que tenía a modo de cama, sobre el
piso polvoriento, así como todo lo demás en ese pueblo. El pequeño, le sonríe
como saludo a su hermano mayor, éste lo ve con ternura y no puede dejar de
sentir un rastro de lástima y envidia. Estos sentimientos afloran en él cada
vez que se hace evidente el retraso mental del hermano menor. Una discapacidad
que no le permitiría nunca valerse por sí mismo, pero que, a la vez, le impedía
concebir la desgracia y la miseria humana y, en cierto sentido, ser feliz.
_ “¡Hola, tú!” _ Dijo el
hermano mayor levantando su cabeza rápidamente, dándole así los buenos días.
Estaba encima de su catre cubierto solamente por una sábana raída de color
celeste. El otro, solo le mostraba su sonrisa llena de dientes
pequeños y llenos de sarro.
Después de bostezar
profundamente, el que estaba en el catre, bajó sus pies descalzos al piso frío
de la casucha. Se dirigió hacia la puerta trasera de la casa, salió y se
refrescó la cara echándose agua gélida de una tarja con las manos. Llenó un
vaso de latón con agua y bebió. Luego, lo volvió a llenar y entró de nuevo a la
casa.
Le dio el vaso con agua a su
hermano menor, el pequeño lo tomó con ambas manos y tomó solo un sorbo. _
“Papa”_ Fue lo que dijo. “Sí, ya sé que tienes hambre. Yo también. Voy a salir
a ver qué encuentro. No me tardo. Quédate aquí y juega con los carritos”. _ Le
respondió el hermano mayor y se dispuso para salir de la casa por la puerta de enfrente.
Afuera, la calle terregosa
estaba más seca que de costumbre, a pesar de que todas las noches caía un
sereno que provocaba siempre un ambiente húmedo. Parecía como si la tierra se
bebiera las minúsculas gotas de rocío que traía consigo el sereno. El
muchachito no vio a nadie. Ni siquiera podía distinguir la casa más próxima a
150 metros de distancia, la niebla seguía espesa. Frente a la casa se extendía
un espacio amplio de tierra y a 20 pasos, un poco a la derecha, estaba una
noria de piedra, al igual que todas las construcciones del pueblo. Más allá
del pozo, comenzaban a crecer arbustos y matorrales.
Los árboles más altos de la
zona no superaban los tres metros. La
flora se limitaba a huizaches, mezquites, yucas y nopales. Afuera de su casa, el ambiente cubierto de niebla, estaba siempre húmedo y fresco. Las pocas casas que había eran todas de piedra y adobe. Estaban muy separadas unas de otras. Los terrenos, de cada casucha, por consiguiente, eran muy extensos. Todas las casas eran cuadradas divididas internamente por uno o dos cuartos, solamente. Las paredes anchas hacían que el clima interno se conservara, es decir, si era invierno, dentro no estaba tan frío y si era verano, tampoco estaba tan caliente.
El chico se dirigió caminando con sus zapatos rotos y mugrosos rumbo a una casa vecina. Pasándola, a otros 200 metros más de distancia, estaba la tienda de Don Nacho. La tienda no era más que un cuartucho de dos metros cuadrados. Dentro había estantes vacíos y muy pocos con el tipo de cosas que duran mucho tiempo en las estanterias como: cestos, escobetas, cazuelas, estropajos y cucharones. Todo, en la tienducha estaba lleno de polvo y daba la sensación de que nadie entraba ahí en mucho tiempo.
El jovencito no tenía dinero pero siempre salía con alguna fruta o alguna pieza de pan que tomaba de ahí. Hacía mucho que no veía a Don Nacho atendiendo su negocio, así que sólo entraba al tendajo semivacío y siempre tomaba algo para comer de lo poco que podía encontrar. Decía en voz alta, pensando que Don Nacho se encontraba en la trastienda: _ “¡Don Nacho, apúnteme esta fruta!” _ O_ “¡Don Nacho, apúnteme este pan! Luego mis papás se lo vienen a pagar” _ Mentía y salía de la tienda.
El chico se dirigió caminando con sus zapatos rotos y mugrosos rumbo a una casa vecina. Pasándola, a otros 200 metros más de distancia, estaba la tienda de Don Nacho. La tienda no era más que un cuartucho de dos metros cuadrados. Dentro había estantes vacíos y muy pocos con el tipo de cosas que duran mucho tiempo en las estanterias como: cestos, escobetas, cazuelas, estropajos y cucharones. Todo, en la tienducha estaba lleno de polvo y daba la sensación de que nadie entraba ahí en mucho tiempo.
El jovencito no tenía dinero pero siempre salía con alguna fruta o alguna pieza de pan que tomaba de ahí. Hacía mucho que no veía a Don Nacho atendiendo su negocio, así que sólo entraba al tendajo semivacío y siempre tomaba algo para comer de lo poco que podía encontrar. Decía en voz alta, pensando que Don Nacho se encontraba en la trastienda: _ “¡Don Nacho, apúnteme esta fruta!” _ O_ “¡Don Nacho, apúnteme este pan! Luego mis papás se lo vienen a pagar” _ Mentía y salía de la tienda.
Así pues, el chico abandonaba la tienda con algo para comer que compartía con su hermano menor. No era la
gran cosa. Casi siempre resultaba sólo una fruta medio podrida o un trozo de
bolillo duro, pero siempre agradecía a la providencia por el sustento diario.
Los padres de los hermanos les habían inculcado la religión cristiana, así que
cada vez que se llevaban algo a la boca, lo agradecían a Dios.
El camino de regreso a la
casa siempre se le hacía más largo que el de ida. El hambre constante que
sentía le provocaba considerar la idea de comerse lo que llevaba, sin
compartirlo con su hermano, pensamiento que de inmediato apartaba de sí y
proseguía por el trayecto. Sin embargo, ese día en especial el retorno se le
hizo muy largo. Mucho más de lo normal.
Mientras caminaba, reparó en
algo que no había llamado antes su atención. En la tienda de Don Nacho casi no
había cosas, pero usualmente había un canasto con algo de la comida que él
tomaba todos los días. No sabía exactamente de dónde salía esa comida. Hacía tiempo que no veía a nadie en la tienda, ni en ningún otro lado en el pueblo, pero pensaba que tal vez Don Nacho, le colocaba en el cesto
algo por pura misericordia. Esa ocasión, lo curioso era que sólo encontró una manzana muy
madura, tanto que ya había zonas marrones. Miró a otros lados de la tienda pero
no vio nada más, ni a Don Nacho, cuya ausencia ya era habitual para el
muchacho.
Con hambre, durante la corta travesía vuelta a casa, al chico le pareció oír risas de una joven. Volteó
para todos lados tratando de localizar el sonido, pero no vio nada. No era una
risa que le pareciera conocida. Sin darle mucha importancia prosiguió rumbo a
casa.
Al llegar, le dio la mitad
buena de la manzana a su hermanito Julio y él se quedó con la parte más madura,
casi podrida. _ “¡Gracias, Julián!”_ Pronunció como pudo y a su modo el
hermanito, cuyo problema mental hacía que una afasia le provocara pronunciar
deficientemente las palabras. _ “Gracias, Dios, por tu provisión”. _ Rezó en voz
alta Julián antes de que él y Julio comieran la fruta.
El día pasó sin novedades y
llegó la noche. Los sueños, prolíficos en la mente de Julián, el hermano mayor, esta vez
estuvieron quietos y en absoluto silencio. Volvió a ser de mañana y Julián se
disponía de nuevo a ir a la tienda de Don Nacho.
Saludó a su hermanito Julio de manera habitual y, además de darle su vaso de agua matinal, lo bañó. Le lavó
el cuerpo con un trapo húmedo mientras Julio gritaba y lloraba porque no le
gustaba el contacto de su piel con el agua fría. _ “Ya, Julio, no seas llorón.
Ya estabas muy sucio. Es mejor bañarse con agua fría que quedarse como
cochino”._ Julián hizo lo mismo después. Se bañó afuera, detrás de la casa y
apretó los labios para no hacer el sonido que provoca el agua helada sobre el
cuerpo humano recién amanecido. _”¡Qué rico es darse un baño con el agua
fría!”. _ Gritó fuerte (obviamente usando el sarcasmo) para que su hermanito lo
escuchara adentro y no estuviera tan renuente a su propio aseo físico.
Cuando salió de la casucha,
creyó ver una figura dentro de los matorrales. No estaba seguro debido a la
espesa niebla que todo lo cubría. Creyó oír luego, la misma risa de la chica
que había creído oír ayer.
Se acercó despacio hacia los
matorrales. Ahora la risa le parecía más clara y fuerte. Se metió en ellos
tratando de descubrir a quien le pertenecía. Caminó durante cinco minutos. Luego se hicieron diez, quince
minutos, y llegó hasta un charco grande de agua estancada que apestaba a
letrina. Del otro lado, pensó distinguir una silueta delgada pero con las
curvas de la femineidad. No estaba seguro de lo que veía pero algo sí le
constó. La figura que creía ver, llevaba, en lo que parecían las manos, un objeto
redondo y de color amarillo rosado. Julián creyó que era un durazno. Uno muy
grande. De hecho, si era un durazno, era el más grande que hubiera visto jamás.
_ “¡Oye! ¿Quién eres?”_ Gritó. Silencio. De pronto, la figura de muchacha que
Julián creía ver se movió rápidamente y se esfumó en la distancia. Silencio.
Julián, confundido por lo
que había creído ver, dio marcha atrás y mejor se dirigió a la tienda de Don
Nacho.
Una vez dentro, vio el negocio vacío. No le sorprendió. Esta vez, sobre el cesto, Julián vio solo media pieza de bolillo y un plátano. Agradeció a Dios por su bendita providencia y bendijo en silencio a Don Nacho por su amabilidad, incluso cuando se dio cuenta de que el pan estaba muy enmohecido y el plátano muy aguado y de color absolutamente negro. _ “Ni modo, algo es mejor que nada”. _ Se dijo el muchacho en un susurro casi imperceptible.
Esta ocasión, a mitad del camino a casa, el muchacho creyó oír a lo lejos una melodía. Teniendo mucho tiempo disponible de por medio, decidió ir a investigar el origen de lo que sus oídos parecían percibir. Cogió una vereda estrecha a la izquierda de la calle y caminó diez minutos. Se detuvo al ver en frente una casucha todavía más descuidada que la suya. Era de una sola pieza cuadrada, de piedra y adobe, como era la costumbre arquitectónica de la época, pero no tenía puerta, ni techo. Había pedazos de las paredes muy desgastados y partes derrumbadas. Pareciera que la casa hubiera sido arrasada por una tromba y solo hubiera quedado el duro cascarón. Sin embargo, lo más curioso era la música que Julián percibía desde dentro.
Sin temor alguno, el jovencito se acercó y se introdujo para saber quién tenía música. Quizás, hubiera alguien más que le pudiera tender una mano a los hermanos. Al asomarse al interior, Julián vio una sola habitación vacía. En una esquina había un megáfono de cuerda que sonaba en ese momento. La música era una balada que el chico jamás había oído antes pero que no le desagradó en lo más mínimo. Cuando se acercó al aparato con paso lento, oyó, fuera de la casa, una risita como la que pensó haber escuchado la vez pasada. De pronto, todo quedó en silencio. Ya no había ni risa ni melodía. Julián volteó de nuevo a la esquina donde antes creyó haber escuchado la musica, se acerco hasta que sus dedos acariciaron el megáfono y éste, se desquebrajó enseguida. El muchacho se quedó sorprendido y se convenció a sí mismo de que todo había sido una jugarreta de su imaginación y de su hambre. Salio de ahí de prisa y se dirigió camino a casa, nuevamente.
Una vez dentro, vio el negocio vacío. No le sorprendió. Esta vez, sobre el cesto, Julián vio solo media pieza de bolillo y un plátano. Agradeció a Dios por su bendita providencia y bendijo en silencio a Don Nacho por su amabilidad, incluso cuando se dio cuenta de que el pan estaba muy enmohecido y el plátano muy aguado y de color absolutamente negro. _ “Ni modo, algo es mejor que nada”. _ Se dijo el muchacho en un susurro casi imperceptible.
Esta ocasión, a mitad del camino a casa, el muchacho creyó oír a lo lejos una melodía. Teniendo mucho tiempo disponible de por medio, decidió ir a investigar el origen de lo que sus oídos parecían percibir. Cogió una vereda estrecha a la izquierda de la calle y caminó diez minutos. Se detuvo al ver en frente una casucha todavía más descuidada que la suya. Era de una sola pieza cuadrada, de piedra y adobe, como era la costumbre arquitectónica de la época, pero no tenía puerta, ni techo. Había pedazos de las paredes muy desgastados y partes derrumbadas. Pareciera que la casa hubiera sido arrasada por una tromba y solo hubiera quedado el duro cascarón. Sin embargo, lo más curioso era la música que Julián percibía desde dentro.
Sin temor alguno, el jovencito se acercó y se introdujo para saber quién tenía música. Quizás, hubiera alguien más que le pudiera tender una mano a los hermanos. Al asomarse al interior, Julián vio una sola habitación vacía. En una esquina había un megáfono de cuerda que sonaba en ese momento. La música era una balada que el chico jamás había oído antes pero que no le desagradó en lo más mínimo. Cuando se acercó al aparato con paso lento, oyó, fuera de la casa, una risita como la que pensó haber escuchado la vez pasada. De pronto, todo quedó en silencio. Ya no había ni risa ni melodía. Julián volteó de nuevo a la esquina donde antes creyó haber escuchado la musica, se acerco hasta que sus dedos acariciaron el megáfono y éste, se desquebrajó enseguida. El muchacho se quedó sorprendido y se convenció a sí mismo de que todo había sido una jugarreta de su imaginación y de su hambre. Salio de ahí de prisa y se dirigió camino a casa, nuevamente.
Al llegar a su hogar, le dio la
fruta a su hermano Julio y él se quedó con el pan. Moría de hambre. Cuando
hundió los dientes en el pan se sorprendió de que estuviera suave, comparado
con las piezas duras que encontraba. Pero la suavidad del pan se debía a algo
asqueroso. El bolillo estaba tan lleno de moho que resultaba increíblemente
amargo. Julián escupió el bocado, pero el hambre era tanta que decidió que lo
mejor era tragarse pedacitos de pan con un sorbo de agua. Así que fue por su
vaso de latón, lo llenó de agua y se dispuso a terminarse el pan, agradeciendo a
Dios por la comida.
Mientras comía su amargo
bocado, veía como Julio disfrutaba de su plátano con singular gusto. En esos
momentos era cuando el hermano mayor envidiaba la discapacidad mental de Julio
para no darse cuenta de lo mal que la estaban pasando. El resto del día, Julio
y Julián se la pasaron dormitando. Casi no tenían fuerzas para hacer algo más.
Por ratos, Julián le contaba historias a su hermanito hasta que la fatiga les
ganaba a ambos y se volvían a quedar dormidos.
Otra noche pasó sin sueños.
A la mañana sigiente, después de lo habitual, Julián salió de casa y esta vez, estuvo casi seguro de haber visto bien. Una muchacha con un vestido negro que destacaba una piel blanca y pálida parecía alejarse de nuevo, de la casucha hacia los arbustos. ¿Los habría estado espiando dentro mientras dormían? Se preguntó Julián y corrió para intentar alcanzar su visión. Llegó al mismo sitio, el charco grande de agua estancada. Al otro lado, la figura parecía dar mordidas a lo que el chico pensaba que era un durazno grande y jugoso. Se le hacía agua la boca. La figura, seguía oculta detrás del velo de la eterna niebla y Julián dudaba de que lo que veía fuera real. Gritó y agitó los brazos, pero nada. Seguía el silencio. Ni siquiera escuchaba los ruidos típicos de la naturaleza. La figura, finalmente se desvaneció y Julián creyó que del hambre, hasta alucinaba.
A la mañana sigiente, después de lo habitual, Julián salió de casa y esta vez, estuvo casi seguro de haber visto bien. Una muchacha con un vestido negro que destacaba una piel blanca y pálida parecía alejarse de nuevo, de la casucha hacia los arbustos. ¿Los habría estado espiando dentro mientras dormían? Se preguntó Julián y corrió para intentar alcanzar su visión. Llegó al mismo sitio, el charco grande de agua estancada. Al otro lado, la figura parecía dar mordidas a lo que el chico pensaba que era un durazno grande y jugoso. Se le hacía agua la boca. La figura, seguía oculta detrás del velo de la eterna niebla y Julián dudaba de que lo que veía fuera real. Gritó y agitó los brazos, pero nada. Seguía el silencio. Ni siquiera escuchaba los ruidos típicos de la naturaleza. La figura, finalmente se desvaneció y Julián creyó que del hambre, hasta alucinaba.
Al llegar de nuevo a la
tienda de Don Nacho, vio una naranja. _ “¿Sólo una naranja?”. _ Se preguntó
Julián a sí mismo, decepcionado. Buscó a Don Nacho pero no lo encontró. Salió de
la tienda, le dio la vuelta. Nada. Sólo silencio. Regresó a casa y peló su
naranja mientras rezaba en agradecimiento a Dios por darles una naranja para
comer. Al abrirla, descubrió que los gajos eran muy pequeños y que estaban
cubiertos por algunos gusanos. Sin asco alguno, los quitó y dividió los gajos
con su hermanito. Prefirió darle la mayoría a Julio y se dijo a sí mismo que
saldría a buscar más comida para él.
Fuera de la casa, mientras
Julio dormitaba, Julián se dirigió al pozo de agua de enfrente. Creyó oír de
nuevo a la chica de vestido negro y se dirigió a los arbustos. Silencio. Sólo
silencio. No veía nada. La única sensación que lo abarcaba todo era el dolor
del hambre que lo hizo sentarse en el suelo. Ahí, tirado sobre la tierra seca,
vio como un grillo negro pasaba a un lado de él y sin pensarlo más, lo tomó y
se lo tragó como si fuera una exquisito bocado. Agradeció a Dios porque pasó
ese insecto justo a un lado de él y no tuvo que esforzarse en buscar qué comer.
Antes de que Julián reparara
en lo que había engullido, oyó un fuerte sonido que provenía de la dirección
donde estaba su casa. Creyó oír la risa de la chica y se puso de pie. Apresuró
el paso de vuelta a la casucha y vio la puerta frontal abierta. Se abalanzó
hacia ella corriendo y, cuando entró, vio una escena escalofriante. Una
muchacha de vestido vaporoso negro con listón gris, apenas más grande que él,
estaba sentada en el suelo. Tenía a su hermano Julio sobre su regazo y lo
estaba amamantando. La piel de sus pechos, como la del resto del cuerpo, era
muy blanca. Contrastaba con el cabello y los ojos oscuros. Julián se quedó
quieto en el umbral de la puerta viendo esa imagen.
De la comisura de los labios
de su hermano veía escurrir leche espesa con unas líneas rojas. ¿Era sangre? ¿Su
hermano bebía leche con sangre de los pechos de una muchacha tan joven? La
chica levantó la vista directamente a los ojos de Julián y sonrió. Su dentadura
era un perfecto desfile de perlas sobre el lecho púrpura de sus labios
carnosos. Los ojos de la chica, sin embargo no mostraban ninguna expresión. Julián
sintió como una corriente eléctrica golpeaba su espalda, a lo largo de la
columna vertebral.
En ese momento, Julián abrió los ojos y volteó
alrededor. Se encontraba jadeante y lleno de sudor sobre el piso, sentado. Sólo
vio a su hermano dormido sobre su regazo. ¿Todo fue un sueño? Se preguntó
Julián en silencio. Colocó suavemente a Julio a su lado y se puso de pie.
Cuando iba a salir por la puerta se detuvo y sintió algo entre sus dientes. Se
acercó la mano a los labios y sacó un palito. Se le quedó viendo por unos
segundos y se dio cuenta de que era la pata de un insecto. ¿Qué había pasado
realmente? Se preguntaba. En el rostro de Julián, de pronto, se vieron
reflejados muchos años, muchos más de los doce que en realidad tenía.
Una vez fuera de la casa,
Julián fue directamente al pozo. Se recargó con ambas manos sobre el borde y metió
la cabeza en el agujero. Trataba de ponerle algo de orden a todo lo que pasaba.
No entendía nada. Apenas si comenzaba a comprender la vida y lo que estaba
experimentando le parecía demasiado extraño para poderlo asimilar.
Sintió de repente unos
espasmos en el abdomen. Unas nauseas increíbles y unos deseos muy fuerte de
vomitar. Tuvo arcadas pero no podía vomitar nada. Sentía sólo el sabor amargo
de los jugos del estómago y mejor se sentó con la espalda recargada en la pared
del pozo. Descansó así unos minutos. Luego se puso nuevamente de pie y decidió
entrar a la casa, salir por la puerta trasera y tomar algo de agua, así como
lavarse la cara.
Cuando entró nuevamente vio
a Julio en el mismo lugar donde estaba antes pero su piel no parecía la misma.
Julián vio como su hermanito, que dormía en silencio, tenía la piel mucho más
oscura. Su cara tampoco se veía normal, sus rasgos daban la impresión de estar
deformes. Era como si su hermano estuviera transformándose en algo horrible. A
Julián toda la cabeza le daba vueltas. No sabía si lo que veía era real o no. Agitó
su cabeza de un lado a otro como para despejarse y se dirigió al fondo de la
casa. Salió y se echó abundante agua fría sobre la cabeza. Suspiró fuertemente
cuando sintió el agua helada sobre su rostro y titiritó cuando un poco se le
escurrió por la espalda.
Tomó varios sorbos de agua y
volvió a entrar. Cuando cerró la tela mosquitera a su espalda, el tiempo
pareció detenerse. Todo se veía como en cámara lenta además de borroso. Dando tropezones,
el hermano mayor llegó al borde de su catre y se dejó caer de golpe. Todo se
volvió oscuro. Todo se tornó silencioso.
De pronto, el silencio y la
oscuridad cedieron lentamente. Julián tuvo una imagen de un lugar sobre las
nubes. Todo se empezaba a iluminar poco a poco con una luz dorada. Las nubes
cobraban una tonalidad amarillenta y el cielo celeste se teñía poco a poco del
dorado de la luz que parecía inundarlo todo. Entre las nubes, Julián vio que
una figura se perfilaba lentamente. Era la misma chica de la sonrisa. Esta vez,
su vestido era blanco y el listón de la cintura de color celeste. Lo curioso de
la visión es que la muchacha seguía sosteniendo el durazno que Julián había
creído ver. La chica flotaba entre las nubes y daba la impresión de ser un
hermoso ángel.
La visión celestial de
Julián duró sólo unos instantes y la luz comenzó a menguar de nuevo. Todo volvía
a estar en tinieblas. Silencio.
El chico comenzó a abrir los
ojos lentamente. Todavía era de día y la luz que entraba por las ventanas le
cegaba un poco los ojos. Mientras la visión borrosa comenzaba a hacerse nítida,
Julián sintió nuevamente el dolor agudo del hambre en su vientre. Se puso de
pie y se dirigió a la cocineta sucia y llena de trastes viejos y llenos de polvo.
Se talló los ojos y vio algo muy grande sobre la mesa.
Julián, dirigió su mirada a
lo que había sobre la mesa de madera de la cocina. Sin dar crédito a lo que sus
ojos percibían, Julián se acercó con paso dudoso. Cuando estuvo muy cerca de la
mesa, el chico abrió los ojos al ver algo que no podía creer. Ahí, en medio del
rectángulo de madera sucia y ajada estaba un gran platón con un trozo gigante
de carne cocida.
Parecía que alguien la había
sacado recientemente del horno porque todavía se veía humeante. Julián se sentó
en una silla y tocó ese trozo de carne cocida. La sintió caliente y jugosa. Se llevó
la mano a la boca y sintió el delicioso sabor de las especias. Sin pensar en nada
más, Julián se puso a comer con ambas manos. Comía vorazmente. Se estremecía de
placer al sentir el jugo de la carne que se resbalaba fuera de su boca. La carne
estaba suave y caliente. Era la carne más rica que Julián jamás había probado.
Casi antes de terminárselo
todo, Julián se acordó de su hermano Julio. Tenía que compartirle a su hermano
esta delicia. Sin duda alguna, se pondría inmensamente contento, pensó.
Cuando Julián trató de
ponerse de pie, sintió una pesadez inusual. Estaba completamente satisfecho y
su estómago ahora le dolía pero de estar tan lleno.
De todas formas, la alegría
que experimentaba el chico era demasiada. Sonriente, caminó al cuarto donde estaba Julio. No lo vio. Solo estaban sus colchas y sábanas sucias sobre el
suelo.
_ “¡Julio! ¿Dónde estás?
¡Julio, tienes que probar esta carne! ¡Julio! _ Julián gritaba con una sonrisa
tratando de buscar a su hermano por toda la casa. Silencio. No veía a su
hermanito por ningún lado.
De pronto, el hermano mayor
tuvo un pensamiento horroroso, tal vez, la chica del vestido negro había
entrado y se había llevado a Julio. Salió a toda prisa de la casa para
buscarlos. Una vez al aire libre, no se veía nada. No parecía haber indicios de
que alguien hubiera entrado o salido de la casa.
Julián se sentía mareado,
posiblemente por la gran cantidad de carne que había engullido tan velozmente. Volvió
a entrar a la casucha para seguir buscando a su hermano. No lo veía por ningún
lado. Salió por la parte trasera y nada, tampoco. Empezaba a sentir mucha
ansiedad y su corazón latía muy, muy rápido. Salió nuevamente de la casa por la
parte frontal y se acercó a la noria. Una vez ahí, comenzó a sentir mucho frío.
El día estaba más fresco que de costumbre. La niebla seguía cubriéndolo todo.
Julián sentía como si todo le diera vueltas. Silencio.
De pronto, se percibía una risa a la
lejos. Una pequeña carcajada que se iba acercando rápidamente. Julián volteó
hacia los arbustos y ahí, entre ellos, le pareció ver la misma silueta
con figura femenina. La chica del vestido negro mostraba su durazno grande y
apetecible. Esta vez, Julián no tuvo deseo por éste. La chica sonreía de la
misma manera que Julián había creído ver antes, cuando pensó verla dentro, con
su hermano. La muchacha mordía ahora el durazno y lo masticaba lentamente. Seguía
sonriendo y con sus ojos inexpresivos observaba fijamente a Julián. Silencio.
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