lunes, 12 de enero de 2015

Destellos coloridos de Papantla

Arriba observas, embelesado fijas tus sentidos hacia el infinito.
Alrededor oyes, extasiado pones tu atención hacia las voces.
Debajo sientes, esperanzado pisas la tierra que hace tiempo no veías.
De frente hueles, ensimismado pruebas tus recuerdos hacia un pasado lejano.

Ahora de adulto estás de nuevo en tu pueblo de la infancia.
El que juraste no volver a visitar porque consumaba tu tolerancia.
Ahora presencias un ritual bajo el cielo que, de límpido y estrellado, pasó a estar totalmente oscuro y nublado.
Ahora el pueblo reunido entero canta y da voces en rezo tomado de las manos.
Rayos, truenos y luces blanquecinas y doradas destellan en el firmamento.
Iluminan de repente, y por lapsos, el cuerpo desnudo de aquella muchacha de senos descubiertos, mostrando al viento su embarazo.

Ahora todo empieza a cobrar sentido desde  que llegaste a Papantla un día antes.
Cuando sentiste la necesidad de ir, ni siquiera el porqué te preguntaste.
Tuviste nada más el llamado aquel día en que temprano despertaste, 
por soñar toda la noche con tu abuelo, el hombre de esas tierras, al que tanto amaste.

Viste por primera vez el Tajín y sus pirámides en medio del húmedo verdor.
Tal vez el recuerdo de tus ancestros o el ver esas figuras pintadas,
los hombres que se veían descender del cielo en esas pinturas desgastadas,
hizo que tu piel se erizara, mostrando cada uno de tus pelos al aire, sin pudor.

Algo inusitado en esas imágenes llamó fijmente tu atención.
Los hombres que bajaban del cielo parecían volar llenos de color.
Los pobladores del lugar los llamaban los antiguos voladores,
aquellos que fundaron el arte de volar, según los narradores.
¿Quiénes fueron y por qué crear así ese ritual ahora conocido?
Te preguntas, y recuerdos grises atraviesan tus sentidos.

Sigues viendo las pinturas cuando alguien te hace una invitación.
Es un anciano que te dice que conoció a tu abuelo y a tus padres,
y te informa que tú eres especial, que te esperan para la celebración.
Esa noche en la planicie del Tajín habrá una gran reunión.

Con la música, la algarabía y el ajetreo nocturno te dan de comer, y bebes alcohol hasta ponerte casi indispuesto.
Ya está oscuro; es de noche y sólo brillan las antorchas.
Hay fogatas y el pueblo comienza a dar voces y a hacer gestos.
Tú sólo miras, dándote todo vueltas. El ruido crece y casi no lo soportas.

Comienza a brillar el cielo, y éste ilumina el poste de los voladores, pero no hay ninguno ahora.
Ves las nubes relampagueando, cubriendo las luces, y no hay truenos.
Sabes que hay brillos y destellos porque las nubes sirven como tenues velos.
No hay ruidos de tronidos, pero súbito oyes un lamento. Es la chica embarazada, la que grita y cae al piso.

Pronto el cielo y las voces callan. Las luces crecen mientras, más intensas. Cesan los cantos. Ya no hay sollozos ni ruido. Únicamente escuchas como desde el aire comienza a crecer un silbido.
Miras las nubes, y poco a poco se descubre una plataforma plateada y brillante, redonda como la blanca luna. 
Se abre de ella un hueco y ves bajar, planeando en círculos perfectos, cuatro seres humanoides, sus cuerpo luminosos de decenas de colores. 

Son hombres pájaro que desciende desde el cielo hasta el suelo de Papantla. 
Giran mientras bajan lentamente, al rededor de la muchacha.
Ella ya no llora, no se mueve, no cubre su desnudez. Sólo calla.
Los seres la alcanzan, la toman consigo y de nuevo en el aire se levantan.

Es entonces cuando tu mente se abre y recuerdas tu pasado. 
Tú bajaste al nacer del cielo, pero eso fue hace más de veinte años.
Tu madre fue alguna vez una chica también embarazada. Tu abuelo sabía que padre humano no tenías, sino que fuiste concebido en una nave astronauta.
Los seres de nuevo bajan, pero ves que ahora eres tú su centro. Los ves girando mientras vuelan con colores en el viento.
De nuevo el pueblo canta mientras tú te elevas con ellos en el cielo.
Y así, con tus recuerdos renovados te pierdes entre los destellos coloridos de Papantla

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