sábado, 30 de agosto de 2014

Rosa Etérea

Contemplaba inmutable y pacientemente aquella imagen por horas y horas. Había algo en aquel retrato que absorbía la mente de Esmeralda y expandía su psique, transportándola a un paraíso dentro de un contexto maniqueísta donde convergían todos sus conceptos, todo sus conocimientos, todo aquello que conformaba su vida.
     En ese estado de excitación anímica, Esmeralda podía sentirlo absolutamente todo: el aire, la sangre en sus venas, la división de sus células, el crecimiento de su cabello, sus pies sobre el suelo. Sin embargo, no se sentía atada a la Tierra. Se percibía compenetrada con su entorno, en un ambiente etéreo que componía el vacío. Esmeralda se encontraba, de ese modo, en todas partes, en cada cosa, en cada persona. Su alma levitaba y no existían barreras de ningún tipo para ella.
     Así, en tal contemplación absoluta, Esmeralda lo que más disfrutaba era el aroma de esa rosa mística que colgaba de la pared en su celda monástica y que ella observaba y observaba

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